Ahora, insultos y acusaciones. ¿Dentro de poco, balazos?

* ROMÁN REVUELTAS RETES

En este país no habíamos vivido parecido clima de crispación desde los tiempos, ya lejanos, en que las cosas se resolvían a punta de pistola, ya fuere que los liberales se enfrentaran en el siglo XIX a los conservadores, que en la conflagración estallada en 1910 se levantara Zapata en armas contra Madero, que Carranza mandara matar al Caudillo del sur y que fuera luego asesinado, que Francisco Villa muriera en una emboscada instigada (presuntamente) por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles, que el propio Obregón cayera fulminado por las balas de un fanático cristero y, en fin, que todo este berenjenal llegara a su fin gracias a que el fundador del Partido Nacional Revolucionario, antecesor del PRI, buscara instaurar un sistema edificado en la institucionalidad y no en los oscuros intereses de los caudillos.

Más de siete décadas duró aquel orden hasta que el mito fundacional de la mentada institucionalidad se trasmutara en una maquinaria aparejada formalmente para abrirle las puertas a las fuerzas opositoras, algo que aconteció al ganar Vicente Fox las elecciones presidenciales en el año 2000. No llegó el panista a ajustar cuentas ni se dedicó a barrer la casa como para cambiar de fondo usos y costumbres, inamovibles en los hechos por el arraigo que habían cobrado luego de años enteros de prácticas corporativistas y políticas clientelares.

El antiguo régimen priista creó instituciones y fortaleció la estructura pública, es cierto, pero también se dedicó a agenciarse la adhesión de los votantes a través de un nefario asistencialismo. Felipe Calderón no emprendió tampoco una cruzada en contra de sus adversarios políticos. Su posible belicosidad se manifestó meramente al responder, utilizando las fuerzas de seguridad del Estado, al apremiante requerimiento de asistencia que le solicitó un gobernador perredista sobrepasado por la violencia criminal en Michoacán.

Ahí fue donde se declaró la “guerra” y a partir de ese momento, al implementarse acciones que implicaban a las Fuerzas Armadas en otras entidades de la República, fue cuando comenzaron también a multiplicarse los “muertos de Calderón”.

Esos cadáveres de mexicanos caídos en el combate a la delincuencia fueron mucho más numerosos en el sexenio de Enrique Peña, miren ustedes, un presidente que pretendió repeler la impopularidad de su antecesor desvinculándose del combate frontal al crimen —es decir, ignorando olímpicamente un morrocotudo problema— con el resultado de que la situación no hizo más que empeorar. Hoy, hay más muertos que nunca (en tiempos de paz, o sea). El Ejército está más en las calles que nunca.

A los delincuentes les son ofrecidos “abrazos”. Pero los opositores, los críticos y los disidentes son calificados de “traidores a la patria”, entre otras lindezas. Es decir, pareciera que ellos, y no los otros, son los enemigos. No van a merecer pronto balazos, ¿o sí? Román Revueltas Retes [email protected]

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