El silencio y la ciudad

 

Hallazgos|

/Rocío Fiallega/

SemMéxico.  La ciudad siempre está despierta, con sus ruidos propios: si no es la central de abastos en la madrugada, es el periódico al amanecer, también es el trajín del tráfico hasta la media noche.

Una cosa es que haya ruidos y otra es que la ciudad se quede callada y no, no pasa, no hay silencio. Las fiestas en la calle, las reuniones familiares, los antros, restaurantes y bares llenos de música que acompañan las voces y los deseos, o qué decir de la radio que prendemos cuando estamos haciendo el desayuno.

Música, ruido, voces, movimiento, vibración, parece que esta ciudad no sabe del silencio, hasta que se vuelve sobrevivencia.

Hay una mujer que no logró irse a tiempo de esa casa que ahora es su cárcel, la espiral de la violencia ya no tiene estaciones, es directa, fluye mientras ella sigue cayendo y nadie habla, ni sus hijos ni sus vecinos. Es el silencio de la complicidad.

O el silencio de una casa entre tos y tos, cuando uno de los tres habitantes está contagiado de COVID-19, solamente el aire que entra de visita hace un sonido con las cortinas, porque las paredes, la cocina, el comedor y la cama están callados, como si con eso la muerte no escuchara nuestros pasos. Es el silencio de la incertidumbre.

El otro silencio es nuestro rostro hecho piedra al escuchar del otro lado del auricular que esa persona amada ha muerto, viene la obscuridad y la tristeza, porque queremos de vuelta nuestros rituales, despedirnos, velar a nuestros muertos. Es el silencio del abandono.

La casa del recién nacido es una fiesta de dos o de tres, todos le conocen por foto, ni siquiera la abuela ha podido hacer su visita obligada, para llamarlo le dicen COVID o Pandemia, sin ruidos ni alborotos aprende del mundo con el tacto y la sonrisa. Es el silencio de la intimidad.

Cuando dan las dos de la mañana en el hospital, pasado el cambio de turno, ni una jeringa se cae, es el ánimo de la vida que se recicla en ese momento, las almas han partido. Es el silencio de la transfiguración.

Y la ciudad sigue hablando a quienes quedan, con sus semáforos y sus señales, con un organillero que pasa a las 5 de la tarde, con la alegría de una niña en el parque.

Hoy valoramos nuestro silencio y desde nuestros cubrebocas parece que murmuramos, pero vendrá el tiempo de expresar el dolor y el amor, nuestra convicción por la justicia siempre y cuando estemos vivas, para que la ciudad vuelva a hablar.

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