** Sin tacto .
/ Por Sergio González Levet /
Leyes van y leyes vienen para ordenar que los animales en casa, las mascotas -por lo general perros y menos gatos- sean tratados con cuidado, vivan bien alimentados y en espacios adecuados. Por normas legales no hemos parado como sociedad, y ahora hay reglamentos de todas layas que garantizan una vida cómoda y segura para los mejores amigos del hombre y para todas las especies que pasan su vida al cuidado de sus amos… en teoría.
Ya he puesto en alguna ocasión aquí el dato de que en el Puerto de Veracruz hay unos 50 mil perros domesticados y en la capital Xalapa sobreviven 100 mil canes de casa.
Cualquiera pensaría que todos esos perritos y perritas y perrotes y perrotas viven de lujo, con aire acondicionado en el calor y calefacción en el frío; el cazo de la comida repleto de croquetas siempre y el del agua con líquido potable permanente; juguetes y carnazas para que jueguen y se entretengan; espacios agradables para correr a gusto y ejercitar los músculos de la quijada y de las patas; con visita al veterinario cada mes para que les pongan vacunas y les procuren los cuidados preventivos necesarios…mimados por sus amos, que no tienen para ellos más que arrumacos y apapachos.
Pero no.
Resulta que esos 150 mil perros, que podríamos considerar jarochos porque tienen una residencia efectiva aunque no hayan nacido todos acá, la pasan por lo general mal, muy mal.
Un amigo que se dedica a entrenar perros me confiesa que la mayoría de las personas que tienen una mascota en casa no tiene idea de cómo tratar a los animales.
—Se necesita más que el antojo de tener un perro en casa —me explica—, porque su cuidado requiere una capacitación especial, mucho esfuerzo y una buena inversión en el mantenimiento. Considera por ejemplo lo que cuesta un bulto de croquetas, las visitas a la clínica veterinaria, los cortes de pelo, los baños, las desparasitaciones, las vacunas, el tributo a los paseadores… es una pequeña fortuna en verdad.
Tener perro se considera un signo de status y por eso muchas gentes que sienten que mejoraron su condición económica -sea cierto o no- piensan que como ahora perciben que subieron algún peldaño en la escala social deben tener una mascota, “como lo hacen los riquillos”.
Van entonces y compran un perrito, o lo adoptan, o lo recogen de la calle. Y ahí empieza la cantaleta: primero hay que llevarlo a bañar y a que le quiten las pulgas y todos los parásitos que trae, comprarle la perrera, la camita, la cobijita, los juguetes y los platos; después hay que adaptar un espacio para él, que considere su territorio.
Pero resulta que en la casa hay un jardín minúsculo en el que no cabe el pastor alemán o inglés o belga que se nos ocurrió traer a casa.
Ahí nos damos cuenta de que cometimos un error. Entonces el animal se la pasa solo, con hambre y frío, lloriqueando y ladrando con furia a cuanto pobre mortal se le acerca.
Tener perro no es cosa sencilla, y mantenerlo callado es una verdadera cruzada.
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