/ Carlos Elizondo Mayer-Serra/
Somos muy buenos para las celebraciones, como ayer con el Día del Niño y la Niña. Sin embargo, en lo que va del sexenio han desaparecido 2,680 mujeres menores de 18 años, según el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas. Además, han sido asesinadas 932 menores de 18 años.
Cuando alcancen la mayoría de edad los riesgos continuarán: 4,008 mujeres de más de 18 años desaparecidas en lo que va del sexenio y 9,941 asesinadas. Aunque no es un fenómeno nuevo, este sexenio alcanza ya el 84 por ciento de las desaparecidas en todo el sexenio de Peña Nieto, mientras que las asesinadas en los 40 meses de este sexenio son 20 por ciento más que los últimos 40 meses del sexenio de Peña.
Un horror. No es que haya un pequeño grupo de asesinos seriales sueltos en la calle. Sino que, tal parece, estamos rodeados de homicidas, torturadores, agresores y cómplices.
Hoy en México, tener hija, esposa, hermana, amiga, es motivo de angustia. Ser mujer es aún peor. Es traer el miedo a flor de piel. Como sociedad no hemos reaccionado. De repente un caso atrapa la atención de los medios de comunicación y de las redes sociales, como la tragedia de Debanhi Escobar, pero miles restantes pasan desapercibidos.
Una protesta similar a la suscitada por los 43 desaparecidos en Ayotzinapa en 2014 habría hecho ya reaccionar al gobierno. “Ni una más, ni una menos” debería ser no sólo el grito de las admirables mujeres movilizadas el domingo pasado, sino de todos. ¿Por qué no estamos indignados como sociedad frente a tantas mujeres desaparecidas o asesinadas?
Pareciera que estamos acostumbrándonos a vivir en un entorno de violencia constante y creciente. Como referencia, en los 7 años en el poder de la dictadura argentina desaparecieron 30 mil personas, según organizaciones de derechos humanos. La falta o la complicidad del Estado mexicano ha permitido que en este sexenio desaparecieran ya 30,632 hombres y mujeres.
En palabras de Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos y Población de la Secretaría de Gobernación, el pasado martes: “Aquí ya no cabe el celo o la pereza institucional. […] este fenómeno [el de la desaparición] nos exige […] trabajar de manera conjunta”. Por supuesto no cabe ese celo, pero ya llevan casi 4 años en el poder sin lograr colaborar. La promesa de terminar con la violencia no se ha cumplido.
Ni siquiera hay una estrategia específica para enfrentar la violencia contra la mujer. Cuando se le preguntó a AMLO sobre el asunto, el pasado 26 de abril, contestó: “la falla de origen es […] que se dejaron de promover principios, valores” y se sustituyeron “por un sistema materialista, individualista, egoísta”. En otras palabras, no se puede hacer nada mientras no haya un cambio cultural.
Las mujeres claramente no son prioridad. El presupuesto dedicado al apoyo a las mujeres pasó de 6,257 millones de pesos en el 2018, a precios del 2021, a 4,706 en el 2021. Cada kilómetro gastado en el Tren Maya es financiado con desatención a mujeres o a algún otro sector vulnerable de la población.
La única reacción hasta ahora es cambiar las leyes para castigar más a los presuntos culpables. Recientemente se modificó el Código Penal a fin de que la tentativa de feminicidio se sancione con hasta 40 años de prisión. Pero si el 95 por ciento de los feminicidios queda impune, ese punitivismo sólo sirve para que los legisladores puedan hacer spots publicitarios.
Me temo que los futuros historiadores se preguntarán por qué nos la pasamos discutiendo una absurda reforma energética, y ahora lo haremos con una retrógrada reforma electoral, cuando teníamos una epidemia de violencia contra las mujeres. Entre tantos problemas que afectan la vida y el futuro de quienes acá vivimos, el gobierno opta por discutir cosas que, sabe, no serán aprobadas. Prefieren distraer la conversación pública a enfrentar los problemas de una sociedad que se desangra día con día.