El diálogo y la confianza

Paralaje.

Liébano Sáenz 

La polarización escala a niveles cada vez más preocupantes en el país. A ratos, pareciera que la posibilidad de construir acuerdos se aleja irremediablemente. Sin embargo, en lo complicado del momento, no hay más alternativa que reivindicar la herramienta fundamental de la política, el diálogo.
Hacerlo amplio, a pesar de las naturales reservas y “asegunes”, es un imperativo. La vía solo debe estar cerrada para quienes de manera sistemática han optado por la muerte y la violencia, esto es, el crimen organizado.

Si partimos por aceptar que para la recuperación económica y social del país es fundamental la confianza, nadie mejor para aportar a este propósito que el Presidente de la República. En varios sentidos diálogo y confianza van de la mano.

El Presidente tiene el mandato y la autoridad, esa circunstancia le permite decidir y definir. Siempre será mejor hacerlo escuchando, no solo al círculo cercano, también al independiente y, por qué no, al crítico o al que se opone. Esta decisión es de carácter e inteligencia. No hacerlo es debilidad.

El país requiere del liderazgo del Presidente como principio de orden institucional. Su compromiso con la necesaria vía del diálogo debe acompañarse con una postura de menor confrontación a quien no comparte sus tesis. Tiene todo el derecho de defender lo que pretende, pero no a descalificar a los demás. Aunque no es propio de un estadista dinamitarlos, hay puentes que no se cruzan jamás. Pero hay otros por los que forzosamente habrá de transitar su gobierno y el país.

El Presidente tiene fuerza y autoridad. Los años por venir van a requerir también de temple, prudencia y un sentido de conciliación para lograr que cada quien cumpla con sus funciones y responsabilidades con México. El gobierno creando condiciones legales y sociales propicias para la inversión; las empresas arriesgando capital, generando los empleos que tanto se necesitan. La oposición como contrapeso del poder, vigilante de las políticas públicas. Las instituciones fundamentales normándolo todo. Y todos aceptando que vivir en democracia conlleva obligados voluntades y acuerdos compartidos.