*El Consejo Editorial de la revista ‘Ethic’ repasa algunas de las claves que marcarán la agenda política, económica y social del nuevo año.
Carmen Gómez-Cotta.
La guerra de Israel contra Hamás ha alterado profundamente el tablero internacional, ahondando todavía más las fracturas que la invasión rusa de Ucrania hizo aflorar. Las elecciones europeas (primavera) y las estadounidenses (finales de año) también van a determinar la escena global. Nos enfrentamos a un 2024 verdaderamente retador, cuyas claves repasamos de la mano de los miembros del Consejo Editorial de ‘Ethic’.
Si dejamos de lado la incertidumbre y el punto de inflexión que pueden traer las guerras de Ucrania y Gaza, posiblemente, hay dos grandes palancas de transformación a futuro: la inteligencia artificial (IA) y la sostenibilidad. Y lo son tanto por el impacto en la economía que tendrán como por la transformación social que van a impulsar.
Desde un punto de vista económico, dos datos: por lo que respecta a la IA, la consultora McKinsey ha publicado un estudio en el que estima que el uso de la nueva IA supondrá anualmente un aumento de la productividad de entre 2,6 billones y 4,4 billones de dólares en el conjunto del planeta. Por lo que respecta a la sostenibilidad, la Unión Europea ha estimado que, para cumplir el Acuerdo de París, necesita alrededor de 180 billones de euros de inversión adicional anual hasta 2030 y que la cuarta parte del presupuesto de la UE contribuya al clima.
Desde un punto de vista social, el impacto de ambas disrupciones es evidente. La IA va a suponer desafíos extraordinarios a la humanidad, desde el manejo de «la verdad» hasta la consideración misma del ser humano. Y los desafíos de la sostenibilidad tampoco son pequeños, porque exige transformar prácticamente todos los sectores industriales sin que –a diferencia de lo que ocurrió con la digitalización– existan beneficios evidentes a corto plazo para los ciudadanos y los consumidores.
Las emociones son importantes para la acción, ya que sin ellas no actuamos. En sí mismas son espontáneas, nos sobrevienen y son incontrolables, pero es posible razonar sobre ellas y ver si son adecuadas en un contexto más amplio. Averiguar qué causa las emociones, frenar la reacción inmediata y someterlas a un escrutinio racional es propio de mentes maduras. Si no aprendemos a reflexionar, a pensar, a tomar distancia de aquello que más inmediatamente se nos ocurre o deseamos hacer, difícilmente aprenderemos a usar las cosas correctamente. La racionalidad exige esfuerzo y transmitir una emoción es más rápido y más fácil que tratar de persuadir por medio de argumentos y razones.
Vamos hacia gobiernos cada vez más emotivos. Resulta difícil introducir reflexión, incluso en la política. Esto produce un deterioro del debate democrático y hace que al final se impongan las figuras extremas, que son las que dan respuestas más simples y menos moderadas. Las redes sociales no favorecen la reflexión, propician respuestas inmediatas y viscerales; no son el medio idóneo para discernir si es conveniente cultivar un sentimiento o es mejor reprimirlo. La apropiación exagerada que ha hecho la política de las redes sociales como medio de comunicación propicia la polarización y los insultos y desplaza al pensamiento. Lo que se quiere conseguir son adhesiones rápidas; no se atiende a matices que requieren tiempo, ni se piensa en el largo plazo que, al final, es pensar en el bien común.
«La piedra filosofal consiste en ‘con-vivir’ con otros»
Adela Cortina – Filósofa y catedrática de Ética
La prolongación de la vida es una buena noticia, siempre que la sepamos aprovechar para organizar una existencia plena de sentido. Porque las sociedades no envejecen, sino que las personas somos más longevas en los países en los que no hay guerras sangrientas, hambrunas o epidemias que provocan muertes tempranas. Nuestras abuelas eran mucho más viejas que nosotras a nuestra edad. Por eso es inteligente proyectar la vida de los 100 años, y más compartiéndola con otros, implicándose en tareas que merecen la pena.
El drama empieza cuando los cambios sociales aumentan el número de personas que viven solas a su pesar y que deben enfrentar los años de suprema vulnerabilidad sin un apoyo cordial. La piedra filosofal consiste entonces en «con-vivir» con otros día a día y en crear un entorno social y político preocupado por los que quedan solos sin quererlo. Me temo que este no es el escenario que vamos a ver en un futuro inmediato y, de cara al próximo año, no parece que vayan a desarrollarse políticas sociales encaminadas a velar y proteger a esas personas mayores que se encuentran sin quererlo en situación de gran vulnerabilidad.
