Cabalgando sobre el Tigre

Por Héctor Calderón Hallal

Al analizar la respuesta puntillosa de un presidente López Obrador al grupo de librepensadores que se dirigieron esta semana a él, con una prudente epístola, propia de una sociedad democrática, donde se supone que su autoridad se inspira no sólo en la opinión de los aliados políticos, sino también en la de sus críticos y opositores, para construir una obra de gobierno que sea síntesis de las aspiraciones del pueblo mexicano, hoy podemos resumir que el actual presidente está lejos de ser un demócrata y aun más, de poder ostentarse algún día como estadista.

Nos equivocamos… otra vez.

A la presidencia llegó un político común, como los de antes.

Un hombre con más defectos que virtudes, en quien ha aflorado en los últimos 19 meses de su vida, el auténtico espíritu ególatra y autoritario del que está provisto. AMLO posee esa soberbia oculta de los tiranos de antes… de los fascinerosos, magnánimos y prevaricadores de siempre.

Que no acepta la crítica cuando se equivoca; que se cree más listo y más digno que los demás y que cree, realmente así lo cree, que es un predestinado para encabezar “el cambio verdadero” o la salvación del mundo.

Porque el mundo es el que estaba equivocado… no él.

López Obrador se pasea ya muy orondo por todas las plazas del país, montado en el tigre con el que nos amenazó si no votábamos por él; y lo hace sin guardar el más mínimo recato sobre esa fiera que cree haber domado; sobre ese pueblo invencible que es el mexicano, al que difícilmente ya ningún político puede engañar dos veces, así se vista del ropaje que se vista y cante en el tono que cante.

Lo que ignora el político tabasqueño, es que esa fiera lo va a devorar con sus fauces, el día que el hambre la despierte y cuando se canse de escuchar reproches y culpas a los anteriores gobiernos, a los “conservadores”, a los “fifís”, a los empresarios “rapaces”, a sus “adversarios” y “malquerientes”, a los “turborreactores” de La Rumorosa y La Ventosa que “les roban el aire a los indígenas”… vamos… de echarle la culpa hasta… a los españoles “que nos saquearon” hace 500 años. ¡Qué ocioso!.

No hay un soporte argumentativo suficientemente válido, para apaciguar al tigre que a casi dos años de haberle brindado la confianza y traerlo “encaramado en el lomo”, no le ha resuelto en lo más mínimo lo que le prometió.

Han sido sólo poses, amedrentos, ninguna acción concreta. Sólo una narrativa construida la misma mañana en que la anuncia en cadena nacional… y la olvida por la noche.

No hay plan; no hay estrategia; no hay método ni orden; sólo buenas intenciones y una carga muy pesada de resentimientos y prejuicios políticos, cargada por él y por varias decenas de engendros pseudorrevolucionarios, militantes eternos de la amargura social, que en su vida han sabido lo que es levantarse temprano y cumplir con un horario de trabajo en una oficina o en una planta industrial; o lo que es presentar como es debido una declaración de impuestos; o lo que es esmerarse para cumplir con un trabajo a lo largo de 25 años para alcanzar el derecho a la jubilación.

Ese no es el lenguaje de los nuevos funcionarios “cuatroteros”; por el contrario, han despedido inmisericordemente a miles de burócratas y trabajadores en general, que estaban a punto del beneficio constitucional de la jubilación, para ocupar esos puestos con gente improvisada y afín a sus proyectos electorales. Se reitera: el tigre les cobrará muy pronto la factura.

Son recipiendarios circunstanciales del triunfo electoral, que le gente les dio por ser la única opción confiable hace dos años.

Y no era para menos. Ningún partido por el elector conocido, inspiraba confianza ya. Era el momento de darle la oportunidad al eterno opositor quejoso de voz chillante y balbuceante. Para ver qué era lo que traía.

En poco tiempo ya nos dimos cuenta: No traía nada.

Hoy su equipo anda realmente desesperado. No hay dinero público en las arcas, para garantizar la operación de la elección de 2021, a donde quieren imponer el triunfo de sus candidatos (de Morena), vía la “dispersión” de dinero público a sus programas de bienestar “prioritarios”: el de los jóvenes desempleados, el de sembrando arbolitos y el de los adultos mayores.

Mientras, ya recortaron en más de 18 mil millones de pesos, los presupuestos a las entidades federativas y las dependencias del administración pública federal, en programas tan sensibles como el de atención a víctimas del delito, a los programas de violencia intrafamiliar y contra la mujer y al de los niños con cáncer; sólo por citar algunos. Pero estos temas no les generan votos; así que no son dignos de voltearlos a ver.

