/ Denise Dresser/
14/11/2022/ Xalapa, Ver.- En 2017 escribí un artículo demoledor sobre el INE. Se llamó “Copa rota” y en él señalé todos sus vicios, todas sus omisiones. Cómo el Consejo General se había partidizado y politizado. Cómo no había fiscalizado lo suficiente ni sancionado lo necesario. Cómo la institución parecía estar sorda, ciega y muda ante la tropelía de trampas cometidas por todos los partidos.
Incluso exigía la renuncia de Lorenzo Córdova, para poder encarar la crisis institucional que atravesaba la autoridad electoral. Y sigo creyendo que el INE, así como el sistema partidista, requieren reformas para funcionar mejor. Pero reconozco que mi crítica en aquella coyuntura era demasiado impaciente, demasiado estridente.
Cargué sobre el INE culpas y responsabilidades que no le correspondían. Minimicé la mala actuación de los partidos y sus esfuerzos por controlar a la institución que los multaba. Pero más importante aún, no entendí que ese INE imperfecto y caro era preferible a su destrucción.
El domingo pasado que marché, rodeada de ciudadanos variopintos, tanto de derecha como de izquierda, comprendí la dimensión de la transición mexicana y la magnitud de lo logrado. Entendí el valor de la manifestación pacífica que permite ejercer el derecho a la discrepancia, el derecho a la preocupación, el derecho a la aspiración.
Al escuchar el discurso de José Woldenberg, aprecié la importancia de defender lo conquistado. El peligro en el cual el antiinstitucionalismo lopezobradorista nos ha colocado como país. Por un lado, si las críticas que se hacían hace cinco años al INE, al INAI, a la CNDH, a la Cofece, al Ifetel hubieran conducido a construir una institucionalidad más robusta y más autónoma, probablemente AMLO no hubiera encontrado apoyo para su bola de demolición. Pero por otro, quizás muchos de nosotros exigimos excesivamente en muy poco tiempo. Nos ganaba la urgencia de acabar con el viejo régimen, cuando no habíamos prestado la suficiente atención a cómo reemplazarlo; con qué reglas, con qué personas, con qué instituciones.
Caminábamos sobre cenizas y semillas, parafraseando a Héctor Aguilar Camín. Y a veces, los pequeños arbustos plantados desde los noventa nos parecían pequeños, insuficientes, poco frondosos. Ahora entiendo que son mejores al llano en llamas que López Obrador ha encendido desde Palacio Nacional.
Y por ello no tiene sentido entrar en este momento a un debate sobre lo bueno, lo malo y lo feo de la reforma electoral planteada por el Presidente. Reconozco algunas propuestas interesantes, pero también resalto la intencionalidad. El objetivo del partido/gobierno no es negociar, fraguar consensos, forjar cambios aceptables entre todas las fuerzas políticas, como ocurrió con las reformas de 1994 y 1996. El objetivo es controlar al árbitro, desnivelar el terreno de juego, romper la equidad, y quedarse con la mayor cantidad de poder que pueda. Regresarnos a la era del viejo PRI rebautizado como el nuevo Morena. Regresarnos a la época “del presidencialismo opresivo, de elecciones sin competencia ni opciones auténticas, de poderes constitucionales que funcionaban como apéndices del Ejecutivo”. Mucho ha cambiado desde entonces. Quizás no lo suficiente para nosotros los juzgadores maximalistas, pero sí lo imprescindible para llamarnos una democracia germinal.
Abrazo, entonces, uno de los calificativos que López Obrador usa en estos tiempos para denigrar a cualquiera que lo contradiga. Admito ser “conservadora”. Sí quiero conservar el patrimonio común de un sistema electoral erigido por muchos luchadores sociales de mi generación. Sí quiero asegurar que México no vuelva a una institución electoral alineada con el gobierno. Sí deseo conservar la posibilidad de un INE capaz de garantizar la imparcialidad en todo el proceso electoral. Sí quiero preservar las destrezas profesionales y los conocimientos adquiridos por parte de quienes hacen al INE posible. Sí quiero conservar mi credencial de elector, constatar que corresponda con mi nombre en el padrón, votar por un candidato de cualquier partido sin saber de antemano quién va a ganar. Sí deseo conservar la heterogeneidad y el pluralismo y la coexistencia y las garantías.
Como escribe Robert Heinlen, el mundo está dividido entre quienes quieren ser controlados y quienes no tienen ese deseo. Y yo, como los miles que marchamos el domingo, quiero conservar mi libertad