*En el río de la 4T, a AMLO se le salen de madre los radicales.
Verónica Malo Guzmán.
Al radicalismo ya no lo destruye nadie: es un temperamento, más que un partido político. Para anularlo por completo y para siempre, no hay sino un medio: entregarle toda la República para que gobiernen; en el gobierno se hundirán, ninguno se salvará. Carlos Pellegrini
Los fifís y Elena
El idioma que segrega, subrayando diferencias existentes —e inventadas—, dividiendo más a la población, fue una estrategia genial desde el punto de vista político para obtener más votos y ganar las elecciones. Creo que eso es indiscutible. Sin embargo, si uno se pone a sopesarlo, la radicalización ha superado ya al promotor de la misma.
Elena Poniatowska, quien adora a López Obrador, señala que no es correcto que el presidente abone a la división entre mexicanos y tampoco que use la palabra fifís. Difícil comentario pronunciado por quien quiere mucho a Andrés Manuel, pero justamente por ello se trata de una reflexión de gran calibre.
El tigre suelto
Si en algún momento se pensó que solo era López Obrador el que dividía o no al país con sus frases y sus dichos, eso ya no es tal. El presidente ha perdido “el control” que tenía sobre esa postura. La polarización y crispación a las que tanto abonó, hoy ya no las maneja, ni las puede frenar. Bastó que le diera al tigre las pautas, para que sus seguidores dejaran de necesitar al maestro.
Tenemos, así, posiciones que al mismo tiempo son absurdas (por demenciales) y ridículas (por risibles) como la de un diputado local que piensa que un muerto de hace más de 450 años puede ser un foco de infección… Más allá de la ignorancia, es la inquina en polarizar y despedazar la civilidad lo que subyace y lo que se podría dar entre las personas. La ojeriza a Hernán Cortés —personaje mayor de la historia universal, independientemente de lo que pensemos de él— no es una idea original del mencionado político de Morena, sino que seguramente abrevó de la mayor fuente de reconcomios inútiles en nuestro país, las mañaneras del señor presidente López Obrador.
La punta del iceberg
Perder el control en la capacidad (y monopolio) de radicalizar es tan solo la punta del iceberg de otros asuntos y de otras formas en las que AMLO comienza a verse derrotado o al menos rebasado. La lista es extensa, aquí unos cuantos ejemplos:
• En Morena, el presidente ha dejado de ser funcional; a sus dirigentes les tiene sin cuidado lo que él diga. AMLO ya no tiene el control.
• Los gobernadores de Morena y sus aliados hacen su voluntad. Sea Bonilla con la ley a modo o Cuauhtémoc poniendo a toda su familia a trabajar en el gobierno local. Que el bajacaliforniano pierda prestigio no es tan grave: no lo tenía. Muy triste el segundo caso: un gran futbolista ha tirado a la basura su imagen de guerrero de las canchas.
• López Obrador cedió en cuestiones de seguridad para su protección (y ¡qué bueno!, requerimos un presidente que esté bien cuidado). Ya usa sobre todo Suburbans y algunos miembros del extinto (pero funcional) Estado Mayor.
• Aunque AMLO dijo en alguna mañanera que los diputados no debían sesionar en otra sede, tuvo que guardar silencio ante el desaseo y procedimientos para aprobar el PEF 2020.
• A ver si su gobierno logra arreglar los desmanes que “organiza” Bartlett… Ya fue el de los gaseoductos y ahora al director de la CFE le importó un bledo que Andrés Manuel dijera que se cuidarían los contratos de energía limpia. Armó tal desaguisado que las empresas ya se están amparando.
• Las mañaneras de pronto son preocupantes. Y no por discutir fuertemente con los verdaderos reporteros que, pese a todo, siguen haciendo —y muy bien— su trabajo, que es cuestionar. El descontrol se relaciona con el show: solas las Moléculas algo tenían de graciosas, pero su rol empiezan a tomarlo entreguistas vociferantes que nadie sabe quiénes son y que por exaltados, necesitarían vigilancia especial; no vayan a ser un riesgo para la seguridad del evento que diariamente se celebra en el Palacio Nacional. Ya el menor de los males es que estas personas le hayan quitado a López Obrador su espacio de encuentro con la verdadera prensa. Seguramente a Andrés Manuel no le gustan esos barberos, pero ya no se trata de que no quiera, sino de que no puede modificar su comparecencia de todos los días. Perdió el control sobre las mañaneras.
