Denise Dresser.
¿Qué le pasa a López Obrador con el cubrebocas? ¿Por qué desestima su uso y sólo se lo coloca de manera intermitente? ¿Por qué ha intimidado tanto a miembros de su gabinete que se lo ponen a escondidas, cuando no están con él? ¿Cómo explicar que Hugo López-Gatell dé tantas volteretas verbales en torno a su utilidad, no instruye su empleo en todo espacio público y es obvio que ni siquiera sabe ponérselo bien? ¿Por qué Claudia Sheinbaum parece ser la única autoridad que comprende su importancia, y en cada mensaje que da lo demuestra? Ya sea por orgullo o ego o masculinidad tóxica o desdén por la evidencia o la negativa a ceder ante lo que se percibe como una demanda opositora, líderes de la 4T prefieren defender posturas políticas antes que salvar vidas. Importa más someterse al Presidente y sus prejuicios sobre la crisis que dar instrucciones claras, precisas y urgentes sobre cómo reducir los contagios. Obediencia mata ciencia.
Por más que se trate de ocultar y manipular, lo ocurrido en México es una tragedia. Por más comparaciones presentadas y explicaciones elaboradas, padecemos una hecatombe. Por más que se busquen justificaciones en la precariedad heredada del sistema de salud, la corrupción de Presidencias pasadas, los efectos del neoliberalismo, los pleitos políticos con los gobernadores, las comorbilidades preexistentes y la indisciplina ciudadana, la realidad está ahí para quien tenga la honestidad de medir sus estragos. La mejor métrica comparativa a nivel internacional -el exceso de mortalidad en contraste con años previos- lo constata. No hay país en el mundo que haya tenido más muertes por Covid-19 en proporción a su población que México en la última semana. Como ha señalado Alejandro Hope, en 10 días México superará a Francia en muertes por millón de habitantes. En un mes a Italia. En dos meses a todos los países europeos de más de un millón de habitantes, y quizás incluso a Estados Unidos. Serán los muertos de AMLO.
Por lo que se pudo hacer a tiempo y no se hizo. Por el tiempo de preparación con el cual contamos y cómo se desperdició. Por la postura del Presidente frente a la pandemia y quienes se disciplinaron a ciegas frente a él, incluyendo a Hugo López-Gatell. Frente a la peor crisis de nuestros tiempos, AMLO no alertó; falló. Al reiterar que “vamos bien”, “ya domamos la pandemia”, “ya aplanamos la curva”, “no nos ha pegado tan fuerte”, “ya pasó lo peor”. Porque una cosa es serenar a la población; otra cosa en engañarla. Un objetivo es animar; otro es mentir. Y el Presidente ha mentido. López-Gatell ha simulado. El gabinete se ha alineado. Con los resultados que cada día buscan relativizar y minimizar y resignificar. Según diversos modelos predictivos, México superará los 97,000 muertos para noviembre si seguimos con la misma estrategia de no-estrategia. Si normalizamos la muerte y la desesperanza como hemos normalizado las desapariciones y los feminicidios.
Si el Presidente y quienes acatan sus alocuciones sin chistar no promueven lo mínimo que podría esperarse de un gobierno responsable: el uso obligatorio del cubrebocas en sitios públicos, abiertos o cerrados. Estudio científico tras estudio científico lo documentan: usar mascarillas previene contagios de personas asintomáticas que no se saben infectadas. Reduce la carga viral a la que estamos expuestos, y por lo tanto reduce la virulencia. El uso obligatorio del cubrebocas -junto con la sana distancia y el lavado frecuente de manos- salvaría vidas. Por eso resulta ininteligible la negativa del Presidente a ponérselo en cada mañanera, en cada evento público. Resulta incomprensible la actitud desdeñosa de López-Gatell. Ambos afirman proteger derechos cuando en realidad ponen en riesgo vidas. Ambos hacen politiquería en vez de pedagogía pública.
La población recibe mensajes llenos de sorna y pronunciamientos burlones: AMLO dice que los cubrebocas son una demanda conservadora del PRIAN, mientras que López-Gatell humilla a un periodista por insistir en que el Presidente lea estudios publicados, y se lo ponga para sentar ejemplo. Ellos y tantos más, ejemplos de hombres que se sienten emasculados por el cubrebocas. Que lo perciben como un condón para la cara. Que anteponen su masculinidad al combate a la enfermedad. Pensándose privilegiados e indestructibles, los petulantes machos de “izquierda” nos están matando.