«La transparencia en los algoritmos es clave»
Elena Herrero-Beaumont – Directora de Ethosfera
El foco va a estar en cómo utilizar la inteligencia artificial para aplicar correctivos a los bulos o las fake news. La transparencia en los algoritmos es clave. El debate que se está librando es sobre cómo regular para que Europa no se quede atrás en la carrera de la innovación, pero sin que se materialicen los riesgos evidentes de desinformación que estamos viendo, especialmente en jurisdicciones como China o Estados Unidos, ambos grandes generadores de IA.
Estamos en un momento muy crítico, azuzado ahora por la guerra en Israel, pero no todo son sombras y abismos y la victoria de los liberales en Polonia [en octubre de 2023] viene a confirmar que, aunque la autocracia utilice la propaganda y la mentira, al final los votantes han vuelto a decidir a favor de la democracia liberal. El papel de los ciudadanos y usuarios es fundamental en esta guerra de la verdad, al igual que el del Parlamento y la prensa como instituciones fundamentales para que la ciudadanía pueda tomar decisiones informadas en contextos electorales.
El desafío está en las plataformas tecnológicas de esta democracia posmedia que vivimos. Después de la Segunda Guerra Mundial, los medios de masas comenzaron a convertirse en el gran intermediario de la opinión pública y eso ahora ha quedado desplazado por las tecnológicas. Ahí es donde aparecen las polarizaciones, los ciudadanos exaltados a través de las emociones, la desinformación. Recuperar los orígenes virtuosos de la institución del Parlamento y de la prensa como intermediarios esenciales de una opinión pública y de una democracia saneada es la gran batalla a la que nos enfrentamos.
Por primera vez en mucho tiempo, empieza a tomar protagonismo en el debate público global la idea de futuro. De hecho, Naciones Unidas ha convocado la Cumbre del Futuro en 2024 con la idea de formar un pacto que, de alguna manera, está llamado a ser el principio de la continuidad de la Agenda 2030. Los drivers que se van a ir activando son los que ya conocemos –tecnología, conocimiento, financiación–, pero el gran desafío ahora es la gobernanza: ¿cómo tiene que gobernarse ese futuro? ¿Quiénes toman qué decisiones de manera que se cumplan de forma efectiva? Cuando hablamos de crisis climática, revolución digital o movimientos migratorios, la gente se siente desprotegida porque [estos temas] generan un marco de incertidumbre. Sabemos que hay que hacer cambios, pero, ¿cómo? Los gobiernos por sí solos no pueden; necesitan capital, tecnología y conocimiento, así como a la población y los territorios. Esto requiere acuerdos transversales y holísticos.
Se trata de crear un ecosistema. En España, por ejemplo, se está empezando a incorporar en el entorno de los ODS la licencia social para operar: cuando una empresa quiere poner en marcha un proyecto necesita una serie de licencias administrativas, a las que ahora se está incorporando una licencia social. Es decir, que la sociedad diga que le parece bien ese proyecto. Esto está relacionado con la directiva de Debida Diligencia que se está tramitando en el Parlamento Europeo, una normativa que dicta a las empresas los estándares (ambientales, sociales, de derechos humanos) con los que deben cumplir cuando hagan negocios. Todo esto apunta en esa línea de una nueva gobernanza.
Todo parece señalar que la inestabilidad política continuará con nosotros a lo largo de 2024. Y lo hará, además, en todos los contextos. El primero de ellos, de naturaleza global: a la crisis provocada por Rusia en su invasión de Ucrania se suma ahora la guerra entre Israel y Hamás con los riesgos potenciales de contagio en una región ya de por sí compleja y convulsa. El segundo, en nuestro escenario nacional: la complejidad de las mayorías gubernamentales estarán detrás de nuevas tensiones en el recorrido de un 2024 marcado, otra vez, por varias convocatorias electorales –elecciones europeas, catalanas y vascas con escenarios imprevisibles, especialmente en estas dos últimas–.
