*Opinión de CLADEM.
itlalli Santoyo*
SemMéxico, Guadalajara, Jalisco- No tengo miedo de decirlo… porque ya no tengo a mi hija, son las palabras de Mario Escobar padre de Debanhi, quien clama justicia por su hija de 18 años desaparecida el pasado 9 de abril en Nuevo León, el mismo día en que se confirmó la muerte por asesinato de Marifer una joven que había sido reportada días antes como desaparecida y cuyos familiares habían rastreado inmediatamente el celular en una finca, ante lo cual, las autoridades demoraron cinco días en la orden de cateo.
La realidad de estas familias es la realidad de muchas en Nuevo León y en nuestro país, madres y padres destrozados, rotos, que le exigen respuesta al gobernador que les prometió que si se metían con una mujer se metían con él y con su gobierno.
El alcance mediático en algunos casos y el dolor de sus familias parecen no ser suficiente para poder movilizar a los agentes de justicia y con ello aminorar el sufrimiento de familiares, ya que las falencias y fallos en la debida diligencia de la investigación ministerial de vulneraciones graves a los derechos humanos como la desaparición y el feminicidio continúan siendo el pan de cada día y debido a los terribles protocolos de actuación de la fiscalía nunca sabremos si Marifer hubiese sido localizada con vida aquel día en que sus padres acudieron al lugar donde su celular marcaba localizado por el GPS; esos cinco días en que la autoridad demoró, quizás hubiesen hecho la diferencia en que hoy estuviera viva, pero claro, las autoridades aseguraron que según el dictamen médico forense la joven murió el mismo día en que fue reportada, que conveniente resultado para justificar la negligencia e inoperancia en el tratamiento que se les da a las desapariciones.
Marifer y Debanhi hoy para los gobiernos son, una estadística más, incluidas en las más de 325 mujeres reportadas como desaparecidas apenas en lo que va del año en el estado del norte, en donde cabe señalar se vive un contexto de violencia feminicida diferente por ser un estado fronterizo. ¿Por qué las mujeres tenemos que salir con miedo?, es la pregunta constante.
El caso de Debanhi Susana nos coloca frente a una dura y cruel realidad que además de reflejarnos el desamparo en el que estamos ante un gobierno indolente e indiferente que favorece la impunidad y corrupción, también nos vuelve a restregar en la cara la horrorosa costumbre que tenemos de culpar a la víctima de su muerte; ya que luego de saberse de su desaparición y de circular aquella icónica imagen que muestra a la joven en medio de la carretera, simbolizando la vulnerabilidad que se vive por el solo hecho de ser mujer-joven, comenzaron a llover mensajes en las redes sociales sobre la culpabilidad de las amigas por haberla dejado o de los padre por haberle permitido ir a aquella fiesta.
En los últimos quince días hemos podido ver comentarios tales como que la joven, estaba de malacopa, se puso agresiva, irritable, ninguna de estas acciones tiene como castigo la pena de muerte y el problema es que mientras sigamos responsabilizando la víctima eso nos desvía la atención del agresor nos impide ver con claridad que existe violencia del otro lado de la historia.
Quienes ya son padres o madres comentan alarmados “¿dónde estaban sus papás?”, “de ahora en adelante yo voy por mi hija o no sale”, esto no es más que una reacción causada por el terror y miedo social debido a los acontecimientos de violencia que hemos vivido en las últimas dos décadas; tenemos mucho miedo de darnos cuenta que vivimos en un país de caos, porque la violencia generalizada que experimentamos nos obliga a sentir que en cualquier momento nos puede pasar a nosotros, o a nuestros hijos e hijas y por ello preferimos pensar que efectivamente a las jóvenes las desaparecen y matan por “mala copa” o porque sus padres “no las cuidaron”, o porque se lo merecen.
Estas creencias nos hacen sentir de cierta manera a salvo, pensando en que si actuamos de tal o cual forma nunca nos va a pasar, pero sépase que las cosas malas también le suceden a la gente buena y esas cosas malas suceden no por quienes las reciben y son víctimas sino por quienes las hacen, es decir la culpa no es de la víctima es responsabilidad del agresor, grábense bien esto.
Además de que estos discursos que culpabilizan a las victimas tanto directas como indirectas desvían la atención de algo muy importante que es la responsabilidad del Estado y sus autoridades para esclarecer lo acontecido, para responder a las múltiples interrogantes que giran en torno a los hechos, como ¿por qué después de cuatro días de búsqueda intensiva con binomios caninos, y de cientos de personas en brigada de búsqueda y 200 operativos a la orden, nunca percibieron el olor que por lógica tendría que haber emanado de un cuerpo sin vida?.
Como sociedad es nuestra responsabilidad, dejar de alimentar el imaginario de que la víctima es la culpable de lo que sucede, tener un poco más de empatía con los padres y madres que hoy claman justicia por sus hijos e hijas desaparecidas a quienes desean volver a ver, tantas estas familias como el resto de nosotros tenemos derecho a la verdad, a la memoria histórica, rehusemos al olvido y exijamos a quien le corresponde responder.
*CLADEM-Jalisco