¿Qué hemos hecho para merecer esto? .

Escrito por Lucía Melgar.

Si el catastrófico seudo-debate presidencial del domingo pasado hubiera sido un debate escolar, estarían todos reprobados. La candidata oficial, por sus afirmaciones falsas y denostaciones de la candidata opositora sin siquiera llamarla por su nombre; ésta, por su incapacidad de demostrar si representa un proyecto de nación distinto y claro; el candidato naranja, por su frivolidad.

Ante el desdén por la ciudadanía interesada en propuestas de solución a los graves problemas del país, podemos preguntarnos cuál es la finalidad de un encuentro (por así llamarlo) donde se intercambiaron más insultos y ataques que argumentos, y se perdió la oportunidad de contrastar propuestas y definiciones claras.

Claudia Sheinbaum, además de atacar a Gálvez, adoptó el papel de buena alumna de López Obrador, con datos mentirosos, la obligada descalificación al PRIAN (que no es lo que representa Gálvez) y una desmedida (y falaz) alabanza de su propio gobierno, sin pizca de autocrítica.

Como niña de primaria ansiosa de reconocimiento, enunció una lista de dudosos premios a su administración de la capital, ignorando que la vida cotidiana aquí se ha vuelto más difícil por la deficiencia del trasporte público, la falta de agua, la contaminación y la inseguridad.

Consecuente con su desprecio hacia las mujeres, no solo eludió responder a preguntas sobre la condición de éstas, mintió acerca del descenso del feminicidio (menor al 8%), se inventó una impunidad cero, surrealista en este reino de la injusticia, evitó mencionar las desapariciones y violaciones en ascenso o la ineptitud de la fiscalía, que no ha contribuido a resolver casos de violencia vicaria y abuso sexual infantil, ampliamente conocidos.

Ni siquiera por haber gobernado la ciudad pionera en despenalizar el aborto se atrevió a pronunciar esta palabra. Para eludir la deleznable política migratoria del régimen, mencionó como receta la necesidad del “humanismo” y pasó rápidamente al sonsonete “hay que atacar las causas”. Dejó claro, desde luego, que, de llegar a la presidencia, continuará con la misma política que ha ahondado la normalización de la violencia y la crisis de derechos humanos.

Xóchitl Gálvez, por su parte, expresó interés por las mujeres, la niñez, las poblaciones LGBTTQ+ , migrante e indígena, expuso algunas medidas positivas para mejorar la salud y la educación desde la primera infancia, pero apenas rozó la superficie de los problemas.

Apostar por la tecnología sin tomar en cuenta las desigualdades regionales y sociales, insistir en la continua expansión de pensiones y becas, sin explicar mejor cómo se financiarán, sin proponer una reforma fiscal; incluir en su proyecto a poblaciones marginadas sin aludir, por ejemplo, a la falsa inclusión populista de éstas, es insuficiente.

En vez de demostrar que ella no representa al PRIAN (todos obviaron al PRD) y que es en gran medida una candidata ciudadana que ofrece una salida distinta, se enfrascó en descalificaciones repetitivas de la administración y la insensibilidad de “Claudia”, aunque le funcionó el mote que le puso a ésta, su “frialdad” no es lo más preocupante.

¿Por qué no explicó que una política social no se reduce a transferir recursos, que exige construir instituciones y servicios eficientes?, o ¿por qué no aclaró que ni el presidente ni Sheinbaum “dan becas”, que se trata de recursos públicos? Incluso, ¿por qué se dejó atrapar en la retórica de que el gobierno debe dar más y más pensiones, en vez de garantizarnos bueno servicios de salud y educación, o de agua potable?, para mencionar un problema acuciante.

De una candidata opositora se esperan propuestas que contrasten con las recetas del régimen. Si se atrevió a decir claramente que los militares deben regresar a los cuarteles, ¿por qué no expuso mejor su proyecto de país sin miedo? Difundirlo en documentos aislados no basta.

Del candidato naranja, Maynez, cuyo papel oscila entre tirarle al régimen y atacar a Gálvez, podernos rescatar que al menos mencionara el derecho a decidir – y no deja de ser paradójico que ninguna de las dos mujeres hablara claramente de este asunto de justicia y salud pública- pero mostró muy bien que no tiene nada que ofrecer.

A dos meses de las elecciones, el dilema para la ciudadanía crítica es claro: ¿queremos seguir permitiendo el predominio de los militares en la vida pública (cuya impunidad se busca garantizar más con nuevas reformas legales), la tolerancia al crimen organizado (que sigue masacrando y despojando a la población) y la normalización de la violencia, el desprecio por las libertades ciudadanas, el despilfarro de recursos y la continuidad del autoritarismo?

O ¿apostamos por una vía alterna para reconstruir instituciones democráticas, frenar la militarización y la violencia criminal, y superar en conjunto esta profunda crisis de derechos humanos, que afecta con particular saña a las mujeres y niñas? Para quien prefiera intentar vivir en democracia, falta saber si Gálvez representa una alternativa confiable o una esperanza vaga.