/ Peniley Ramírez /
Entre 2000 y 2018, muchos periodistas en México escribimos sobre neoliberalismo y corrupción. Encontramos que los hijos del Presidente tenían negocios con el gobierno, fortunas inexplicables, que los secretarios hacían viajes lujosos a cargo del erario, que altos funcionarios se reunían con traficantes y militares asesinaban civiles.
Publicamos, también, cómo desde las secretarías de gobierno se desviaron millones de pesos, cómo Los Pinos presionaba a las instituciones electorales y judiciales para colocar en puestos de poder a los amigos del Presidente, o entregaban a empresarios grandes negocios y, a medios afines, millones en publicidad oficial.
También revelamos el despilfarro en proyectos petroleros con pérdidas y malos manejos de campos petroleros. Y, por supuesto, seguimos las resistencias a la construcción de instituciones sólidas y contrapesos.
En lo local, reportamos cómo activistas y defensores de derechos humanos se enfrentaban a megaproyectos. Narramos los casos de periodistas que relataban sus comunidades, con mínimos recursos, y fueron asesinados por algún poderoso.
Contamos cómo políticos de oposición, periodistas y activistas eran espiados con sistemas de vigilancia financiados por el gobierno. Y encontramos recursos públicos en campañas políticas anticipadas, disfrazadas de procesos partidistas.
Desde 2018, muchos reporteros en México revelamos esto, también.
Encontramos las casas de un hijo del Presidente en Houston, y los contratos de los amigos de otro hijo. Hicimos la crónica de los viajes lujosos del jefe del Ejército y publicamos fotos de miembros del partido gobernante con jefes del narco.
Revelamos videos donde se ve a militares asesinando civiles en Tamaulipas. Probamos los desvíos de Segalmex, las presiones para la selección de consejeros del INE, la cercanía de nuevos ministros de la Suprema Corte con el gobierno, la compra de vacunas para Covid a empresas creadas en oficinas virtuales en Suiza, los beneficios económicos para el Grupo Carso, de Slim, con el Tren Maya.
Contamos cómo el gobierno invirtió millones de pesos en un aeropuerto que apenas se usa, compró una refinería en Texas que operaba con pérdidas y construye una nueva refinería en el sureste cuyo costo es muy superior a lo planeado.
Hemos contado por qué las leyes propuestas por el gobierno en seguridad y materia electoral son un retroceso, por qué deben existir sistemas de transparencia y anticorrupción. Probamos que programas de vigilancia, como Pegasus, siguen usándose no para atrapar a criminales, sino para “hacer inteligencia” a las voces incómodas, ya no para Los Pinos, sino para Palacio.
En lo local, hemos revelado la violencia hacia activistas que pelean contra la deforestación, las minas, los trenes que afectan ecosistemas. Y seguimos contando cómo asesinan a periodistas que investigan corrupción y violencia.
Hemos relatado cómo se usa dinero de gobiernos para movilizaciones y espectaculares, cómo se privilegian candidatos y se violan leyes electorales.
¿Por qué, entonces, la oposición dice que hay una narrativa dominante, que la agenda política está bajo total control del Presidente y que, si gana Morena en 2024, es porque se trata de una elección de Estado?
El proceso electoral en México ya comenzó. Los periodistas tenemos, como otras veces, mucho trabajo e historias peligrosas por reportar.
Lo que cambió es quién está enfrente. Cambió la gran habilidad de los defensores del gobierno para atacar a la prensa y ningunear las revelaciones. Cambió la tímida respuesta de la oposición a los escándalos, la inhabilidad para contrarrestar la narrativa de “no somos neoliberales y no somos iguales a los anteriores” que llevó a Morena al poder y, muy probablemente, lo llevará de nuevo.
La oposición mexicana sigue instalada en el papel de víctima. Mientras tanto, asistimos a una elección interna, de Morena, que parece el único proceso de competencia que veremos en este ciclo presidencial.
La oposición podría organizarse, hacer autocrítica y planear una estrategia. No lo han hecho. Algunos opositores saben que se les acaba el tiempo. Saben que, antes de vencer a Morena, deberían vencer su incapacidad y desorganización interna. Tengo la impresión de que ni siquiera han logrado calibrar cuáles son sus errores, ni sus retos.
@penileyramirez