/Beatriz Pagés/
Las palabras del subsecretario de Salud Hugo López-Gatell, “la fuerza del presidente es moral y no una fuerza de contagio” no se van a olvidar nunca. Ya quedaron grabadas en las páginas más sombrías de la ignominia.
Esa frase nos obliga a recordar uno de los textos más lúcidos de la historia humana. Se llama Discurso de la Servidumbre del escritor francés Étienne Boétie.
El pensador hace de entrada algunas preguntas que, en el caso mexicano, vienen muy a cuento: “¿Cómo puede ser que tantos hombres, ciudades y naciones soporten a un tirano que no tiene más poder que el que ellos le dan?”
¿Por qué deciden volverse esclavos, con la cabeza bajo el yugo, fascinados, embrujados, forzados a la obediencia” por un manipulador que los maltrata y destruye los cimientos de una nación?
¿Por qué admiten convertirse en justificadores e intérpretes de decisiones disparatadas que atentan contra la integridad de todo un pueblo? ¿Por qué aceptan ser engañados?
Luego, Boétie hace una descripción de los que deciden someterse a sus dictados: “Para el tirano no basta que sus súbditos cumplan sus órdenes, deben pensar como él, le adivinan sus deseos, no basta con obedecerle, hay que complacerle” hasta la abyección.
Más adelante, el escritor da un remedio para deshacerse de un hombre que no tiene aptitudes para gobernar, que “nunca ha olido el polvo de las batallas”, que odia a sus gobernados, arrogante con los débiles pero pusilánime a la hora tomar decisiones.
“A ese tirano –dice quien fuera el mejor amigo del filósofo Michel de Montaigne– no sería preciso combatirle ni abatirle, se descompondría por sí mismo si el país decidiera dejar de servirle”, “No se trata de quitarle nada, sino de no darle nada.”
La actuación lenta, torpe, ideologizada y mezquina del gobierno federal ante la emergencia por el Coronavirus ha llevado a la sociedad, a algunos gobernadores y partidos políticos a tomar distancia de la irracionalidad presidencial.
La desobediencia política se está convirtiendo en la solución más viable para evitar poner en riesgo la vida de millones de mexicanos frente a una crisis de salud ignorada, mal atendida y sin control.
La salvación del país de la epidemia y de otras catástrofes que se avecinan depende hoy de no hacer caso al presidente y a su gobierno.
¿Suena esto a disolución social? No. Suena a tratar de llenar los vacíos de gobernabilidad que peligrosamente están dejando autoridades incapaces de tomar decisiones en un momento crítico.
¿Y que tal si los médicos del país se unen para tomar decisiones que controlen la epidemia al margen de los ordenamientos erráticos del subsecretario de Salud?
¿Qué ocurriría si la la secretaria de Gobernación, el fiscal General de la República, el titular de Hacienda, el de Relaciones Exteriores, se desmarcan de las ordenes maniacas del presidente y empiezan a tomar decisiones, cuando menos, sensatas?
En un escenario de perentoriedad como el actual lo que menos necesita el país es tener funcionarios sólo interesados en cuidar cargos, sueldos y lealtades equivocadas.
El virus de la sumisión y la vileza son hoy más graves que el de la pandemia. Mientras los mexicanos están preocupados y angustiados, los legisladores de Morena aprovechan una emergencia nacional para darse a sí mismos una reelección casi vitalicia.
La pregunta es si están preparando el terreno para la reelección de su jefe. ¿Por qué la prisa, por qué la falta de escrúpulos en un momento en que México y el mundo están de luto?
Cuando un presidente dice que las estampas religiosas que guarda en su cartera son quienes van a proteger al país de la pandemia, está incurriendo en un grave delito de omisión y negligencia. No digamos ya de evasión o mesianismo delirante.
Hoy lo importante es precisar si su conducta , en un momento de alto riesgo nacional , es ilegal, arbitraria e imprudente o si se trata de un político responsable.
Ya sabemos que siempre hay personas dispuestas a hacer lo que sea con tal de obtener el favor del gobernante, –caso Hugo López-Gatell–, pero en este caso, la sumisión puede tener un alto costo en vidas y estabilidad social. ¿Alguien se atreverá a decirle NO, señor presidente?