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/ Peniley Ramírez /
Esta semana, tres historias investigadas y escritas por mujeres ganaron el Premio Pulitzer, el más importante de periodismo en Estados Unidos y quizá el más famoso del mundo. Una, es un libro de la historiadora Ada Ferrer sobre cinco siglos en la historia de Cuba. Otro es un libro de la periodista Andrea Elliott sobre una joven negra estadounidense que creció sin casa y fue elegida para estudiar en una escuela para personas muy pobres, que aspiran a una educación de calidad. La tercera fue un podcast documental hecho por la periodista María Hinojosa y su equipo en Futuro Media, primer medio hispano que gana ese galardón. Su historia es acerca de un hombre hispano, encarcelado cuando era menor de edad, y lo que su caso muestra sobre el racismo y desigualdad en el sistema carcelario de EU.
Los periodistas no trabajamos para ganar premios, pero la selección del Pulitzer permite reflexionar acerca del papel del periodismo hoy y a dónde se encamina, en un tiempo cuando cualquiera puede grabar fotos o videos que le den la vuelta al mundo.
En agosto de 2021 me mudé a Nueva York para estudiar una maestría en periodismo económico en la Universidad de Columbia. He formado parte de un grupo con reporteros de Paquistán, Hong Kong, Nigeria, Tanzania, Corea del Sur, Inglaterra y Estados Unidos. Nuestra primera tarea fue escribir sobre nuestra familia. Escribí sobre mi padre y su infancia en Cuba al inicio de la revolución, cuando aún los cubanos creían que era posible el sueño de un país socialista, donde la desigualdad y la discriminación serían cosa del pasado. Mis colegas escribieron sobre las dificultades de ser madre soltera en EU, hacer periodismo en regímenes totalitarios, vivir con miedo a morir o a que asesinen a sus fuentes, cubrir a las grandes petroleras y la explotación de recursos en África, o las protestas callejeras frente a la represión del gobierno chino.
En los siguientes meses, trabajamos historias sobre Estados Unidos con temas que nos aquejan también en América Latina: vendedores ambulantes, repartidores de comida, pepenadores en Manhattan, mujeres en grandes consejos de administración, especialistas en el impacto de la misoginia y el racismo en el desarrollo económico. Investigamos abusos de policías a poblaciones pobres y marginadas, las dificultades de personas negras, asiáticas, mestizas, hispanas, para acceder a créditos, empleos, educación, servicios de salud y retiro.
Hablé con periodistas que requieren varios empleos para su sustento en Nueva York, como muchos colegas en Veracruz, Puebla o Guatemala. Conocí mujeres que deben regresar a trabajar dos semanas después de tener a sus bebés, a personas negras que deben probar dos veces su valor para conseguir el mismo puesto que una blanca obtiene sin mayor esfuerzo. En México, cubrimos historias similares, mientras nos enfrentamos también a la muerte, de nuestras fuentes, de nuestros colegas, de las personas de nuestras historias.
A pesar de los contextos y dificultades regionales, nos ocupan otros asuntos comunes. ¿Cómo contar las historias en un mundo de imágenes y titulares? ¿Cómo llegar a audiencias que no se sientan a leer noticias? ¿Cómo combatir la desinformación frente a políticos que usan el supuesto combate a las noticias falsas para atacar a sus críticos? ¿Cómo aportar datos, contexto, nuestra comprensión del mundo en piezas que conmuevan, expliquen, muevan a las audiencias a preguntarse sobre el papel de los niños, las mujeres, el racismo, el uso del poder?
El futuro del periodismo pasa por mirar el trabajo de estas colegas que ganaron el Pulitzer y sus equipos, y también el de tantos otros en México y otros países que arriesgan sus vidas para contar historias necesarias. El futuro del periodismo es colaborativo, multiplataforma, transfronterizo, pero también de resistencia, que reivindica principios básicos: contar, explicar cómo las historias particulares ilustran la sociedad. El futuro del periodismo pasa por comprender que nuestros prejuicios no deben dominar nuestro trabajo, que el contexto y la narrativa importan tanto como los datos duros, pero también abogar por que nuestro trabajo refleje nuestras creencias, nuestras convicciones, nuestra comprensión compleja del mundo. Ese es y seguirá siendo nuestro aporte.