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/ Sarai Aguilar Arriozola /
El perfecto manual del macho victimizado, bien podría ser el título del próximo best seller de Luis Rubiales, el suspendido presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), quien, tras el escándalo por el beso no consensuado que dio a la jugadora Jennifer Hermoso, pasó en su discurso de victimario a víctima. Claro, acompañado de machos incondicionales.
No importó que el video fue visto por millones de personas, ni la transmisión en vivo en la que Hermoso afirma que no le agradó el beso pero “qué podía hacer”. En pocos días, Rubiales decidió retornar a su posición inicial, cuando tildó de idioteces las acusaciones en su contra. Pues si bien había ofrecido unas disculpas que sonaban más bien a justificación, al asegurar que se trató de “un momento de máxima efusividad” y “sin ninguna mala fe”, tanto el propio presidente español Pedro Sánchez como buena parte de la opinión pública fueron claros en condenar su conducta y plantear que una persona así no tiene por qué estar al frente del balompié ibérico.
¿Y cual fue la reacción de Rubiales? La de todo agresor. Dejar caer sobre la víctima el peso de la responsabilidad, generar culpa por el destino que se cernía sobre él y, si esto no funcionara, mentir abiertamente, al reseñar un diálogo imaginario en el que la jugadora habría dado su aprobación al “pico” que le propuso. Y de esta narrativa, Rubiales pasó luego a la ofensiva denunciando un “asesinato social”, para luego enfilar sus baterías hacia el “falso feminismo” al que calificó de “lacra.
¿Por qué habría de asombrarnos la actitud de Rubiales? ¿Acaso no ha sido la respuesta histórica de los violentadores sexuales? ¿Acaso no les ha comprado este recurso la ley y la sociedad desde siempre? Basta con recordar la defensa de los violadores de la Manada, violación grupal acontecida también en España en 2016. En esa ocasión, los violadores intentaron que se tomara en consideración un informe elaborado por ¡detectives privados! a petición de la defensa sobre la vida de la joven posterior a la agresión, con el fin de demostrar que la víctima no se observaba lo suficientemente “traumatizada” como para alegar que había sido violada.
Rubiales arguye que solo fue un “piquito”, igual que los jueces italianos que apenas el mes pasado absolvieron a un hombre de agresión sexual argumentando que su manoseo a una menor duró apenas 10 segundos.
Y claro, por último, la cereza de los tiempos: culpar al feminismo de su linchamiento. Porque dentro del manual del macho victimizado la culpa no es de él sino del movimiento que defiende a las mujeres de abusos como el suyo.
Lo triste es que lo hacen porque les funciona. Porque ahí estuvieron comunicadores españoles la primera semana poniendo en duda el abuso y analizando cada cuadro del video para tratar de justificar que “no era para tanto”. Al menos la primera semana la selección varonil no se atrevió a dar posicionamiento alguno. Porque el pacto patriarcal esté vigente y se puede constatar con los aplausos en la Asamblea extraordinaria en la que Rubiales anunció que no dimitiría y que incluso demandaría. Entre los aplaudidores estuvo Jorge Vilda, el entrenador de la selección femenil cuyo campeonato pasó a segundo término. Sí, aplausos de hombres que anteponen sus privilegios y se cuidan entre agresores.
Pero sobre todo, ahí estamos toda la sociedad, que no hemos logrado cambiar la dinámica de las agresiones sexuales. Como siempre, la víctima tiene que demostrar que no es responsable del abuso. Tiene que romper con esos asquerosos chistes de “hasta le gustó” y con los reproches de que “ es una exagerada”.
Hoy hemos decidido que contra el abuso nuestro silencio no será nuestra defensa sino el alzar la voz y tirar a gol con todo contra la agresión. Nunca más callar.