Y como parte de la estrategia para volver a llamar la atención del respetable, ante esa paulatina caída en la credibilidad del gobierno de la “Cuarta Transformación”, han sacado a la luz pública sendos expedientes judiciales, para que los órganos jurisdiccionales mexicanos resuelvan, como muestra de su “compromiso con la lucha anticorrupción”; claro que sólo será con los casos que a ellos les interesa, donde no se pisen callos propios. Así entonces, los expedientes de Manuel Bartlett e hijo; de Napoleón Gómez Urrutia y de los Ackerman-Sandoval, en esta administración dormirán el sueño de los justos. Pero los vinculados a los de las administraciones pasadas, como el de Genaro García Luna y los más recientemente destapados ante la opinión pública, como el de César Duarte Jácquez, exgobernador priísta de Chihuahua y el más latente, el del también priísta, Emilio Lozoya Austin.

Este último llegó en las primeras horas de este viernes a la Ciudad de México, trasladado en un avión de la FGR y procedente bajo extradición de Madrid, España, para ser juzgado en nuestro país por los probables delitos derivados de actos de corrupción en transacciones con la empresa petrolera brasileña Odebrecht.

Estarán “lanzándole al tigre” los asesores políticos de AMLO a partir de este viernes, un caprino expiatorio vivo, cuya naturaleza no es del todo o exclusivamente culpable, en la persona de Emilio Lozoya Austin, pues ya se dieron cuenta que la fiera empezó a refunfuñar de apetito y quieren que permanezca apacible de aquí a julio del 2021, por lo menos.

Un tigre hambriento y sediento de justicia, ávido de explicaciones, que entre sus impulsos y su instinto, no distingue con precisión qué acto es justo y cuál no lo es.

Son los riesgos de un gobierno que aplica el modelo de justicia legalista, que no privilegia la razón y la teoría finalista. Un gobierno que considera a la aplicación de la legalidad como un fin en sí mismo y no como un medio para alcanzar la justicia.

Un presidente que, paradójicamente hace antología todas las mañanas y quizá hasta gobierna con el Evangelio y el Nuevo Testamento, pero que no obstante, su accionar punitivo está basado en el “ojo por ojo, diente por diente” del Antiguo Testamento.

Con ese chivo expiatorio que le aventarán al tigre hambriento sobre el que está montado AMLO, podrían ser invocados otros personajes, algunos de ellos constituidos en verdaderos “pájaros de cuenta”, situación que es lo deseable pero, desafortunadamente también podrían ser involucrados, por razón de las pesquisas, otros auténticos corderos de la vida pública nacional, de cuyo testimonio de honradez y humanismo, puede dar testimonio la sociedad mexicana que los ha tratado.

Mucho bien le hará por ejemplo a esta historia de ajusticiamiento político entre administraciones subsecuentes, para fines de pirotecnia mediática, que se emitieran citatorios, comparecieran y hasta fueran juzgados, el propio Enrique Peña Nieto, expresidente de México, en primerísimo lugar y como responsable mayoritario del desastre, así como a un Luis Videgaray Caso, responsable inmediato por ser quien llevaba el control de la chequera del gobierno; a un Emilio Gamboa Patrón, a un Manlio Fabio Beltrones, a un David Penchyna, a un Carlos Romero Deschamps. Todos estos por parte del PRI, por su indiscutible involucramiento en la configuración de la malograda “reforma energética”.

Pero también que se llame a cuentas y se juzgue de ser necesario, a los entonces senadores panistas Francisco García Cabeza de Vaca, Francisco Domínguez, Raúl Gracia Guzmán, Jorge Luis Lavalle, Salvador Vega Casillas; los entonces diputados panistas Ricardo Anaya, Luis Alberto Villarreal y al entonces senador del PRD, Luis Miguel Barbosa.

Se corren muchos riesgos en todo proceso de investigación penal; el más oneroso podría ser la equivocación o los actos de molestia, al involucrar a personajes inocentes, que también los hay en el sector político, aunque el lector lo dude.

Voy a citar a uno de los casos que, aunque no es precisamente santo de la devoción del suscrito, constituye uno de los pocos activos de la política mexicana, que ha sido congruente a lo largo de su desempeño en cargos públicos y de su vida en general, por lo que se ha podio comprobar; alguien que no se incluyó en la lista integrada líneas atrás, aun cuando seguramente será citado por razón de que fue el presidente del Consejo de Administración de Pemex, dada su condición de secretario de Energía (Sener)federal mexicano, cuando se presentaron los hechos presuntamente constitutivos de delito con la brasileña Odebrecht. Hay que decirlo de una vez. Se hace referencia a Pedro Joaquín Coldwell.

Un político al que han querido involucrar ya en este tema y que ha sabido aclarar a tiempo y con probanzas plenas, su desconocimiento de las “negociaciones” hechas por Lozoya Austin con los directivos de Odebrecht, por instrucciones precisas de la “superiorirdad”, sea en este caso representada por quien sea, si por Luis Videgaray o por el mismísimo Enrique Peña Nieto.

Hay abundantes versiones que coinciden en que fue Luis Videgaray el hilo conductor de la autoridad dada desde la silla presidencial.

Es congruente y certera la afirmación hecha por el exabogado defensor de Lozoya Austin, Javier Coello Trejo, en el sentido de que Lozoya “no se mandaba sólo, para hacer lo que hizo” (asunto de los sobornos).

