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Recogía su pelo con una gorrilla de lana, se vendaba el pecho y vestía una equipación holgada para ocultar que era una mujer y poder jugar al fútbol. Ana Carmona Ruiz (Málaga, 1908-1940) consiguió así lucir la camiseta del Sporting de Málaga hace un siglo, aunque cuando fue descubierta lo pagó con creces. “Si entonces estaba mal visto que un hombre practicase este deporte, imagínate una mujer”, razona el veterano periodista Jesús Hurtado.
Él rescató su figura cuando se propuso escribir la historia de otro equipo de la provincia, que plasmó en el libro 75 años de fútbol en Vélez. Empezó a recopilar todas las alineaciones, consultando a los protagonistas de la época quién se escondía tras cada apodo, hasta que se topó con Veleta. A partir de ahí todo fueron silencios, evasivas e incluso risas. “Cuando preguntaba por él, me daban un capotazo y cambiaban de tercio”, recuerda el locutor malagueño, quien se planteó por qué ocultaban su identidad.
“Llegué a pensar que callaban porque quizás era homosexual o un refugiado de guerra, hasta que me confesaron que habían sellado un pacto de caballeros. No, Veleta era una mujer, pero como jugaba mejor que nosotros la protegíamos, me respondieron. Hasta reconocían que habían aprendido de ella, pues tenía más técnica que los demás porque empezó a darle al balón desde muy chica”, comenta Hurtado. En ese momento comprendió el porqué de su apodo: “Cambiaba de mujer a hombre y viceversa, como una veleta”.
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En el Sporting de Málaga, en cambio, no tenía nombre. Cuando no estaba claro qué futbolista iba a disputar el partido, en las octavillas donde figuraban las alineaciones aparecía escrita una equis, aunque en su caso era para evitar que la descubrieran. “Algunos le tenían envidia porque les quitaba el puesto y se chivaban. Y cuando el público descubría que era una mujer, se paraba el encuentro, le escupían, la insultaban, la perseguían y le tiraban piedras”, añade este gran coleccionista de objetos futbolísticos.
Para quitarle su pasión de la cabeza, su familia la mandó con unos tíos a Vélez Málaga. Dejaba atrás el puerto donde su padre trabajaba como estibador y vio por primera vez cómo los marinos ingleses le daban patadas a un balón, así como la explanada que el salesiano Francisco Míguez convertiría en el campo del Sporting, que con su fundación permitiría a Nita Carmona iniciarse en el balompié. Al principio, le echaba una mano al masajista y lavaba las equipaciones en la casa de su abuela, hasta que logró meter un pie en el equipo.
“Iba al campo cuando no había nadie y empezó a practicar sola. O aprovechaba que llevaba la ropa para chutar mientras no llegaban los jugadores. Le cogió más tiento al balón que algunos que solo jugaban los domingos, porque en aquella época no entrenaban”, explica Hurtado. “Como era buena, si faltaba alguien el cura la dejaba jugar, aunque también salía en la segunda parte si había un lesionado”. El padre Míguez también la sacó de algún apuro, pues llegó a ser detenida por la policía y pasó por el cuartelillo.
Además, le raparon el pelo, le pusieron multas y la castigaron encerrándola en su casa. De hecho, en la única foto que posa con la plantilla del Vélez C.F. lleva el cabello corto, por lo que no tuvo que recogérselo y ocultarlo con una gorra, algo que en la época no llamaba la atención porque algunos jugadores usaban boina para proteger la cabeza de las correíllas que cerraban el balón de cuero. Hurtado la considera una pionera: “Su historia no fue la de la primera mujer que jugó al fútbol, sino la de la primera mujer que se vistió de hombre para poder jugar al fútbol”.
Su biógrafo y autor del blog Velezedario cree que fue la primera “infiltrada”, lo que despertó suspicacias no solo en los rivales, sino también en las propias filas del Sporting de Málaga. No tanto por ser una mujer como por robarles el puesto o por desempeñarse en el campo mejor que ellos. “Era alta, fornida y dominaba el juego aéreo. Mediocentro bregadora, sabía orientarse y pasar el balón. Con gran derroche físico, hablamos del clásico pulmón que repartía juego y, de vez en cuando, metía un gol”, la define Hurtado.
Aunque en el Vélez nadie la delató, la Federación Sur y la Junta local de árbitros estrechó el cerco, al tiempo que los guardias vigilaban que no saltase al campo. Pese a que los compañeros de su segundo equipo guardaron su secreto durante años, cuando regresó a su ciudad abandonó el fútbol porque ya era demasiado conocida. Antes de morir de tifus exantemático epidémico a los 32 años, pidió que la enterrasen con la camiseta del Sporting de Málaga. Sus colegas se hicieron cargo de los gastos del funeral de Veleta, quien años después recuperó, gracias a Jesús Hurtado, su nombre: Ana Carmona Ruiz. Anita. Nita.
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