/ Eduardo Sadot /
Hoy los mexicanos seguiríamos conmocionados por el atentado contra el compañero periodista Ciro Gómez Leyva, si se hubiese consumado el artero crimen, pero no se consumó, sin embargo, no por no consumarse deja de conmocionarnos, al menos a los periodistas o a cualquier persona clasificada como adversario y sentenciado desde Palacio Nacional. En lo particular la fecha será imborrable, pues es la primera posada y mi cumpleaños, saber lo cerca que estuvo de ser asesinado, ver la intención de los asesinos a sueldo, por quienes tomaron la decisión para evitar que “ le pueda salir a uno un tumor en el cerebro” y para evitar ésa fatalidad, lo mejor era asesinarlo. Hoy a muchos les atormenta “el temor de un tumor en el cerebro” y por eso actuaron, a otros nos atormenta la facilidad de ser asesinados, incitados al asesinato desde Palacio, dentro de unos años diez, veinte o más, será recordado como un crimen de Estado no consumado, o no consumado hasta el momento, porque el odio que animó al asesino sigue vivo y alentado diariamente igual, contra todo lo que desentone con la dictadura mexicana actual.
Cómo describir las sensaciones de Ciro, escuchar detonaciones desde tan cerca y saber que eres el blanco, la consciencia de indefensión e incapacidad de repeler la agresión, por no contar con un arma, ni con nadie que la tenga para defenderle, frente a la mano doblemente criminal, traicionera y ventajosa cumpliendo con la consigna desde Palacio para “evitar tumores”. Un Ciro, indefenso, esperando la mano de Dios o de la suerte o de algo o alguien fuera de su camioneta que le salvara. Y lo salvó. Ciro vio cara a cara a la muerte, encarnada en ese tipo cubierto, cobarde e insensible que accionó el arma, junto con sus cómplices, otros iguales a él que cobrarían por ello, o quizá como sucede en esos casos de asesinatos, después son ejecutados.
La sombra de la muerte que no el rostro detallado, se asomó dos veces a través de los cristales de su camioneta, primero la indefensión y la consciencia de la fragilidad de estar expuesto, la desesperanza de buscar con la mirada algún salvador… nada, solo los disparos y el sonido – que seguramente en esos momentos no se escucha – del motor de una moto y un vehículo arrancando a toda velocidad. Y Ciro, en el aturdimiento del momento sin saber aún si se está vivo, o si se está viviendo en realidad su muerte y no ha hecho consciencia de si se está vivo aún o si así es la muerte, pensando que se está vivo, a dónde dirigirse, a su casa y exponer a los suyos sin protección, no, acudir al amigo o conocido más cercano en busca de ayuda, de protección, de auxilio, o como periodista, quizá en busca de un testigo al menos que describiera lo que le estaba sucediendo, llegado al lugar, seguramente el miedo consecuencia de la consciencia del riesgo pasado, la gravedad de los hechos, la atormentante pregunta de quién, y por qué, y la respuesta de saber que en México solo hay una persona con ése poder, con ésa maldad con ese odio y resentimiento, con la suficiente perversión para ordenar un crimen y esconder la mano. Para después pronunciar las palabras del protocolo, el estribillo para la prensa “investigaremos hasta sus últimas consecuencias” sin consecuencias. Sucederá lo mismo que si le hubiesen asesinado, nada ni nadie fue el culpable, ojalá me equivoque, sino es que a estas horas, quien disparó ya está muerto, y con ese argumento, con ésa versión, terminará el cuento. Aunque con ello se asesinara, la tranquilidad de muchos compañeros periodistas. Mientras en Palacio sigue el discurso amenazante de odio, para ver quien sigue. En tanto los distractores de Palacio, ahora la Corte y así transcurre éste gobierno.
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