Me gustaría pensar que la sociedad española afrontará avances decisivos en términos de igualdad. Después de las enormes tensiones vividas dentro del movimiento feminista por las prioridades legislativas del Ministerio de Igualdad, ojalá asistamos a un ciclo de reencuentro que reordene las prioridades y canalice las energías, de este movimiento y de su lucha por dichas igualdades entre hombres y mujeres. No hace mucho tiempo, la cuarta ola se ofreció al mundo a través de las mayores movilizaciones que habíamos visto en muchos años para la gran batalla global por la plena igualdad real y efectiva de las mujeres. La agenda que la estructuraba se ofrecía como uno de los grandes procesos de cambio de nuestras sociedades. Quiero creer que a lo largo de 2024, la lucha por la igualdad recuperará el protagonismo perdido en la conversación pública de nuestro país.
El wokismo es un movimiento a veces contradictorio [que] utiliza un neolenguaje difícil de entender. Tiene razón en sus reivindicaciones –aspira a una nueva «justicia social» que cuente la historia desde el punto de vista de las víctimas–, pero eligió para defenderlas una mala filosofía: el posmodernismo. En especial, tomó de ella la negación de la universalidad de la verdad o de los valores.
Encerró a cada grupo en su propia verdad incomunicable y al añadir al cóctel la idea de que es el poder quien define la verdad, generó un movimiento agresivo. No se trata de debatir con el adversario, sino de cancelarlo; la polarización se hace feroz, los bandos son irreconciliables. La campaña de ultraderecha contra los woke es una prueba. Este movimiento se ha unido a otras corrientes actuales, emparentadas también con la anti-Ilustración. Por ejemplo, como explica Stéphanie Roza en ¿La izquierda contra la Ilustración?, la izquierda, al abandonar la idea de clase y la lucha contra las desigualdades, ha abrazado una causa antisocialista: la de la identidad.
Las nuevas tecnologías, por su parte, están favoreciendo el rechazo a la argumentación, la exaltación de la opinión y la proliferación de las fake news, lo que ha agravado el «síndrome de inmunodeficiencia social» que padecemos. Mientras no rehabilitemos la idea de verdad estaremos a merced de todo tipo de manipulaciones. Y no serán las buenas intenciones woke las que se extenderán, sino las consecuencias de su mala filosofía. Como dice Yascha Mounk, profesor de política internacional en la Universidad John Hopkins y autor del libro The Identity Trap, «el wokismo va a estructurar nuestra vida intelectual en los próximos treinta años» por haberse convertido en una «síntesis identitaria».
Uno de los vectores de gran transformación es la IA generativa: aquella que es capaz de generar textos, imágenes, vídeos, música, historias, conversaciones; es decir, contenido que exigiría muchas horas y preparación y que ahora se resuelve en segundos con sencillas instrucciones. Es un elemento diferenciador muy inquietante para muchas personas, especialmente las cualificadas. Estamos ante una revolución en el ámbito del conocimiento y, por tanto, afecta a profesionales y profesiones con un nivel de capacitación muy superior al de etapas anteriores de las revoluciones tecnológicas a las que hemos asistido.
A la hora de abordarlo, lo más urgente es una capacitación mínima conceptual. La prioridad para las empresas debe ser desarrollar una formación muy somera no tanto en el conocimiento de la tecnología, como su uso: saber hacer las preguntas adecuadas, orientar bien el enfoque que se quiere dar al contenido y sacar el máximo provecho de una herramienta que debería plantearse como complementaria. Y tiene que ser complementaria, porque es importante tener un criterio a la hora de revisar esos contenidos. Me gustaría que el sistema educativo formal se adaptara, incluso se anticipara, a estos desarrollos para poder generar ese criterio y esa capacidad de generar las tecnologías que estamos siendo capaces de crear. Pero los tiempos a la hora de establecer los contenidos formativos son mucho más lentos que los desarrollos tecnológicos en este siglo. Por eso, el papel de las empresas es crucial: necesitan urgentemente talento que pueda incorporar estos nuevos conocimientos y herramientas a los procesos y servicios en marcha. Esa necesidad es el acelerador necesario para formar a los recursos humanos existentes.
El actual gobierno ha sido posible gracias a una amnistía que, como han dicho los jueces del Consejo General del Poder Judicial, supone el final del Estado de derecho en España. La amnistía no es una disposición como los indultos. Los indultos son perdonar a las personas aunque no lo merezcan, absolver a la persona; pero la amnistía absuelve el delito y condena a quienes lo persiguieron. Y eso es de una gravedad extraordinaria, porque es desguarnecer el Estado.
