Cuando la locura gobierna

Francisco Cabral Bravo.

Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil.

No encuentro otras palabras para explicar que la cultural igual que la ciencia, se benefician del intercambio, el contraste y la discusión. Cerrarse a ideas e influencias de fuera significa auxiliar la posibilidad de crear, de innovar, de imaginar otra realidad y de echar andar la inquietud natural de las personas por mejorar el estado de cosas. Mientras en las universidades de la España de Felipe II en 1559 se me machaban las mismas ideas de forma repetitiva hice censuraban libros, en Italia se vivía un ambiente intelectual dinámico y fluido. Se publicaban obras griegas y latinas con libertad, así como textos científicos que hablaban de descubrimientos no inspirados por revelaciones divinas, sino por la observación y la razón. Fue ese ambiente de curiosidad y libertad intelectual qué cobijo la originalidad de Galileo. Algo parecido ocurrió en la Inglaterra de Newton y la Francia de Descartes.

La cultura y la ciencia, al igual que el comercio, en un ambiente de polinización cruzada. El intercambio la comunicación con otras sociedades, aprovechamiento de ventajas comparativas y la creación de redes de intercambio intelectual y el comercial es lo que permite hilar una red, crear un entramado mutuamente complementario para todos los que participan en él.

Hace unos días se hicieron públicas declaraciones que no hacen justicia a la valiosa aportación que han hecho nuestro país los mexicanos egresados de la Universidad de Harvard y en general, a quienes han estudiado fuera. Se antoja no tomar estas declaraciones en serio, dado el gran número de egresados de esa universidad que colaboran para el Gobierno Federal en posiciones de muy alta responsabilidad. Si tomamos en cuenta que el gobierno continúa de forma persistente con una política de contratación de cuadros burocráticos de mexicanos que estudiaron en Harvard y otras universidades extranjeras, es  necesario concluir que las declaraciones en las que se le atacan no forman parte de una política de cerrazón intelectual a la manera de Felipe II, sino que son sólo comentarios al vuelo, que tienen como origen un lugar ocupado por prejuicios alimentados con información parcial e impregnada de complejos ideológicos.

Sin embargo, creo que los señalamientos en contra de mexicanos en   egresados de universidades de otros países, por su amplia difusión y contenido son muy grave, y merecen ser tomados en serio. Se trata de afirmaciones que alimentan la división y la polarización que tanto daño ha hecho a la vida pública en los últimos años. Son comentarios que van a encontrar una forma de vernos a nosotros y de ver al mundo que sea más abierta, cosmopolita y sensata en tiempos de una amplia globalización e intercambio cultural y comercial.

Es imposible separar este ataque a los egresados de universidades extranjeras de las declaraciones recientes de un funcionario del sector educativo acerca de que la lectura placentera era una especie de vicio capitalista. Imposible dejar de pensar tampoco en los estudiantes mexicanos que dependen de becas públicas y que han tenido que enfrentar situaciones extremas de angustia económica por errores administrativos y el abandono del gobierno. Esos tres asuntos, reflejan un miedo, un desdén i tal vez mejor dicho, una falta de entendimiento sobre la necesidad y la importancia que tiene en la apertura, la diversidad, la curiosidad intelectual y la libertad para buscar y cultivar el conocimiento, aun cuando venga de fuera o incluso a través del placer de la lectura.

Estoy seguro que México será un mejor país en la medida en la que más mexicanos tengan la oportunidad de salir y vivir la experiencia de estudiar en el extranjero. México no podrá desarrollar a plenitud su verdadera grandeza si no alentamos a más estudiantes a que descubran nuevos horizontes de desarrollo intelectual, ya sea dentro o fuera de nuestro país.

A este mundo y a este país le urgen pactos de honestidad que se honren.

En otro orden de ideas, vaya pleito que se traen en el Tribunal Electoral del Poder Judicial, la máxima instancia de justicia en materia electoral.

Es precisamente este órgano de la justicia mexicana quien tiene el mandato de dar cauce y pacificar los conflictos político-electoral.

Pues hoy, estimado lector, esta institución no puede pacificar los propios y esto puede tener graves repercusiones.

