/ Denise Dresser/
Aquí estamos, inquietando, interpelando, incomodando. A usted, señor presidente López Obrador. A ustedes, acosadores, violadores, abusadores, jueces, peritos, policías, diputados, gobernadores y demás miembros del Estado patriarcal. Aquí estamos, crujiendo por otra mujer asesinada a balazos, otra madre con el alma partida, otra hija desaparecida. Ese destino que, como escribe Alma Delia Murillo, parece inevitable cuando naces mexicana y tu acta de nacimiento registra “sexo femenino”, como prefacio a una vida llena de violencias. Como la que alcanzó a Cecilia Monzón, activista de Puebla que se suma a la lista del horror. “Se mata a mujeres en la cara de la gente”, canta Vivir Quintana. Así es. 20 años de desaparecidas. 20 años de feminicidios. 20 años de un Estado indolente y ausente.
Porque la vida de una mujer vale poco. Así lo documentan los textos del libro Mexicanas en pie de lucha: reportajes sobre el Estado machista y las violencias, escrito por algunas de las periodistas más rigurosas del país. “Si una política pública no está en el presupuesto es demagogia”, y en los últimos tres sexenios, los hombres de poder han hecho mucha demagogia. Alabando a las mujeres en el discurso, pero desprotegiéndolas en la realidad. En este sexenio esperábamos tiros de precisión, pero hemos padecido una bola de demolición.
Otra vez, no somos prioridad, y lo reflejan los recortes a los programas de género, la cancelación de las estancias infantiles, los números del presupuesto. En 2019 había 129 programas dirigidos exclusivamente a mujeres, y en 2021 quedaban sólo 39, con fondos reducidos. De los más de 6 billones de pesos del Presupuesto de Egresos del 2020, el gobierno “feminista” apenas destinó 2% al Anexo 13, la partida presupuestal que debe ser utilizada para disminuir las brechas de género. El Inmujeres -que tiene como razón de ser la rectoría de la política pública de género- sufrió un recorte de 35%. No basta aprobar un Sistema Nacional de Cuidados, si tres años después no tiene un peso para operar. No es suficiente manifestarse en contra de la violencia, cuando en 2020 recortaron 73 por ciento el presupuesto para investigar delitos cometidos en contra de las mujeres.
A cambio, a un universo desconocido de mujeres se les entrega un monto bimestral de 1,600 pesos bimestrales. Eso equivale a oro cambiado por espejitos. A apoyos institucionales sustituidos por repartos clientelares. A la privatización de un servicio que era público. A no entender el retroceso que trajo consigo la pandemia para quienes perdieron el empleo y la autonomía económica, para quienes acabaron encerradas con su acosador, para las que ahora tienen que pagar por el cuidado privado de sus hijos.
Aquí estamos, reclamando a gobiernos del pasado, y del presente. Como respuesta a las demandas, recibimos la descalificación presidencial. Como reacción a las marchas, enfrentamos vallas y gases y golpes. Ante los dichos machistas del Presidente o el apoyo a Salgado Macedonio o el nombramiento de Pedro Salmerón, está el silencio de Luisa María Alcalde, Rocío Nahle, Alejandra Frausto, Nadine Gasman y Tatiana Clouthier. Tener un gabinete paritario no es avance feminista, si todo el poder lo concentra y lo amasa y lo ejerce un solo hombre, desentendido de lo que le pasa a las mujeres del país que gobierna.
Que tomen nota los hombres de la autodenominada 4T: las mujeres no estamos organizadas contra este gobierno. Y que también hagan caso a quienes les da más rabia una pared pintada que una joven asesinada, como Fátima de 12 años a quien le cortaron el cuerpo cerca de 90 veces, le dislocaron los hombros, las muñecas y los tobillos, le sacaron un ojo, le tiraron los dientes y fue violada vaginal y analmente. La nuestra es una batalla milenaria por la equidad y contra las violencias; las de antes y las de los últimos años. Lo que queremos es parar la crisis que arrebata a once mujeres al día.
Seguiremos poniendo nuestros cuerpos como arma desafiante, en las marchas, en los Zócalos, en los edificios de gobierno. No nos detendrá ningún machista en el poder. Somos las insurrectas de la revolución social del siglo XXI. Somos Claudia, somos Esther y somos Teresa. Somos Ingrid, somos Fabiola y somos Valeria. Somos la niña que subiste por la fuerza. Somos la madre que ahora llora por sus muertas. Y somos esas que te harán pagar las cuentas.