Ramón Ojeda Mestre
Nobleza obliga: antes de que empiece a revelar los oscuros secretos de antiguas y nuevas deidades y falsos probetas (no confundir con los falsos profetas), debo agradecer a un maestro extraordinario (al cual León Portilla admiraba), me refiero al maestro Héctor Gasparillo Zapoteco profundo conocedor del idioma Náhuatl, quien hace dos años exactamente recibiera premio nacional de educación indígena como Director de una escuela en las montañas de Guerrero. Usa varios pseudónimos para su labor pedagógica, por eso en el Facebook lo puede encontrar como Pepeche Bilingüe o como Yohel Catnodra en las magníficas clases que imparte por internet a cientos de esmerados maestros rurales, en los amplios programas de la UPN.
Bueno, pues dos siglos antes de que naciera este modesto y molesto tlacuilo escribidor de ustedes, un jesuita que me cae muy Oliver Hardy, y de nombre José Lino Fábrega, se robó uno de los libros más maravillosos de la historia de la humanidad, el Tonalamátl o Tonalpohualli, Yoalli Ehécatl, escrito (dibujado diríamos) entre los años 1200 y 1519 en la zona de la Mixteca. Este sacerdote, culto y uña larga, había nacido en Tegucigalpa, México, (en esa época lo que es Honduras, todavía era parte de México) y, para congraciarse con el más culto de los Borgia, se fué de obsequioso a Roma y después de hacer un estudio del Códice para adular “dedicato all’Eccellentíssimo e Reverendíssimo príncipe il signore cardinale Borgia questa “Esposizioni delle figure geroglifiche del Codice Borgiano-Messicano”,
Hay que recordar la expulsión de los jesuitas de España de 1767 fue ordenada por el rey Carlos III bajo la acusación de haber sido los instigadores de los motines populares de Esquilache, lógicamente, los corrieron también de la Nueva España.
Y por esas fechas llega el padrecito Lino Fábrega con esa maravillosa obra hurtada, hace su estudio magnífico del Códice al cual bautiza laudatoriamente como “Códice Borgia” y finalmente se olvidan del Tonalpohualli, y del padre Lino. al cual no hay que confundir con el famoso Padre Bruno, ni con los padres Tamaral y Carranco que fueron capturados, torturados, arrastrados y muertos por los enojadísimos Pericúes en el pueblo de Santiago en Baja California Sur, como lo cuenta con detalle el libro imperdible de La Rebelión de los Californios 1734 -1737 del Jesuita Sigisbundo Taraval por causa de abusos cometidos contra los californios, que sufrieron explotación, vejaciones, violación de sus mujeres, ofensas a sus culturas y creencias y asesinatos.
Por cierto, ese padre Tamaral fue quien recibió el primer Galeón de Manila en Cabo San Lucas, en aquel enero de ese mismo año de 1734 en que fue ajusticiado violentamente por los irritados pobladores originarios. Cuidado, Botón y Chicori han resucitado en la Gastélum, me dicen.
Bueno, pues esta historia truculenta o trucuveloz, pareciera no tener fin. De repente, el 22 de junio de 1803, llega a México Alexander von Humboldt y se pasa un año en nuestro país explorando y nutriendo su avidez científica, geográfica, ecológica, erótica y geológica. Ya soplaban los vientos de independencia en la ciudad de México donde se asentó. El inseparable amigo y compañero de viaje de Alexander von Humboldt, por México y el mundo, fue el gran biólogo Aimé-Jacques Alexandre Goujaud Bonpland, quien nació en Francia en 1773, pero murió en Argentina en 1858 en plena lucha política
Dice Jaime Labastida que autores como José Emilio Pacheco y Enrique Krauze han repetido “calumnias y estupideces”, como la de que el barón era un espía al servicio de Thomas Jefferson. Humboldt había escrito una carta a Jefferson sobre su interés de conversar con él sobre unos dientes de mamut que descubrió en los Andes. El presidente invitó entonces a Von Humboldt a Estados Unidos y el 4 de junio de 1804 cenaron en la Casa Blanca, donde, según un testigo, la plática versó sobre historia natural, y no acerca de política. ¿Cuántas cosas no conoció un espíritu indagatorio, muy culto y abierto como Alexander Von Humboldt acerca de México? Benito Juárez lo declaró en 1859 Benemérito de la Patria y el Presidente Guadalupe Victoria le concedió la ciudadanía mexicana en 1827 en reconocimiento a sus investigaciones en Nueva España. Humboldt salió de México, para nunca regresar, en Marzo de 1804.
Pero ya al año siguiente, estaba en el Vaticano hurgando, indagando, inspeccionando o investigando y en 1805 descubre que el Códice Borgia ya estaba en propiedad del Vaticano pues el Cardenal Borgia lo había “donado” a ese acervo impresionante. Algó pasó.
El Cardenal Borgia iba rumbo a París como invitado a la Coronación de Napoleón Bonaparte como emperador, en la ceremonia de Nôtre Dame en diciembre de 1804 en la que el Papa le entrega la corona y Napoleón se auto inviste. Pero no llegó.
Borgia, que iba acompañando al papa Pio VII para esa coronación, muere, sospechosamente, en el camino, en la ciudad francesa de Lyon a los 73 años. Pocas semanas después, Humboldt está revisando los tesoros de Borgia en Velletri y descubre y estudia el Códice mexicano. Insisto. Humboldt tenía escasas semanas de haber regresado a Europa después de años y descubre ese Códice Borgia tan famoso que hoy se guarda celosamente en la Biblioteca Apostólica de la ciudad del Vaticano.
¿Por qué hay tanta gente en México y en el mundo estudiando ahora el idioma Náhuatl? Por muchas razones científicas, académicas, culturales, esotéricas, ideológicas, identitarias, iniciáticas, antropológicas, sociológicas y, desde luego, but of course como dirían en Zongolica, Veracruz, por razones políticas muy profundas. Hay muchos lugares para aprender el Náhuatl en México, vea https://matadornetwork.com/es/donde-aprender-nahuatl-en-la-ciudad-de-mexico/ sin embargo, a este tecleador, le gustan más las clases por internet de los sábados del gran maestro rural de Tlamacazapa Héctor Gasparillo Zapoteco.
En fin, como dijo mi prima: una cosa lleva a la otra, ya nos acabamos el espacio y aún no explicamos el título de este textículo, pero quedamos en deuda con este asunto para la próxima. Si sobrevivimos a la Pandemia, usted y yo.
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