Primero, porque le da argumentos al presidente sobre su disfuncionalidad, ahora que se ha propuesto lanzar una reforma electoral. El presidente puede decirnos: “Ya ven, esa es una cueva de ladrones”. Lo llamativo es que no lo haya hecho antes. Estaba calladito porque los fallos le beneficiaban el presidente de órgano electoral lo tenían bien controlado. Al parecer ese equilibrio se rompió.

Lo segundo ligado a lo anterior, tiene que ver con la legitimidad. Si el árbitro la pierde, se abarata el costo de desafiarlo, ya sea desde el púlpito presidencial, o más abajito, la presidencia de los partidos o de políticos perdedores.

El Tribunal tiene casos abiertos de la mayor importancia derivados de la elección reciente.

Un Tribunal debilitado puede ser denostado, llevado al límite. Por eso los siguientes pasos que se tomen serán clave. Estos deberán ser cuidadosamente meditados y consensuados para minimizar el daño. La pregunta es si esto es posible en el clima de crispación que impera entre los integrantes de la Sala Superior de dicho órgano, que por ahora no han podido ponerse de acuerdo quién lo presidirá. Ojalá que sus integrantes crezcan a la cultura del reto que tienen enfrente. Porque veo que el presidente espera cautelosamente el tropiezo para intervenir y no creo que sea en el sentido de fortalecer su autonomía o desempeño. Como ha sido siempre, los partidos buscan capturar al órgano electoral.

Hoy no es diferente.

Hay muchos temas que deben de retomarse para asegurar un mejor desempeño del Tribunal. Por eso es particularmente doloroso que haya quedado fuera de la reforma judicial recientemente aprobada.

La mayor parte de las veces, las reformas no pueden ser totalizadoras ni siempre son las deseables.

Pero en este caso hubiera valido la pena ser atrevido. La omisión no la carga el ministro presidente de la SCJN en lo individual, los legisladores, salvo honrosas excepciones, sólo dieron trámite a la iniciativa. Uno de ellos se atrevió a incluir el transitorio de la extensión del mandato del presidente de la Corte y del Consejo de la Judicatura buscando quedar bien con el jefe, pero ninguna idea sustantiva salió de la deliberación en el Congreso. Vaya, ni siquiera quisieron escuchar a quienes tenían cosas que proponer.

Varios aspectos de la reforma Zaldívar le hubieran caído muy bien al Tribunal. Por ejemplo, el fortalecimiento de la carrera judicial (un examen de oposición). Las medidas contra el nepotismo previstas en la reforma para el resto del Poder Judicial, también debieron haber incluido al TEPJF. Y se le hubieran dado mayores funciones de control y vigilancia al Consejo de la Judicatura sobre el órgano de Justicia electoral.

El tema más delicado (todos lo son), tiene que ver con la autonomía del árbitro. En cómo evitar su captura. No lo hemos logrado. En algunos de ellos hay clarísimas inconsistencias, vaya, que navegan según el viento y no según la ley.

Y en lugar de ser imparciales, se convierten en parte de una facción.

Porque así fueron electos, con base en una lógica de cuotas y el vicio de origen pesa.

Por esto es que la selección y nombramiento de los magistrados deben ser robustos, contar con elementos adicionales a la concurrencia de los distintos poderes en el proceso. Hay ensayos exitosos, en los que intervienen terceros en la definición del perfil, los criterios de selección y hasta un listado de preselección. Nada de esto está perfeccionado, pero es necesario seguir insistiendo. Hay que romper con los mecanismos que hacen posible la captura.

Es difícil la coyuntura por la que atraviesa el TEPJF y delicada la situación del país. El peor momento para una crisis. Yo me encomiendo a los integrantes del Tribunal que tienen sentido de Estado y una convicción democrática para que hagan lo mejor posible para superar el escollo.

Mucho y muchos están de por medio.

Hablar de un cambio de paradigma en la forma de gobernar no es referirse solamente a lo que se hace, sino también a lo que se deja de hacer.

Y es que, cuando “el poder atonta a los inteligentes y a los tontos los vuelve locos” el camino a la reconstrucción de derechos y reinstauración de libertades está guiado por el clamor de justicia.

Aún más, cuando la omisión en el actuar gubernamental vulnera a los ciudadanos, el sistema de justicia deberá ser robustecido por la participación popular.

 

 

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