Por Marisol Escárcega
En la colaboración pasada exponía ejemplos de acoso y hostigamiento sexual de los cuales somos sujetas las mujeres, sin importar edad, vestimenta, espacio o tiempo.
En esos casos había un denominador común: no les creyeron o bien, dudaron de su testimonio que, si lo vemos fríamente, es lo mismo. En una plática con amigos les comentaba que parecía que las mujeres deben tener diez testigos o, ya de perdida, ir con cámara en mano para que no duden de ellas.
El problema es que la mayoría de las agresiones sexuales ocurren en privado, es decir, sin testigos. Incluso en el transporte público, los acosadores cuidan que “nadie” los vea. Saben perfectamente que lo que están haciendo está mal, que es un delito; lo mismo, el profesor, el compañero de clase, el de trabajo o el jefe, por eso cuando les piden pruebas no las tienen.
“Si grabamos una agresión, por ejemplo a una chica en el Metro, nos señalan que, en vez de ayudarla, nos pusimos a grabar, pero si no grabamos, nadie nos cree porque no tenemos pruebas. Total, que nada les parece”, me dijo una amiga.
¿Se han dado cuenta que, cada vez que una mujer acusa a un hombre, famoso o no, lo primero que le piden son pruebas? Tiene lógica, es cierto. Si alguien nos acusa de robo, exigimos que presenten pruebas, pero, como ya vimos, en los ataques sexuales no hay testigos, entonces ¿cómo lo comprobamos?
El 90%, si no es que más, de las mujeres agredidas sólo cuentan con su testimonio. Es su palabra contra la del agresor. Desde ahí ya están en desventaja porque, cuando una mujer denuncia una agresión todo mundo duda de ella, pero si un hombre dice que es inocente todo mundo le cree.
Esta situación la vemos con mucha frecuencia en redes sociales. A diario vemos posts de mujeres acusando a hombres de violencia física, de violación o de no pagar la pensión alimenticia, y la mayoría de los comentarios son en favor de esos hombres.
¿Recuerdan las primeras denuncias contra Harvey Weinstein en 2017? Nadie creía a esas mujeres, primero por la figura que es el productor y, segundo, porque las agresiones habían ocurrido años atrás. Entonces surgió el #MeToo (yo también o a mí también) que tanto eco ha causado.
Y, es que parece que si no denuncia, casi casi cuando sucede el ataque y con mil pruebas de por medio no es válida la denuncia de una mujer. “¿Por qué no denunciaron cuando les pasó?”, es el cuestionamiento recurrente a aquellas que, años después, confiesan que fueron agredidas. ¿La respuesta? Por personas como tú o como yo que dudan de su testimonio. ¿Por qué ahora y no hace 20 años? Porque ahora sí puede, porque antes tenía miedo; porque era una niña, porque su agresor era su jefe y necesitaba el trabajo; porque era su asesor de tesis, porque era su papá y le dijeron que no debía acusarlo…
De aquí se desglosa otro tema de suma importancia: la responsabilidad social, en especial para quienes están en medios de comunicación, pues, a diferencia de lo que se piensa sí tienen una responsabilidad con sus lectores o audiencia. Esto viene a colación por la queja pública que hizo la cantante Sasha Sokol a Yordi Rosado al señalarlo de no tenerle empatía cuando, entrevistó a Luis del Llano, a quien acusa de abusar de ella cuando era una adolescente.
Periodistas y comunicadores deben estar conscientes de que son formadores de opinión, que sí influyen en la forma de pensar y actuar de quienes los leen, ven y escuchan, de ahí que sean responsables con el contenido que presentan y, en casos de ataques sexuales, no revictimizar a la persona que ha sido agredida.
Me decía una amiga feminista: “Si alguien viene a mí y me dice que abusaron de ella hace 30 años, yo le creo. Ellas crecen, es cierto, pero, la realidad es que siguen siendo esas niñas abusadas. Eso no se borra nunca”.
Seamos empátic@s.
marisol.escárcega@gimm.com.mx