Fuerza o consenso.

/ Por Inocencio Yáñez Vicencio. /

Para algunos la política es una acción concertada con miras a resolver los problemas de interés general y según Finley, nació en la Grecia Clásica entre los siglos VI y IV a. C.; para otros la política está en la naturaleza del hombre y la relación de mando y obediencia en que, de acuerdo con esta versión, se remonta a la relación padres e hijos, al mando derivado de la fuerza, la astucia, la gloria, el heroismo, la virtud, la herencia…

La experiencia de autogobierno griega es muy diferente a la democracia moderna. En la primera, los problemas comunes se deliberan, discuten, consensan, acuerdan y deciden directamente mientras que en la segunda se enfrentan por representantes nombrados expresamente para ello.

La historia de esta última concepción de la política es la historia por el consentiniento de la relación de mando y obediencia. Desde tiempos inmemoriales se planteó la necesidad de hacer del mando algo impersonal. El dilema del gobierno de leyes frente al gobierno de los hombres tuvo ese propósito. Llegar al mando a través de la ley fue una carrera larga. Su presencia fue intermitente. Las capas exclavistas intentaron entre ellos regirse por un mando impersonal, es decir, por leyes, para limitar el ejercio de la función, pero si no eran hombres libres, no tenían derechos.

Con el régimen de servidumbre y vasallaje, la relación de mando era de señor a siervo y de vasallaje. Es hasta la desintegración del régimen feudal en los siglos XVI y XVIII, que aparece una forma de dominación liberal-burguesa, donde la relación de mando y obediencia deja de ser personal y se realiza predominantemente por medio de la ley, es decir, ya no manda un amo ni obedezco a un amo. Es un sistema fetichista, porque formalmente es una relación pero realmente es otra. Las propiedades de mando se trasladan de la persona a la institución. Este fue un salto gigantesco.

Durante la Revolución norteamericana y la Revolución francesa la burguesía se reunió en una Asamblea para deliberar sobre importantes asuntos pero sacó del debate el tema de la propiedad privada sobre los medios de producción, junto con otros asuntos necesarios para aparentar una libre contratacion, aduciendo un origen natural, sacro absoluto y por tanto intocable. De estas asambleas constituyentes emanaron leyes supremas que, en principio, no podían ser alteradas por los poderes constituidos, pero en Estados Unidos se inventaron las enmiendas, en otros países un Poder Reformador, aquí el Constituyente Permanente, que con una mayoría calificada lo puede todo. Esta Constitución es el límite del marco en el que los poderes constituidos se pueden mover, para ir más allá hay que modificar la Constitución.

Que los gobernantes únicamente puedan llevar a cabo lo que establece la ley Suprema y las leyes qué de ella resulten, es un avance en la lucha por racionalizar el poder político. Pero si el poder formalmente tiene asiento en el Estado, en la realidad no deriva de otra cosa que de la correlación de fuerzas, condensado en leyes y disposiciones. De esa correlación de fuerzas va a depender que un gobierno se incline por ir adelante o hacía atrás en la racionalización del poder. Lo que esto muestra es que las clases y fracciones de clase dominantes no pueden someter a las clases sociales subalternas sólo por la fuerza, necesitan de su consentimiento y lo logran recubriendo el mando de una clase social sobre otra como si fuera el poder de todos, como si fuera del Bien Común.

Para que quienes gobiernan tengan identidad con los gobernados, los primeros, ahora son electos por los segundos y asi, tanto las leyes como los hombres y mujeres que ordenan, lo hacen en nombre de nosotros, esto es, como si fueramos nosotros. Por eso se ha gastado mucha tinta para convencernos que ei Estado no es más que el poder político institucionalizado o la sociedad política y jurídica organizada, para que lo vamos como una identidad neutral, siendo que el poder no tiene asiento, porque finalmente, las leyes no serian más perder político congelado y las políticas públicas poder en movimiento, expresión de la correlación de fuerzas.

Quien llega al poder estatal, llega con una camisa de fuerza que no está del todo en las leyes que lo racionalizan sino en los llamados factores rales de poder.
La dominación capitalista no sólo cuenta con partidarios internos, externamente cuenta con tanques, aviones, misiles, bombas, para acudir a aplastar todo lo que se mueva en su contra. Sólo una crisis como la del 2008-9, abriría la posiblidad de suprimirla.

Lo importante es tomar conciencia que mientras las fuerzas del capital buscan que las elecciones no sean más que un ritual para que sintamos que los que nos gobiernan salen de nuestras entrañas y por lo tanto siembren la esparanza de que hagan cosas a nuestro favor.
Lo que realmente hacen las elecciones es legitimar a los que van a ejercer un mando que viniendo del elector no es más que un mando acotado más que, como se nos hace creer, por las leyes, está acotado por los poderes reales.
El margen que tiene el elector es escoger entre quienes ofrecen un ejercicio más racional del poder político y quienes ofrecen un ejercicio menos racional del poder, lo que es peor, ser seducido por la propaganda y demagogia populista.

El populismo, nos dice Federico Finchelstein: es un péndulo ideológico, pero algunos rasgos centrales se mantienen constantes: una visión de la política extremadamente sacralizadora; una teología política que considera que sólo los seguidores de un líder que esencialmente se opone a las élites ( mafias ) ; la idea de que los antagonistas políticos son enemigos del pueblo, traidores potenciales ( que empieza demandando judicialmente y se pasa de la difamación al exterminio), el concepto de un líder carismático que encarna las voces y los deseos del pueblo y la nación en su totalidad y que los disidentes no son más que basura que hay que barrer; un brazo ejecutivo fuerte combinado con el desdén discursivo y a menudo práctico de los brazos legislativo y judicial; las campañas por intimidar al periodismo independiente: un nacionalismo radical y un énfasis en la cultura popular; un apego a una forma de democracia autoritaria.

Para Federico Finchelstein, estos son los rasgos del populismo:

1) La adhesión a una democracia autoritaria, electoral, antiliberal, que rechaza de palabra la dictadura.
2) Una forma extrema de religión política.
3) Una visión apocalíptica de la política que presenta los éxitos electorales, y las transformaciones que esas victorias transitorias posibilitan, como momentos revolucionarios de la fundación o refundación de la sociedad.
4) Una teología política fundada por un líder del pueblo mesiánico y carismático.
5) La idea de que los antagonistas políticos son el antipueblo, a saver: enemigos del pueblo y traidores a la nación.
6) Una visión débil del Imperio de la ley la división de poderes.
7) Un nacionalismo radical.
8) La idea de que el líder es la personificación del pueblo.
9) La identificación del Movimiento y los líderes con el pueblo como un todo.
10) La reivindicación de la antipolítica. Hacen política atacando la política. Ellos se sitúan fuera de la política.
11) La acción de hablar en nombre del pueblo y contra las élites gobernantes.
12) Presentarse a si mismos como defensores de la verdadera democracia y opositores a formas reales o imaginarias de dictaduras y tiranías.
13 La idea homogeneizadora de que el pueblo es una entidad única y que, una vez el populismo convertido en régimen, ese pueblo equivale a sus mayorías electorales.

Por estas razones debemos de votar contra el populismo de Morena, porque significa un retroceso en la lucha por racionalizar el ejercicio del poder político.
Morena con su populismo nos lleva de vuelta al ejercicio personal de poder.
Por una limosna o una dádiva no podemos sumarnos a la pandilla de de sinvergüenzas que actualmente nos gobiernan.

Volvamos por el camino de la ley, la transparencia, la rendición de cuentas, la division de poderes y de elecciones equitativas.
Por la vía de la democracia formal lleguemos a la democracia real.