Ucrania, ayer y hoy

Isabel Turrent

Así como cuenta Mikhail Bulgakov en su maravillosa novela La Guardia Blanca, situada en Kiev, la capital de Ucrania, al final de la Primera Guerra Mundial en 1918, es ahora la atmósfera en la ciudad en enero de 2022. Hace un siglo, como hoy, la familia de los Turbin (tan reales para los ucranianos, para quienes los personajes literarios son presencias tan vivas como quienes salen hoy a aprender a usar ametralladoras los fines de semana frente a un potencial invasor) se había refugiado en su casa, alrededor de la estufa de mosaicos azules, en la mesa, con el samovar listo para el té, rebanadas de pan con mantequilla, salchicha y pastel. Y ahí desfilan todos: el desertor que se va con los soldados alemanes que abandonan Ucrania a su suerte, el soldado aterido, los hermanos Turbin que salen a jugarse la vida sin saber a quién obedecer y los cosacos amenazantes que bombardean la ciudad.

Todos sentían, como ahora, una amenaza indefinible y soterrada, la queja de una nación angustiada tratando de resguardarse. Lo cierto, concluye Bulgakov, es que conforme 1918 se acercaba a su fin, la amenaza de peligro se sentía cada vez más cercana. No sería la última vez. En los treinta les cayó encima Stalin que masacró a millones de ucranianos matándolos de hambre o en el Gulag y dejó a Ucrania sin defensas militares en 1941. Kiev cayó rápidamente en manos de los nazis. Antes de irse en 1943, los alemanes dinamitaron la ciudad y la dejaron en ruinas. Todo esto se reconstruyó, nos decía la guía cuando en 1985 recorrimos el paseo Kreschatik en el centro de Kiev. Y apenas una sombra de la bella y cosmopolita ciudad que Bulgakov describió en su novela.

El país transitó, ocultando la complicidad de muchos ucranianos en el genocidio de los judíos en los cuarenta y, a pesar de su riqueza agrícola y minera, en medio de la carestía, signo de la economía centralizada soviética, hasta la desaparición de la URSS. Desde entonces, Ucrania ha luchado por defender su soberanía política y la modernidad económica.

Una batalla difícil. Entre la espada y la pared. Entre el gobierno del presidente ruso Vladimir Putin, que no sólo ha inventado el mito de un imperio eslavo posdemocrático con un destino propio que incluye a Ucrania, sino que está decidido a aplastar las revoluciones democráticas de colores en Europa del Este, como la que los ucranianos que desean formar parte de la Unión Europea (UE) escenificaron hace unos años. Para evitarlo, en 2014 invadió Crimea, parte de Ucrania, e infiltró a mercenarios rusos en la rica región del Donbass.

Y la pared de la tibieza de Europa y Estados Unidos, siempre renuentes a incorporar a Ucrania a la OTAN o la UE. Y así, a la vuelta de la historia el país ha regresado a 1918. Con 100 mil soldados rusos en sus fronteras que amenazan invadir el país, el nuevo gobierno alemán en retirada -porque depende del gas que importa de Rusia-, y el presidente Biden tratando de formar una alianza y elaborar una estrategia eficaz frente al Kremlin.

Las demandas de Putin son tres: exige que la OTAN entierre su política de puertas abiertas y prometa no expandirse más; que renuncie a proteger a sus aliados -sobre todo a los países que formaban la esfera de influencia soviética- con misiles de mediano y largo alcance, y poder de veto sobre maniobras militares y despliegue de tropas de la OTAN en Europa oriental.

Ese es su estilo: confrontar a sus oponentes con un muro en apariencia infranqueable. Pero siempre hay resquicios para negociar. Todo mundo sabe que Ucrania no será jamás parte de la OTAN. Lo que Occidente debe obtener a cambio es la posibilidad de un acuerdo que le abra al país las puertas de UE.

Darle la vuelta al chantaje ruso de dejar a Europa sin gas y subrayar los costos que tendría para el Kremlin invadir Ucrania. Costos altísimos que deben estar en el primer lugar de la agenda de Putin. Por eso no ha invadido. Lo más probable es que ordene una operación de “falsa bandera”: mande mercenarios a Ucrania e invente que son soldados de la OTAN que pretenden destruir a Rusia.

Biden y los líderes europeos enfrentarán uno de esos escenarios históricos donde se mide el tamaño de los estadistas.