Gabriel Zaid
Para agresiones cómodas, los niños son de un tamaño perfecto. Nada más fácil que gritarles, insultarlos, castigarlos, pegarles, violarlos, lesionarlos y hasta matarlos, impunemente. También es cómodo agredir a los subordinados en el hogar, la escuela, el trabajo, el deporte.
Una persona aislada puede ser víctima de una agresión tumultuaria. Los silbidos, las burlas y hasta los golpes, violación o asesinato resultan cómodos para los cobardes que se escudan en una pandilla.
Otras agresiones cómodas y cobardes son la carta anónima, el grafito mural o sus versiones electrónicas en las redes sociales. Por ejemplo: el galán despechado que castiga subiendo a la web fotos íntimas.
Todas las comodidades se suman en el caso de la agresión a las mujeres. Generalmente, su tamaño es menor, están en posiciones subordinadas, resultan ideales para la agresión tumultuaria y sufren usos y costumbres que las acusan de provocar las agresiones. Lo peor es sentirse culpables de ser mujeres.
Un mérito del feminismo ha sido emanciparse de todo eso. Tiene antecedentes ilustres. La tragedia de Antígona (Sófocles), que defiende su derecho frente al Estado. El pacifismo de Lisístrata (Aristófanes) que, para acabar con las guerras entre Esparta y Atenas, organiza a las mujeres de ambas partes en una huelga sexual contra los maridos que no desistan de guerrear.
Milenios después, lograron la conquista pacífica del derecho a votar y ser votadas. Lo de hoy es exigir el fin de la tolerancia a la violencia contra las mujeres.
Las jóvenes deben ser educadas en romper toda relación en la cual reciban burlas y faltas de respeto. Y en denunciar a la persona de la cual reciban golpes, desde la primera vez, que debe ser la última. Paralelamente, hay que asignar fondos públicos de apoyo a las casas de refugio temporal y asesoría para mujeres.
De los insultos se pasa a los golpes; de los golpes, al asesinato. También la desaparición es un preámbulo.
Según la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas, en los primeros 40 meses de cada sexenio, hubo 1,000 mujeres desaparecidas con Calderón, 4,000 con Peña Nieto y 8,000 con López Obrador.
Según éste, en mayo de 2022 se habían acumulado 100,000 personas desaparecidas en el país. Pero la realidad es varias veces mayor, porque la cuenta se lleva sobre las denuncias, que son pocas. Como las autoridades dejan pasar 72 horas antes de tomar nota, bajo el supuesto cómodo de que es mejor esperar, porque tal vez se fueron voluntariamente; y, como algunas desapariciones forzadas son obra de las autoridades o tienen su complicidad, las familias prefieren no denunciar.
Actuar de inmediato, al margen de las autoridades, es fundamental. Los avisos con descripciones verbales que pasan por radio no sirven de mucho. Fueron más útiles las fotos en la Glorieta de la Palma, aunque de alcance limitado. Lo mejor es subir fotos y datos a la web (como ha propuesto Enrique Krauze) en un sitio especializado, con programas interactivos para dar y recibir información sobre cientos de miles de personas.
Hay que exhibir y ridiculizar el machismo en campañas de radio y televisión.
Hay que crear y publicar dos perfiles, uno de feminicidas y otro de traficantes de mujeres. Serían impersonales, a partir de bases de datos policíacos no publicables de acusados, detenidos, enjuiciados y encontrados culpables, con nombres y apodos, lugar y fecha de nacimiento, escolaridad, ocupación, historial, modus operandi, número de víctimas, lugares, fechas y horas de los ataques, fotos y programas de reconocimiento facial.
Encarcelar a una mujer es también castigar a sus hijos, que no son culpables. Si ella tampoco lo es, como debe suponerse, mientras no haya sentencia en su contra, el castigo es peor. La prisión preventiva, supuestamente excepcional, se ha vuelto abusiva: un recurso cómodo para las fiscalías ineptas o extorsionadoras. Hay que suprimirla en el caso de las mujeres.
Hay soluciones que parecen menores, pero no lo son. Las calles bien alumbradas y con cámaras son más seguras para todos, y especialmente para las mujeres. Los agresores prefieren la oscuridad.
Muchas encuestas muestran la percepción de inseguridad que prevalece en el país. Corresponde a la realidad. En México, el Día de Muertos dura todo el año.