Los marinos también lloran…

** Gente como uno .

/ Mónica Garza/

De los 15 marinos que iban en el helicóptero que se desplomó el viernes pasado, después del operativo que logró la captura del narcotraficante Rafael Caro Quintero, sólo un sargento sobrevivió.

Se encuentra muy grave, tiene sólo 30 años y ha vivido todos los días posteriores al desastre, completamente inconsciente, sedado, no sabe que ha sido sometido ya a 3 operaciones por múltiples fracturas, lesiones ortopédicas y estallamiento de órganos.

Hasta hoy sigue luchando por su vida, sin siquiera imaginar que el destino del resto de sus compañeros del helicóptero, quedó alineado en dos hileras, por orden alfabético, una de siete y otra de seis cuerpos encerrados en cajas que también contenían esa verdad que nunca encontrará consuelo.

Quien estuvo presente en ese primer momento en el que las familias se reencontraron con sus hijos o esposos muertos, envueltos en la bandera mexicana y dentro de ataúdes —que nunca se abrieron para un último adiós—, me cuenta que en ese salón inmenso de la Secretaría de Marina no cabía el dolor.

Y es que la Marina desplegó en horas un operativo de traslado desde cualquier punto donde se encontraran madres, padres, esposas e hijos, a la Ciudad de México para recibir los restos de su marino muerto y el homenaje en el Salón Candiles.

Me cuenta que no cabía el llanto de las madres en el edificio entero, al que llegaron temprano ese domingo, 13 familias que sumaban poco más de 70 personas, que se fueron aproximando a los ataúdes para reconocer al suyo por la fotografía que los coronaba.

Sólo había 13 de los 14 caídos, porque la familia de uno de los marinos que participó en el operativo de fuerzas especiales en Sinaloa, en cuanto recibió la noticia, exigió el regreso del cuerpo de su hijo directamente a su casa en el Estado de México.

No quisieron ceremonia, ni homenaje, ni reunión con el secretario Almirante José Rafael Ojeda. Y así se les concedió. Fue el único ataúd ausente.

Los demás, desde distintos puntos llegaron temprano a la Secretaría de Marina. Cada familia acompañada por una trabajadora social y ahí les esperaban psicólogos y médicos, intentando contener el impacto del inesperado encuentro con los héroes muertos.

Una esposa se lanzó directo a la fotografía, la tomó y enseguida se abrazó al sarcófago que no le permitieron abrir. Su llanto desgarrado contagió a todos los demás.

Comenzó el pase de lista, que incluyó al ausente. “Presente” gritaron con fuerza todos al escuchar su nombre. Se recitó el credo de las Fuerzas Especiales, seguido de la oración de las tripulaciones, en voz de un capitán que pronunciaba con firmeza:

“…Déjame morir de un solo golpe, y así como el ave herida que presiente su fin cercano, buscaré el abrigo en la montaña y buscaré el calor del bosque para posar ahí mis alas y morir con la mirada al cielo. ¡Señor, déjame morir volando!”… y entonces a la voz del capitán la quebró el llanto.

De los 14 marinos, 9 participaron en el operativo para atrapar al Capo de Capos:

Un teniente de fragata de 29 años, recién casado, a quien le lloraban su esposa y su madre; un segundo maestre de 35 años que dejó huérfanos a 3 jovencitos.

Un sargento que dejó a su esposa con tres niños; otro segundo maestre que dejó a una niña y un niño pequeños; un tercer maestre de 30 años dejó viuda a una joven y huérfana a una niña; otro tercer maestre, de la misma edad, dejó a su pareja con dos niños pequeños.

Todos rodeaban a sus féretros, menos a dos, que siempre permanecieron solos, sin flores ni llantos.

Uno, el de un tercer maestre cuya madre —inscrita como única derechohabiente— apareció en los registros como “ya fallecida”, y el otro, un cabo de 25 años, cuyos padres no se presentaron.

En el momento final cuando las familias se quedaron a solas con el secretario Almirante Ojeda, uno de los deudos tuvo el valor de tomar la palabra:

“Mi hermano siempre me dijo que sabía que podía morir de esta manera, y que lo haría orgulloso, pero nosotros queremos justicia”, dijo dirigiéndose al secretario de Marina.

Casi puedo adivinar lo que la palabra “justicia” en ese contexto debe de haber provocado en el Almirante Ojeda, algo así como navegar la ola tranquila y traicionera del tsunami que destruirá todo a su paso.

Porque quizá el tsunami llegue con toda fuerza con el reporte de las cajas negras…

Descansen en paz.

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