Por: RAFAEL ROJAS
Un recurso a la mano del autoritarismo en América Latina, desde hace más de un siglo, es negar que exista tradición democrática en la región o afirmar que la democracia es ajena a nuestra cultura. En México, de manera insólita, el tópico ha reaparecido en el discurso presidencial por medio de reiteradas alusiones a que aquí “nunca ha habido democracia”. Hasta ahora, es decir, hasta la llegada de AMLO y Morena al poder.
A diferencia del discurso presidencial de la izquierda suramericana, donde la historia de la transición democrática de fines del siglo XX está muy presente, en México se percibe una subvaloración, cuando no negación, del fin del régimen de partido hegemónico y presidencialismo ilimitado, entre 1996 y 2000. Un cambio, con antecedentes precisos en las reformas electorales de 1977, 1986 y 1993, pero que se verificó entre los últimos años de Ernesto Zedillo y los primeros de Vicente Fox.
José Woldenberg, primer presidente del Instituto Federal Electoral, entre 1997 y 2003, cuando aquel organismo se autonomizó de la Secretaría de Gobernación, es la memoria viva de ese cambio. Su último libro, La democracia en tinieblas, es una invitación al recuento institucional y jurídico del tránsito mexicano y una recapitulación ágil de sus pasos sucesivos, hasta llegar a la naturalización de la alternancia en el poder en las últimas décadas
Woldenberg, primer presidente del Instituto Federal Electoral, entre 1997 y 2003, cuando aquel organismo se autonomizó de la Secretaría de Gobernación, es la memoria viva de ese cambio. Su último libro, La democracia en tinieblas (Cal y Arena, 2022), es una invitación al recuento institucional y jurídico del tránsito mexicano y una recapitulación ágil de sus pasos sucesivos, hasta llegar a la naturalización de la alternancia en el poder en las últimas décadas.
De cuatro elecciones presidenciales, en lo que va del siglo XXI, tres han producido alternancia en el poder ejecutivo, y muchas más han generado las contiendas para gobernadores o las legislativas a nivel federal o estatal. La formación de mayorías absolutas, como las que predominaban en el autoritarismo priista y presidencialista, es cada vez más difícil. Ése es el saldo pluralista real de la transición.
Woldenberg atina a argumentar las diferencias entre ambos procesos, a pesar de su coincidencia en el tiempo. No existe, de hecho, una interrelación causal o compensatoria entre la apertura económica y la política en el México de los 80 y 90, ya que la democratización respondió a una presión de demandas desde abajo, más que a decisiones desde arriba, donde la prioridad era la reforma económica
Lamentablemente, como argumenta Woldenberg al inicio de su libro, aquella transición no sólo comienza a ser negada en los discursos políticos hegemónicos sino que ya se ve revertida, en algunos aspectos, por cambios y giros jurídicos que tienden a la concentración y perpetuación del poder. En sintonía con esos dos avances, se ha instalado en la esfera pública un clima de cuestionamiento del propio status conceptual de la “transición”, que se confunde históricamente con el de “periodo neoliberal”.
En varios momentos de su libro, Woldenberg atina a argumentar las diferencias entre ambos procesos, a pesar de su coincidencia en el tiempo. No existe, de hecho, una interrelación causal o compensatoria entre la apertura económica y la política en el México de los 80 y 90, ya que la democratización, en buena medida, respondió a una presión de demandas desde abajo, más que a decisiones desde arriba, donde la prioridad era la reforma económica.
De ahí la importancia que otorga Woldenberg a la reconstrucción del itinerario legislativo y partidista de la transición, pero también a las fuentes intelectuales de aquel proceso. La última parte de este libro tan oportuno está dedicada a glosar libros indispensables para discernir la historia de la democratización en México, en las últimas décadas del siglo XX. En algunos casos, libros, que se remontan a los años 60 y 70, cuando el proceso democrático es adelantado por las luchas estudiantiles y sindicales.
Comenta el clásico de Pablo González Casanova, La democracia en México (1965), para llamar la atención de que entonces como ahora las “estructuras de poder” no responden únicamente a las instituciones del sistema político. Discute también otro clásico, Por una democracia sin adjetivos (1986) de Enrique Krauze, donde concuerda en lo central, aunque diverge en cuanto al liberalismo. Pero también se acerca a estudios más recientes (El federalismo electoral (2008) de Jacqueline Peschard o Cómo hicieron la Constitución de 1917 (2017) de Ignacio Marván), que ayudan a comprender el tránsito mexicano en la larga duración.