Natalia González Villarreal
El tema de fondo…
Vaya debate el que se desató el pasado 8 de agosto cuando un grupo de feministas colocaron pañuelos verdes en varios monumentos, esculturas y símbolos de la ciudad, entre ellos el conocido árbol del bikini del camellón de Díaz Mirón. Por un lado, estaba una gran mayoría que consideró estos hechos, sobre todo el del árbol, como una falta de respeto, un atentado contra un patrimonio de la ciudad, un verdadero acto de vandalismo, una imposición de una ideología por parte de una minoría. Hay que recordar que el pañuelo verde simboliza la lucha por los derechos reproductivos de la mujer y entre éstos la posibilidad de tener acceso a un aborto legal, seguro y gratuito. Por otro lado, aunque en menor número, pero cada día más creciente, los que estuvieron a favor, sobre todo mujeres.
Fue en Argentina donde cobró vigencia este símbolo del pañuelo verde, luego de que la corte de aquel país negara el derecho al aborto, lo que devino en un grandísimo movimiento social en el que participaron decenas de miles de mujeres tomando las calles, todas portando el famoso pañuelo verde. Y en conmemoración de este hecho fue que tuvo lugar dicha actividad en Veracruz donde hay que decir que ya hay un fuerte activismo feminista de parte de diversas organizaciones y colectivos. Uno de ellos la colectiva Colmena Verde, fue la que tuvo a bien realizar esta visibilización de su exigencia, colocando estos pañuelos en monumentos y esculturas de la localidad. Pero como decíamos, lo que más indignó a la gente fue que supuestamente se hubiera atentado contra la integridad del árbol del bikini al que le colocaron, además del pañuelo, pintura verde.
Esto fue considerado como un verdadero acto vandálico y una falta de respeto a la propia dignidad del árbol, hágame usted el favor. Pero no fue casual que las feministas hubieran elegido este símbolo. Lo seleccionaron porque justamente es el perfecto ejemplo de la cosificación de la mujer que vemos todos los días en los medios de la de comunicación, en las calles, en los muros de la ciudad, la sexualización de un objeto inerme como un árbol al que a alguien se le ocurrió a partir de dos protuberancias, pintarle unas chichis, lo que en su momento a nadie ofendió, porqué esta cosificación de la mujer forma parte de la cultura con la que hemos crecido.
Cosa distinta habría sido si estas mismas protuberancias alguien más las hubiera pintado haciendo alusión a unos testículos.
Lo que queremos decir es que esta pinta del bikini, esta sexualización de este árbol con cuerpo de mujer fue completamente arbitraria, pero cargada de un profundo simbolismo sexista, machista, y misógino. Lo curioso fue ver sobre todo a muchos hombres, defendiendo la dignidad del árbol supuestamente corrompida por el pañuelo verde, pero nunca vimos a ninguno de esos hombres ofendidos con que al mismo árbol se le hubiera hubieran pintado chichis. Ahí si estuvieron todos muy conformes y contentos. Tampoco vemos a ninguno de los supuestos defensores de la cultura o del patrimonio local, indignados por los penes pintados en muros de edificios del centro histórico. El tema de fondo, y según lo explican las teorías en torno al feminismo, es que el espacio público, las calles, los monumentos, los edificios, parecieran ser espacios privilegiados para los hombres, los que pueden hacer con ellos lo que quieran, como andar pintando penes por todos lados, incluso en los asientos del transporte público, lo cuál es la forma en la que el machismo marca territorio y le hace ver a la mujer que ése espacio público no le pertenece.
Por eso es que la mayoría de los indignados con esta actividad de las feministas fueron hombres, porque les incomoda tener que compartir el espacio público con las mujeres o que ellas reivindiquen ese mismo derecho a hacer uso del mismo. Ahora bien, si de respetar la dignidad del árbol hablamos, pues entonces en un acto de congruencia habría que despintarlo y dejarlo completamente desprovisto de esta imagen tan grotesca que se le impuso porque, como alguien me dijo por ahí, “qué culpa tiene el árbol”, y sí, qué culpa tiene de que un calenturiento le haya visto forma de mujer, y que ahora los machos defiendan este símbolo a la cosificación de la mujer, bajo supuestos argumentos culturales.
Pero la reacción de muchos hombres que son fieles representantes del patriarcado, al que evidentemente buscan proteger a toda costa porque les ha permitido gozar de todos los privilegios que históricamente han tenido, llegó al extremo de acosar en redes sociales a las activistas, intentando llevar a cabo una verdadera cacería de brujas en su contra porque resulta que el derecho a la protesta, y a la manifestación pública de las ideas, es prerrogativa de los varones. Sólo ellos pueden tomar el espacio público y hacer con él lo que quieran, desde lanzarle piropos a las mujeres, acosarlas en la calle, exhibir su miembro viril, tocarlas en el transporte público, e incluso abusar de ellas. El patriarcado, y los grupos conservadores que lo defienden, tristemente entre ellos muchas mujeres, justamente promueven la idea de que el lugar de la mujer está en su casa, y que si no sale de su cobijo no le pasará nada.
Es decir, que la culpa de lo que le sucede a las mujeres en las calles, es de las propias mujeres, por atreverse a invadir un espacio que es considerado sólo de los hombres, como sucede en los centros laborales y en las escuelas donde todavía el día de hoy las mujeres son objeto de acoso y persecución por su condición femenina. Lo que también pudimos ver a raíz de esta actividad conocida como pañuelazo, es la profunda ignorancia que existe en torno a lo que es el feminismo. Pero han sido los mismos varones, defensores del patriarcado, los que se han encargado de desvirtuar y de llenar de prejuicios la idea del feminismo, o mejor aún, de querer implantar ellos la definición de lo que debe ser el feminismo, que sería, sí, el derecho a la igualdad en términos laborales y académicos, pero nada más, y en tanto se cumpla con las responsabilidades inherentes al género femenino, como la atención del hogar, el marido y los hijos.
Desde la visión del patriarcado, el feminismo es permitido en tanto no amenace sus privilegios, en tanto no haga ruido, en tanto no se dé a notar, una especie de feminismo bueno o feminismo Light. El tema es que por las buenas las mujeres nunca han conseguido nada. Fue a base de manifestaciones, protestas, gritos, y sí, también de expresiones vandálicas, que las mujeres consiguieron el derecho al sufragio, al divorcio, y a entrar a la universidad. Nunca consiguieron nada pidiéndolo suavecito ni por favor.