Jenn Díaz.
Escritora.
Imagina que no puedes vivir en la equidistancia sin que te pase factura. Que la inercia te favorece, que el ‘statu quo’ no es una amenaza para tu existencia.
Imagina que vives en un mundo sin amenazas. Que puedes interpretar la realidad sin múltiples derivadas. Imagina que la interseccionalidad te parece una absurdidad, una palabrota moderna. Que tú eres más de hablar de meritocracia que no de interesecciones. Imagina que siempre eres de los que decide los criterios de la meritocracia que defiendes. Imagina que no te cuesta nada conseguir los méritos. Imagina que nunca formas parte de los colectivos que sufren violencia estructural. Que no das importancia a las discriminaciones sistémicas. Que te parecen una tontería. Imagina que puedes moverte por el mundo sin descifrar las intenciones de los que te encuentras por la calle cuando vuelves a casa. Que nunca has sentido que te han escogido por cuestiones que no tienen que ver con tu valía personal o profesional. Imagina que cuando hablas, tus interlocutores te escuchan.
Imagina que tu identidad no necesita la aprobación ni la validación de nadie que no seas tú. Imagina que no hay ninguna ley que se haya diseñado para protegerte a ti y a los que son como tú porque no te hace falta. Que no hay un puñado de leyes que te permiten reclamar tus derechos, porque los garantiza el sistema. Que eres el centro de todas las leyes. Que todas las leyes hablan de ti, incluso las que no te nombran de manera explícita. Imagina que eres tú el que hace las leyes. Que siempre las has hecho.
Imagina creer que la calle, las instituciones, los horarios, la organización, el mercado o tu casa son espacios neutrales. Imagina que no quieres ni de derechas ni de izquierdas. Ni feminismo ni machismo. Imagina que no puedes vivir en la equidistancia sin que te pase factura. Que la inercia te favorece, que el ‘statu quo’ no es una amenaza para tu existencia. Imagina que siempre ganas. O que no eres nunca el que más pierde. Imagina que lo que todos consideran la normalidad es tu experiencia. Que no has de modificarla para encajar. Que no necesitas malabarismos para que te acepten. Que siempre estás en el centro, incluso cuando no adivinas que hay uno. Imagina que no estás nunca en los márgenes de la sociedad. Imagina vivir de espaldas a los márgenes. O que ni tan solo los has visto de cerca. Imagina, ahora, cómo es vivir en ellos.