/Carlos Elizondo Mayer-Serra/
“El programa de México para garantizar ingresos de la producción de petróleo de 2022 fue similar en tamaño a años anteriores, una señal de que el país aún no está listo para confiar completamente en los ambiciosos planes de AMLO para reducir las exportaciones de crudo”, según nota de la agencia Bloomberg del 24 de enero. Están confundidos.
Para fines de la estabilidad de las finanzas públicas, el gobierno hace bien en asegurar, mediante una cobertura, un precio mínimo a la producción de crudo de Pemex. No importa si éste se vende en México o afuera. Pemex Exploración y Producción le vende crudo a Pemex Transformación Industrial con base en el precio internacional de la mezcla mexicana. Ese mismo precio se usa para venderlo a quien se lo lleve desde México. Una caída significativa en el precio del crudo desquiciaría las finanzas de Pemex y del gobierno.
Otra confusión es sostener que, si produjéramos más gasolina en México, ya no dependeríamos del precio que ésta tiene en Estados Unidos. Pemex Transformación Industrial vende la gasolina que produce con base en el precio internacional. Si la vendiera por debajo de ese precio estaría perdiendo dinero.
Desvincular a México de los precios internacionales de los hidrocarburos sería una pésima idea, independientemente de si éstos son producidos en México o importados. Si se venden por debajo de su precio internacional, estaríamos subsidiando al consumidor e incentivándolos a usar más hidrocarburos; si lo hacemos por arriba, estaríamos castigando la competitividad del país.
Si produjéramos más gasolina en México, habría un ahorro en costo de transporte, pero este es mucho menor que las pérdidas de Pemex Transformación Industrial, 111 mil 135 millones de pesos en los primeros 9 meses del 2021. Pierde porque no opera bien sus plantas, que son viejas, mal diseñadas y con pobre mantenimiento. Cada vez produce más combustóleo en proporción a gasolina, 266 mil barriles diarios contra 247 mil, lo cual destruye valor. El combustóleo vale menos que el crudo utilizado para producirlo.
Una confusión aún mayor es la búsqueda de la soberanía en la producción de gasolinas. Ya una vez Estados Unidos dejó de vendérnosla y el consumidor mexicano ni se enteró. Fue en agosto del 2017, cuando el huracán Harvey obligó a cerrar los puertos en Texas y Luisiana. Pemex tuvo que comprar barcos provenientes de otras latitudes para compensarlo. Salió caro, pero el problema de suministro se resolvió.
En cambio, el riesgo de abasto está en la importación por ducto de gas natural de Estados Unidos, el cual surte el 72% del consumo en México. Ahí no hay alternativa de suministro. Esto no le preocupa al gobierno.
En todo caso, el problema de seguridad energética se resuelve aumentando la capacidad de almacenamiento de combustibles y de gas. Un problema climatológico en costas mexicanas podría entorpecer la importación de combustibles o la producción de crudo utilizada por las refinerías mexicanas. La reforma energética del 2014 contemplaba ese aumento. Su implementación ha sido obstaculizada.
Las decisiones de Pemex de dónde invertir deberían partir de preguntarse: ¿cómo maximizan las utilidades de sus dueños, que somos todos los mexicanos? ¿Invirtiendo para extraer más crudo del subsuelo o en otras actividades? Creer que su papel es vender fertilizantes baratos o gasolina mexicana, porque eso desea el Presidente, lleva a decisiones que destruyen riqueza.
En lo que va de este sexenio, según datos del FMI, el gobierno ha inyectado más de 35 mil millones de dólares a Pemex. ¿Se imaginan lo que ese monto hubiera ayudado a nuestro sistema de salud pública? Aún no seríamos Dinamarca, pero millones de mexicanos tendrían acceso a un mejor servicio de salud, un derecho plasmado desde 1983 en el artículo 4° de la Constitución.