Con esta amnistía se sienta precedente y se abre la veda a la desaparición de la ley como tal. No es lo mismo democracia que Estado de derecho: con esta situación tendríamos una carcasa democrática sin un Estado de derecho dentro. Una democracia es un sistema de elección de los cargos públicos con convocatoria cada cierto tiempo de unas elecciones; es decir, una relación en la que intervienen los ciudadanos en la elección de sus gobernantes. Pero el Estado de derecho es que esos gobernantes, una vez elegidos, no pueden actuar como quieran, porque, ante todo, la ley gobierna el país.
En el Estado de derecho se elige a los gobernantes, pero no se eligen las leyes de acuerdo con lo que a ellos les conviene en cada momento y la tranquilidad que tiene el ciudadano es que sabe que por encima de todo gobernante, bueno o malo, está la ley. Ahora nos quedaríamos con unos gobernantes que han sido elegidos, pero que se desentienden de los mecanismos del Estado de derecho. Estamos en la situación más grave desde que se instauró la democracia en España.
Llevamos bastante tiempo con una tendencia creciente de desigualdad social; es una de las características de esta fase del capitalismo, en parte vinculado a la globalización, que ha hecho más ricos a los ricos y no ha distribuido la riqueza como se podía pensar. Entre otras cuestiones, porque el Estado del bienestar –mecanismo a través del cual se distribuía el crecimiento– se ha desmantelado. Estamos viviendo un renacer del Estado que yo llamo Estado industrial, vinculado tanto a la nueva política americana, con la Inflation Reduction Act, como a la de la Unión Europea, con la Autonomía Estratégica Abierta; ambas, con el objetivo de combatir la inflación y asegurar una autonomía estratégica suficiente en productos clave.
Es decir, por razones de seguridad, se busca desacoplar la actual dependencia que tenemos de China, especialmente con los chips y todo lo relacionado con el salto verde y digital de las economías. El problema del empleo de cara al futuro inmediato lo veo mucho más determinado por la tecnología que por el crecimiento verde. La IA y ChatGPT son una realidad que nos está demostrando ser capaces de hacer muchas cosas que en este momento hacemos los seres humanos. A diferencia de otras revoluciones tecnológicas, en las que sustituían trabajo humano, ahora también sustituyen talento humano. Y esto introduce un cambio radical. El impacto que la IA va a tener sobre el mercado laboral es muy superior al que puedan tener los impactos verdes, entre otras cuestiones porque una parte muy importante de los elementos constitutivos de la economía verde los traemos de China y está generando empleo ahí, no tanto aquí.
Lo más importante que tenemos por delante son las elecciones en Estados Unidos y si Trump va a volver al poder. Esto afecta, en primer lugar, a Ucrania y Rusia: Trump nunca ha hablado mal de Putin y siempre se ha congraciado con él, así que Putin está esperando que gane para que presione a Europa con el recorte del gasto militar para contribuir más al gasto de la OTAN y para entrar en una guerra comercial con Europa. Esa victoria puede llevar a Ucrania a una mesa de negociación en unas condiciones muy desfavorables y revelará que Europa no ha hecho los deberes creando una capacidad industrial como para defender a Ucrania sin Trump.
En segundo lugar, el frente chino: estamos en guerra fría tecnológica –todavía no comercial– y sabemos que la inmensa mayoría de los republicanos piensa que Ucrania es una distracción del escenario principal del conflicto (China). Si gana Trump, las tensiones con China se incrementarán en un momento en el que China va a empezar una senda de decrecimiento económico (el presupuesto en defensa ha crecido más que la economía y hay represión de figuras prominentes del partido).
Por último, veremos si el año que viene seguiremos todavía con Gaza, pero lo que ahí está pasando también es resultado de las políticas de Trump de hacer esa gran reconfiguración del escenario en Oriente Próximo. En un contexto europeo, las próximas elecciones también son importantes. Vamos hacia una Europa donde las fuerzas electorales menos europeístas, más negacionistas del clima, más xenófobas y contra la inmigración van a ser fuertes. Además, vamos a ver qué papel juega la IA y el lenguaje generativo en los temas de desinformación sobre esa campaña y cuántos populistas llegan a esas elecciones o cuánto condicionan, aunque no ganen, a los gobiernos.
Carmen Gómez-Cotta
@GomezCotta
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