Jugando con la estabilidad

SOBREAVISO

/René Delgado/

Es tal el tumulto de iniciativas políticas, diplomáticas y legislativas; la falta de solidez, cohesión y propuesta de los partidos y sus alianzas; el desgarro de la catástrofe sanitaria y los enredos electorales que, cuando esa maraña madure en su complejidad, puede generar un cuadro imposible de controlar por los actores políticos y, entonces, colapse la ya de por sí frágil estabilidad política, social y económica.

Fanfarronadas o no, luego será muy difícil dominar tales variables o argüir haberlas dejado correr sin calcular su efecto. Jugar con una baraja de problemas, al modo de una ruleta rusa, no entusiasma y sí, en cambio, puede animar el hartazgo ante una clase política incapaz de encarar en serio el desafío ante el cual se encuentra el país. Una circunstancia difícil de remontar y fácil de complicar.

El número de frentes abiertos en estos días no se corresponde con la habilidad, los recursos, la capacidad, el tiempo y los cuadros requeridos para atenderlos y resolverlos y, en tal condición, pueden provocar un siniestro superior al hasta ahora conocido.

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Si antes de concluir el año pasado, el inventario de problemas recomendaba concentrar la energía y el esfuerzo en resolver o atemperar los prioritarios a fin de evitar que, con las elecciones, se agravaran, se hizo lo contrario: se amplió el catálogo de embrollos.

Morena, el partido sin movimiento, en vez de subsanar la crisis de la cual venía y curar las heridas dejadas por la disputa de la dirección, se fue sin red de protección a seleccionar candidatos a las gubernaturas, ahondando su crisis y división. Sin darlas a conocer, supuestamente aplicó encuestas para designar a los abanderados y tiene problemas, al menos, en siete de las quince entidades que renovarán su gobierno. En algunos casos resintiendo fracturas (Cristóbal Arias en Michoacán); en otros sosteniendo a candidatos impresentables (Félix Salgado Macedonio en Guerrero); y en algunos más postulando perdedores para apoyar con socarronería a personajes siniestros de otra fuerza política (Ricardo Gallardo en San Luis Potosí). Casos que no agotan la inconformidad y el malestar en las filas de Morena, por la forma en que Mario Delgado condujo la designación de candidatos.

Falta por ver cómo resuelve Morena la ambición de cuando menos 82 diputados que quieren reelegirse, pero podrían ser 232. Falta eso, y la propuesta política. Es fácil decir “continuar la cuarta transformación”, pero a ésta se le atravesó la pandemia y, sin un ajuste profundo al proyecto original, hablar de “continuar” es tanto como postular la terquedad como divisa. Eso sin hablar de su alianza con el Verde que, lejos de distinguirlo del resto de los partidos, lo iguala al hacer de la política una mercadería.

Del lado opositor, la situación no es mejor. No hay propuesta y, en el colmo del pragmatismo sin dirección, Acción Nacional no descarta recoger a los suspirantes frustrados de Morena para postularlos como candidatos de la alianza con el PRI y el PRD. Esa alianza no “va por México”, va por lo que pueda y, por lo visto, puede poco. Tan poco que, al menos, Acción Nacional ya entró en pleito con Movimiento Ciudadano en Jalisco, haciendo sentir que el partido liderado por Clemente Castañeda no es opositor porque no se ha aliado a ellos. Por favor. La alianza opositora ya asumió la idea presidencial de estás conmigo o en mi contra. Cero matices: blanco o negro.

Por si algo faltara, al conjunto de los partidos lo tienta la idea de incorporar la campaña de vacunación a la campaña electoral, usándola como ariete para golpear al adversario o sacar ventaja. Qué importan el dolor y el sufrimiento provocados por la epidemia, si se les puede sacar raja política.

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Ir a unas elecciones determinantes con la dimensión de las que vienen exigiría contar con partidos sólidos y cohesionados, pero también con árbitros y jueces a la altura de la circunstancia.

En el caso de los árbitros, algunos consejeros quieren participar en el juego y no sólo silbar y marcar faltas; otros, cuidar los detalles del concurso sin asegurar la parte sustantiva; y algunos más, cumplir no tanto con el electorado como con el padrino que los sentó en la mesa de ese órgano. Son unos cuantos los consejeros comprometidos con arbitrar con objetividad el juego. Ninguno en sugerir providencias mayores si la crisis sanitaria amenaza la campaña o la jornada electoral.

En cuanto a los jueces, el principal de ellos es irrescatable. Antes de iniciar el concurso quedó descalificado y, aun con la campaña lanzada para restañar el prestigio perdido, el Tribunal está hundido.

Con esos árbitros, jueces y partidos se va al concurso donde estará en juego la mitad del poder en la República, el curso final del sexenio y el destino nacional.

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El Ejecutivo, a su vez, lejos de distender la atmósfera contribuye a su enrarecimiento.

Quiere desaparecer los órganos autónomos y, en el radicalismo de la idea, anula la posibilidad de reformarlos. Replantea la relación con Estados Unidos a partir de desplantes y desaires con tinte gallardo, ignorando que en la asociación con el vecino se cifra el rescate de la economía. Deja avanzar la idea de reformar al Banco de México como si fuera una travesura, a sabiendas del peligro al cual se expone al banco central. Repudia los límites establecidos a la expresión presidencial, exigidos antes por él en calidad de opositor. Resiste reajustar su plan original a causa de la epidemia y, así, frustra la posibilidad de darle perspectiva al país.

No ayuda ni se deja ayudar el presidente de la República.

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De seguir por donde van, los actores políticos terminarán por poner en peligro la estabilidad… y no les falta mucho para llegar.