Pero dos cosas son muy ciertas en este caso. Son digamos, dos axiomas, que no requieren comprobación:

Enrique Peña Nieto debe asumir la responsabilidad de haber confiado -y haberse rodeado- en personajes con los que interactuó mayoritariamente para hacer todo lo que le atribuyen que hizo, en el terreno de lo extralegal.

Luis Videgaray, Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Miranda, Aurelio Nuño, son gente estrictamente convocada por Peña Nieto para ocupar las altas responsabilidades que desempeñaron y que al final, resultaron traicionando la confianza del Presidente.

En esa misma comalada de funcionarios, aparece Pedro Joaquín Coldwell, que les lleva a todos los anteriormente citados, por lo menos 30 años de esplendor politico, habiendo ocupado todos los cargos habidos y por haber a excepción del de Presidente de la República y habiendo dejado en todos, a su paso, gratos recuerdos en la población a la que sirvió y en sus compañeros subalternos.

Pedro Joaquín Coldwell es uno de los políticos más completos del sistema político contemporáneo en México.

Llegó al gabinete de Peña Nieto por sus cartas de presentación intachables; pero es probable que el propio Presidente haya ignorado el perfil de honradez y de eficiencia con el que contaba Joaquín Coldwell, dado que se infectó muy pronto el mandatario originario de Atlacomulco, del virus de la frivolidad y la insensibilidad del poder. No lo aprovechó como es debido. Se dejó cercar –para mal- por Luis Videgaray, Osorio Chong, Luis Miranda, Aurelio Nuño, entre otros… y aquí están los resultados.

Pedro Joaquín Coldwell fue Gobernador de Quintana Roo a los 30 años; habría heredado antes de su padre una fortuna envidiable. No obstante su forma de ser modesta y prudente, le permitió vivir de su actividad como burócrata primero y como representante popular después, sin tener el mínimo perfil de corrupción, como se acostumbraba en esos tiempos en que empezó a ser protagonista de la política el joven Pedro Joaquín.

Hombre afable y sencillo, que contrastó siempre con la soberbia y la arrogancia de Videgaray, Osorio Chong, Nuño y Miranda. Y hay que decirlo con todas sus letras desde ahorita: que nunca se prestó a ninguna “transa” ni en CFE, ni en Pemex, ni en la propia Secretaría de Energía, de la cual fue titular.

Lozoya Austin acordó siempre de manera directa con Peña Nieto y Videgaray. Que quede asentado desde ahorita.

Porque a río revuelto en estos tiempos, podría haber más de un cordero que le avienten al tigre desde el “tentadero”, para deleite del respetable que también quiere sangre.

¿Pero qué queda de todo este tiempo de revoltura e incertidumbre?

Nos queda la vivencia como sociedad de que hemos hecho bien, al habernos dado la oportunidad de conocer cómo gobernaría ese sector de la izquierda que tanto buscó el poder durante por lo menos tres décadas.

Que hicimos bien en castigar a los malos gobiernos de los que se decían y se dicen profesionales del quehacer público o estadistas formales. Los niveles de corrrupción alcanzaron niveles máximos en toda su historia con esa administración de Peña Nieto. También –aunque no a esos niveles- durante las administraciones de Fox y Calderón, pero el noviciado, así como acontece hoy con AMLO y su administración, nos está saliendo demasiado caro.

La historia golpea a México en la cabeza con un ladrillo. Es el momento de recobrar la conciencia, hacer un control de daños y levantarnos de nuevo, en la búsqueda de un mejor sistema político; de una relación sociedad-autoridad mucho más productiva y orientada a devolverle a la población, su legítimo derecho a aspirar al progreso material, que al parecer también es satanizado desde la Presidencia de la República: “Para qué quieren dos pares de zapatos si con uno basta?

Pero nada se ha perdido para México. Aún es tiempo de reivindicar cuando nos toque estar frente a las urnas y reflexionar en silencio qué es lo necesita realmente México; un país de jóvenes, preparados y difícilmente manipulables con la retórica común.

En la búsqueda de un sistema democrático, nuestro país ha batallado, como todo lo que tiene valor; se sufe para alcanzarlo. No descuidemos que somos un país joven, con 199 años de edad.

Si no se tiene avidez por el progreso y la vida democrática, no se conocerá el verdadero éxito como nación. Y siempre hemos deseado los mexicanos eso, para nuestra patria: el éxito.

La sociedad mexicana ha tenido siempre el coraje para seguir a la razón y a su intuición simultáneamente. Y reconoce desde hace tiempo en el voto, el instrumento más eficaz para alcanzar una sociedad con mayores niveles de progreso material y humano.

Porque el verdadero tigre no amenaza al pueblo, porque es el pueblo mismo. El tigre siempre se vuelca sobre el tirano, sobre el incapaz, sobre el autócrata.

El tigre siempre termina devorando al gobernante magnánimo y déspota.

Escribe: Héctor Calderón Hallal
@pequenialdo
[email protected]

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