Por: Zaira Rosas
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“Ya no damos bolsas” es una frase que puede ocasionar molestia o tranquilidad según la ideología y los hábitos adquiridos. En infinidad de comercios esta frase ya es un mantra y debería obligar a los consumidores a modificar la idea arraigada de hacer todo más fácil. Esta problemática no se presenta sólo al consumir, es constante si identificamos otro tipo de acciones como el desecho de todo aquello que adquirimos a lo largo de nuestra vida. ¿Cuántas veces somos conscientes de lo que hay detrás de cada una de las cosas que compramos?, ¿Cuántas veces nos preocupamos por el destino final de cada uno de nuestros desechos?
Como consumidores tenemos una responsabilidad que rara vez cumplimos. Adquirimos productos de forma constante sin considerar lo que implica que cada uno de ellos llegue a nuestras manos. Hay diversas empresas que desde la obtención de materias primas incurren en delitos o daños al ecosistema, otras quizás distribuyen materiales de menor costo para el consumidor pero con grandes daños al entorno social. Por otra parte están aquellos productos ecológicos y saludables que parecen inaccesibles para el común de la población.
Considerando todo lo anterior ¿cómo podemos verdaderamente ayudar al planeta? Lo primero es considerar que toda acción cuenta, que cada uno de nosotros repercutimos de forma positiva o negativa según nuestro actuar diario. Si no aprendemos a llevar nuestras propias bolsas o formas de transportar lo adquirido, ya estamos contribuyendo con desechos que tardarán infinidad de generaciones en desaparecer.
La tendencia de no otorgar bolsas se ha extendido en estados como Baja California Sur, Michoacán, Veracruz, Querétaro, Sonora, Chihuahua, entre otros. Sin embargo la falta de cultura ambiental de la población se hace evidente con este tipo de medidas, hay quienes se molestan por este cambio debido a la falta de costumbre y responsabilidad. Esto requiere de nuevos aprendizajes y mayor consciencia. Ya existen marcas contribuyendo a esta tendencia, que otorgan bolsas ecológicas de regalo con cada una de sus compras.
Pero no todo lo que brilla es oro, detrás de las supuestas bolsas ecológicas también hay un impacto que para atenuarse requiere de un uso constante de las mismas. Esto también ocurre en la industria textil, cuando adquirimos prendas nuevas de forma recurrente, generamos un impacto negativo debido a la demanda de producción que el consumo activa. De igual forma si a la ropa no se le da una segunda vida es difícil disminuir la huella que su elaboración genera.
Otra idea para contribuir al entorno y de paso a la economía es buscar prendas de segunda mano o ser donador de estas iniciativas para que quienes tienen proyectos alternativos brinden mayor diversidad a los interesados.
Tenemos que cambiar las reglas y hábitos que durante generaciones mal aprendimos, esos que por comodidad nos hacen caer en el desconocimiento. Hace poco leí que “no necesitamos ambientalistas perfectos, necesitamos a millones de ambientalistas imperfectos tomando acción todos los días”. Así que comencemos por esos actos que no representan mayor esfuerzo, después continuemos por informarnos de qué marcas contribuyen de forma positiva y si nos ponemos generosos, apoyemos el consumo local, aunque en ocasiones pueda ser de mayor costo, es repercutir directamente en la economía de nuestro entorno. Lo barato puede salir caro no sólo en cuando a calidad, sino también para la sociedad. Tengamos pequeños esfuerzos de gran impacto.