/ YOANI SÁNCHEZ /
Bailando casino o sonriendo junto a varios actores de Hollywood, así se veía hace tres años a Miguel Díaz-Canel durante una visita a Nueva York. Ahora, acorralado por las denuncias tras reprimir violentamente las protestas del 11 de julio, el gobernante cubano está aislado en la escena internacional, un repudio del que intenta sacarlo la invitación de Andrés Manuel López Obrador para ir a México.
Cuando este jueves los ciudadanos de ese país vecino celebren la fecha del Grito de Dolores, una figura canosa y adusta estará entre los invitados a la conmemoración. En solo dos meses -desde que aseguró en la televisión nacional estar dispuesto “a todo” y que “la orden de combate está dada” en un llamado para aplastar a los manifestantes- se ha hecho añicos la imagen del ingeniero pragmático que la propaganda oficial intentó imponer.
Aunque desde su llegada a la silla presidencial, Díaz-Canel ha estado rodeado por las críticas de no haber sido elegido en las urnas, el gobernante llegó a gozar de la simpatía de quienes aseguraban aliviados que al menos no llevaba “el apellido Castro”. Las cábalas políticas lo mencionaban como un hombre de una generación con menos culpas y “sin las manos manchadas de sangre”, a diferencia de sus antecesores.
Sin embargo, las mismas cabeceras de los diarios que hasta hace poco lo tildaban como un respiro en la larga dinastía familiar que ha controlado por más de medio siglo esta Isla ahora difunden las imágenes de los policías golpeando a los ciudadanos desarmados, los puños levantados al grito de “libertad” que se extendieron por todo el país y las madres de rostro lloroso con sus hijos encerrados en calabozos, sin respeto alguno a sus garantías procesales.
Todo el arsenal publicitario dirigido a mostrarlo como un eficiente administrador, populachero y moderno, quedó inoperante tras aquella jornada que dividió la historia cubana contemporánea en dos partes. Después de eso, los mandatarios que antes le apretaban la mano, sonreían junto a él para la foto de familia o le palmeaban la espalda en las reuniones en organismos internacionales, ahora le huyen y le increpan.
Sólo López Obrador ha sido capaz de extenderle una invitación a este gobernante al que su pueblo le dijo alto y claro que no lo quiere y él respondió con la arrogancia del que siente que no debe pedir disculpas
Sólo López Obrador ha sido capaz de extenderle una invitación a este gobernante al que su pueblo le dijo alto y claro que no lo quiere y él respondió con la arrogancia del que siente que no debe pedir disculpas, enmendar el rumbo o ceder su puesto a otro. ¿A qué viene este gesto del líder de Morena? ¿Acaso es el pago de una vieja deuda ideológica? ¿Busca incomodar a sus adversarios políticos o a algún Gobierno vecino? ¿El pedido habrá nacido en la Plaza de la Revolución de La Habana y el mexicano sólo pudo decir “sí”?
Conocedor de que su viaje levanta críticas y suspicacias, el también secretario del Partido Comunista cubano ha preferido mantener los detalles de su agenda bajo un manto de secretismo. Ni siquiera se ha ofrecido información del lugar o la hora en que va a participar como orador en las festividades patrias. Un misterio que busca evitar la repulsa pública no sólo de cientos de emigrados cubanos que ya se organizan para rechazar su visita, sino también de otros tantos mexicanos que se solidarizan con la causa del cambio democrático en esta Isla.
De aquellos focos principales y las luces protagónicas de su gira por Rusia, Irlanda y Belarús de hace unos años, Díaz-Canel pasará a evitar a los periodistas, escurrirse de las presentaciones públicas y hacer maromas para impedir la incómoda imagen de otro invitado que le niegue el saludo o lo deje con la mano levantada. Es una coreografía peligrosa, porque el desplante y la protesta lo pueden aguardar en cualquier lugar.
El calor y la simpatía que le profese su anfitrión también aclarará mucho de este viaje: si se trata de una simple formalidad o de un sonado espaldarazo político a un dictador rechazado por su pueblo y que convocó a un enfrentamiento fratricida por el que, esperemos, un día pueda ser juzgado en tribunales nacionales o internacionales. La cantidad de metros que separe a ambos gobernantes en el acto principal, si López Obrador menciona o no al cubano, incluso la cantidad de horas que éste pase en territorio mexicano serán muy reveladores. Habrá que estar atentos a todos esos rituales.
Pero también, habrá que mirar hacia el interior de la Isla en ausencia de Díaz-Canel. Su impopularidad no es ajena a los “lobos de la manada” que se disputan el poder cubano. En cuanto sientan que mantenerlo en la silla presidencial pone en peligro el control que tienen sobre el país, prescindirán de este ingeniero villaclareño incapaz de hilvanar tres frases juntas sin sonar como una aburrida letanía dictada por otros.
Este viaje puede estar pensado para limpiar su imagen hacia fuera de las fronteras nacionales, pero también se arriesga a que las cosas se salgan de control dentro de casa. Sea como sea, López Obrador ha elegido el triste papel de apoyar a un hombre que pasará a la historia cubana como una marioneta que, el día en que pudo haberse cortado los hilos y actuar con la grandeza de un estadista, prefirió la represión… La vieja práctica del golpe y la mordaza de los Castro.