Francisco Cabral Bravo
Anestesia es un acto médico controlado en el que se usan fármacos para bloquear la sensibilidad táctil y dolorosa de un paciente, sea en todo o parte de su cuerpo, y sea con o sin compromiso de conciencia.
Así, bloqueada de sensibilidad contra la corrupción, se encuentra el cuerpo de la sociedad mexicana. Este bloqueo no es en todo el cuerpo y espero que no sea con el compromiso de nuestra conciencia.
Hay partes que aún muestran dolor por esta práctica tan profunda en el sistema político-económico-social de nuestro México.
Ya señalaba Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”, las repetidas “inmoralidades” con las que el régimen post revolucionario se fue forjando.
Anestesiados, escuchamos que en todo México, hoteles, centros de negocios, residencias millonarias y ranchos pertenecen al gobernador, al senador, el diputado, al alcalde.
Anestesiados vemos como políticos de todos los partidos amasan fortunas multimillonarias.
Anestesiado somos testigos de que los contratos de obra, compras y servicios que adquieren municipios, estados y gobierno federal, benefician a los amigos y familiares de los poderosos. Leemos de jueces que venden sus fallos.
Somos una sociedad “aceitada” para que los acuerdos “transiten”. Verbos y adjetivos tatuados en la piel de lo que somos y cómo hacemos las cosas. Tatuados a pesar de la pobreza extrema y lacerante.
¿No se ha preguntado usted hasta cuándo dirigimos: podéis ir en paz, la pesadilla ha terminado?
Ruego al lector que me permita expresar que quien no cuenta que ha fracasado alguna vez, es un gran perdedor.
Así las cosas, aprovecho este espacio para compartirles desde mi perspectiva, la reflexión del filósofo esloveno Slavoj Zizek, la que me llevó a pensar más sobre México, sobre como aquí, entre nosotros, hace rato también que la imaginación política anda de capa caída. Lo nuestro a lo largo de los últimos 35 años ha sido una agenda “que quizá empezó como visión grande”, pero que con el tiempo se fue convirtiendo en una lista de tareas a completar.
Lo que a mí, y me atrevería a decir que al país entero no sigue faltando, es una visión ambiciosa y, al mismo tiempo, concreta que nos inspire, nos aporte un vocabulario común y sea capaz de movilizar la energía métodos en pos de un objetivo compartido. Algo así cómo lo de Martín Luther King, de soñar y trabajar por un país de iguales.
La última vez que México tuvo un sueño grande fue cuando Salinas: ser un país desarrollado. ¿Hoy que tenemos? ¿Cuál es el norte en concreto? ¿Queremos ser potencia nueva? ¿Queremos ser un país de verdad, de igualdad? ¿Queremos destacar internacionalmente en algún campo? ¿Queremos liderar alguna causa global?
Pendientes y desafíos nos sobran, en otros altísimos niveles de pobreza y desigualdad, y un sistema de justicia aún por armar.
El tema, más allá de la voluntad política de los que hoy nos gobiernan y de las escasas capacidades institucionales de los que disponen, es de dónde va a salir la energía social para acometer con éxito los relatos que enfrentamos.
Pensar que todo esto va a lograrse con puras estrategias de control vertical y deseos resulta no sólo peligroso, sino sobre todo ingenuo.
Hace falta convencer e inspirar, no sólo mandar.
Una de las apuestas desde el inicio del sexenio ha sido transformar y convertir al ahora Banco del Bienestar, antes Bansefi, en una institución con todas las capacidades y potencia para ser el medio en donde dispersar la mayor cantidad de recursos de los programas sociales, lo que no se ha logrado aún, pero sobre todo competir y dar el servicio a quienes hoy no son atendidos por la banca comercial.
Ya tienen dos años construyendo sucursales por varios municipios del país, ahora se le sumará la tarea de impulsar parte del trabajo que ya hacían en el pasado y que por alguna razón se frenó y es ir por los migrantes.
El Banco del Bienestar y su titular Diana Álvarez enfrentarán el gran reto de tener todos los sistemas listos para identificar a migrantes y a trabajadores del sector turístico y zonas fronterizas que vayan a cambiar sus dólares en efectivo, para cumplir con todas las medidas de Prevención de Lavado de Dinero, sistema en general que les ha costado mucho a los bancos comerciales y que son áreas a las que destinan hasta 200 personas para analizar los reportes que se generan de operaciones inusuales, relevantes o preocupantes, además de inversiones importantes para tener sistemas de alerta y prevención al día, y cumplir con todo lo que les requieren la Unidad de Inteligencia Financiera de Santiago Nieto o la Comisión Nacional Bancaria y de Valores en el área de PLD de la que se encarga Sandro García Rojas Castillo.
Aunque ya el titular CNBV, Juan Pablo Graf, aseguró que no recibirán un trato preferencial, ni ven mayor riesgo, lo cierto es que el trabajo que tienen por delante es relevante, si es que en realidad el banco abrirá cuentas a migrantes, trabajadores del sector turismo y en zonas fronterizas que lleguen con sus dólares en efectivo a cambiarlos.
En este espacio, publiqué que es muy grave cuando en un país se fragmenta la conversación en cachitos. Me refiero a que en lugar de tener una sola conversación nacional en la que se expresa una diversidad de voces y opiniones a partir de hechos y datos concretos y verificables, se produce el ruido de intercambios tan numerosos, como los grupos interesados en colocar su propia información alternativa.
Cada quien, entonces, es propietario de su propia verdad. Cuando en el foro público caben distintas realidades que no se sustentan en evidencia, estamos en problemas.
Permítame referirme a la pobreza.
Durante muchos años en este país se midió de maneras distintas. La realidad era una, claro, pero la interpretación y mediciones eran tan diversas, que era difícil tener una conversación ordenada sobre el tema. Teníamos metodologías de medición al gusto de los comentaristas o analistas, los cuales se alineaban a distintas discusiones. Así, era difícil formular una política pública coherente.
Los gobiernos anteriores se beneficiaban del río revuelto. Porque la medición estaba al servicio de sus intereses, no de la realidad.
Nos costó trabajo llegar a un acuerdo sobre cómo medir la pobreza. A partir de él, la conversación se ordenó. Éste es un hito en la historia de nuestras políticas públicas.
Y no creo exagerar. Así, pusimos las bases para una sola conversación, pero que no implicó necesariamente consenso.
Al contrario. Se pusieron sobre la mesa modelos distintos para abordar el problema.
Surgieron disyuntivas: ¿Focalización o atención universal? ¿Transparencia de recursos o acceso a servicios públicos de calidad?
Y toda la gama posible de grises y combinaciones, dentro de ese aspecto del blanco y negro. Se generaron conversaciones con disenso, plurales. No las que se fijan desde el poder, con una sola interpretación de la realidad.
Dos instituciones son centrales en la medición de la pobreza y la evaluación: el INEGI y el Coneval. Estos órganos potentes del Estado mexicano se conformaron, curiosamente, en los años del “período neoliberal”, como lo llama nuestro presidente. Son potentes porque tienen capacidad de asir la realidad a través de instrumentos técnicos y científicos. Y porque cuentan con profesionales de alto perfil haciendo la tarea que tienen encomendada.