/Sara Lovera/
SemMéxico, Cd. de México, 17 de abril, 2022.- Murió una mujer. Rosario Ibarra de Piedra, cuya palabra fue y es más fuerte que el viento. Trascendió los años y las vicisitudes. Ninguna como ella, se levantó contra los poderes, en tiempos de persecución, incomprensión y silencio, derribó todas las puertas para expresar no su dolor, sino su infinita capacidad para interpelar la injusticia.
Como hoy, sin su presencia física, ella hizo de la ausencia de su hijo, Jesús Piedra Ibarra –desaparecido en 1975- , una bandera permanente en favor del derecho, la justicia y la disidencia democrática, su condena fue, es cabal y su congruencia indiscutible. Una mujer indómita durante 40 años, tuvo una vida de lucha ilimitada por la justicia, la verdad y la libertad.
Ese es su mayor legado. Nos dejó en claro que la fortaleza de una mujer no reside en ser víctima, sino en transformar esa distorsionada imagen con la de la convicción, tenacidad y crítica sostenida. Creativa y con resultados. Su tarea permitió la recuperación de 500 desaparecidos. Para ello transgredió el mandato que para las mujeres significa la maternidad y, si bien padeció una tragedia irreparable, ello la lanzó a una búsqueda incansable – como la que ahora hacen las madres buscadoras-, y la inició cuando en 1973, su hijo fue detenido, al margen de todas las disposiciones legales, bajo la acusación de pertenecer a un grupo armado. Sus captores, lo desaparecieron en 1974, es hora que hoy se conozca la verdad. Más de 190 mil desapariciones que según la ONU, sólo tienen 36 carpetas judicializadas.
Cuando el Senado de la República le otorgó la Medalla Belisario Domínguez, -octubre de 2019-, medalla que le devolvió a Andrés Manuel López Obrador, escribió: “Estos señores del poder quisieron borrar todo rastro de sublevación y rebeldía, pero no pudieron. Siempre queda algo, siempre hay alguien que prosigue por la brecha para seguir abriendo los caminos. Nosotros, entonces, supimos que no podíamos buscar a los nuestros sin pelear también sus batallas, teníamos los mismos motivos y las mismas justas razones para hacerlo”.
Esa es, era Rosario, una suerte de combinación del dolor y de convicción. Una mañana, larga, en el Parque México me dijo que las luchas individuales no pueden tener éxito si no se expanden. Me explicó, cuando yo la cuestionaba, y cuestionaba con mi infinita ignorancia, que estaba fortaleciendo el papel de las madres, de las oprimidas… ¡No¡, me recriminó, y me dijo: sí, esta es una madre, pero una que entiende que el poder arrasa a todos y todas, sí a un hijo, si con dolor, pero ese hijo me abrió un enorme camino, no de dolor sino de exigencia. Pronto “supe que éramos muchas” y pusimos a los ingratos poderosos en la picota.
Años después, durante la toma de Reforma en 2006, ya convertida en una figura política, que transitó los pasillos del Congreso y después de haber recorrido el país, de haber creado el Comité Eureka, de haber acumulado experiencia social, me dijo, que a la represión, la desaparición forzada, la violación a los derechos humanos, la tortura, la violación, la apropiación de los cuerpos, todo eso era resultado de un sistema depredador que sumió a millones de mexicanos y mexicanas en la pobreza, el desempleo, la exclusión social, el fraude y las triquiñuelas políticas, violaciones a los derechos, económicos y sociales.
Ella, que bailaba y apreciaba la vida, que reía y nunca dejó de hablar como norteña, directa y concreta, fue, es, ejemplo porque nunca dudó en decirle al poder y los poderosos cuánto hicieron y hacen pretendiendo cegar el más sagrado de los derechos: el de la libre expresión, ese derecho de hablar y hacer.
Ese octubre de 2019, en la misiva que su hija leyó en el Senado, expresó una clara advertencia:
“Señor presidente, Andrés Manuel López Obrador, querido y respetado amigo: No permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa.
“Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento –la medalla Belisario Domínguez- y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares, y con la certeza de que la justicia anhelada por fin los ha cubierto con su velo protector”.
Recordó que por más de cuatro décadas el Comité Eureka “ha transitado azorado por el terror oficial, sintiendo el dolor de saber cautivos y torturados a nuestros seres queridos, recibiendo como tremendas bofetadas en la cara la palabra hueca, la declaración engañosa o el discurso falso”.
La quiero recordar con su sentencia imperecedera: “el mal gobierno mexicano, transgrediendo todas las leyes, privo de su libertad, de su dignidad y de justicia a nuestros familiares, desparecidos políticos. La violencia alcanzó a nuestras familias completas, arrasó con poblados enteros donde se detuvo a todos los hombres y mujeres viejos que, por casualidad, portaban el mismo apellido de alguno de los insurrectos que eran buscados y perseguidos.
“Estos señores del poder quisieron borrar todo rastro de sublevación y rebeldía, pero no pudieron. Siempre queda algo, siempre hay alguien que prosigue por la brecha para seguir abriendo los caminos.
Este 16 de abril a sus 95 años voló al infinito. La jefa de las doñas, la abanderada contra cualquier represión, la de las infinitas huelgas de hambre, la capitana de las buscadoras, las de ayer y las de hoy. Las de las y los desaparecidos. Rosario vive.