Impunidad aterradora
A todo lo anterior, aterra que López Obrador ha machacado desde la campaña que no permitiría ni la corrupción ni la impunidad y eso no ha sucedido. Por lo visto, esa parte no les queda clara a quienes trabajan con él.
No hay consecuencias, ni castigos para el mal actuar dentro de la 4T. Sea el huachicol (y, ahora, gaschicol) que no disminuye o las pipas que trocaron la ley para poder circular y, mismo así, no se sabe quiénes la manejan o si están funcionando. Nada se sabe tampoco de las impugnaciones y amparos en contra del cierre de las estancias infantiles. Imposible preguntar por qué el 85% de las compras del gobierno federal se hacen manera directa y sin licitación. De seguridad y penas punitivas para los delincuentes ya mejor no hablamos. La impunidad de las mafias reina y campea en la 4T y en el país.
Incompetencia generalizada
El actuar de López Obrador no debe ser analizado desde el punto de vista de alguien que no quiere cambiar, arreglar, desdecirse o castigar. El verdadero problema para él es que cada vez resulta menos posible que pueda hacer algo sobre lo anterior.
Así, algunas personas consideran que la posición de Andrés Manuel es que no desea cambiar y que su actitud divisionista es premeditada. Desafortunadamente es peor lo que se enfrenta. Ya no puede cambiar. Su posición inicial de dividir ha rendido frutos, y hoy tiene múltiples efectos secundarios. Su erróneo actuar, su resentimiento —real o, como dicen algunos de sus cercanos, simple estrategia para no acelerar a los radicales que lo rodean— , su parcial conocimiento de la historia, su negación de ser presidente de todos, han llegado al peor de los resultados: ya no puede controlar el encono, mismo si deseara hacerlo.
Su ejemplo permeó y ha llegado a todos los rincones de su administración. Andrés Manuel ha sido secuestrado por algunos de su equipo más cercano quienes no quisieron copiar lo que decía de la honestidad. También por una buena parte de la sociedad que ha preferido copiar del primer mandatario —y magnificar después— la división social.
El choque social: lo que viene
Perder el control augura muchos más traspiés sobre los cuales nada podrá hacerse para terminarlos, disminuirlos o dar un golpe de timón. Esto no se basa exclusivamente en que Andrés Manuel sea extremista, que quizá se trate de una palabra que no lo defina adecuadamente: él es conservador en no pocos debates, como el aborto y el matrimonio igualitario. La pérdida de control surge también de que su propio equipo le ha vuelto inoperante.
Si no puede siquiera acusar la corrupción de Bartlett y compañía, lo único que le está quedando es buscar colocar una plaquita en la Estela de Luz que la señale como monumento a la corrupción. Que la coloque, si quiere. Pero después que limpie, que quite tanto polvo ya excesivo, a la dependencia que oscurece a la luz que sí cuenta: la CFE.
Radicalizar tiene un altísimo costo. Ese precio es acrecentar la posibilidad de que se dé una confrontación y un rompimiento de corte social de gran calado. Cuando se exacerban las posiciones extremas, se dinamitan los puentes de entendimiento entre una y otra parte de la sociedad mexicana.
Poco importa el peso relativo de uno u otro bando. El apoyo a AMLO sigue siendo alto, pero diversos grupos de enfoque sugieren que ha cambiado su composición. En la mayoría que antes lo apoyaba había una fuerte representación de clases medias y hasta altas; no todos los de abajo, tal vez añorantes de clientelismos priistas y panistas —que existían, no vamos a negarlo— estaban convencidos de que les iba a ir bien con el presidente López Obrador. Hoy, la combinación de los programas sociales y la división sembrada desde Palacio, explica la mayoría lopezobradorista de otra manera: casi toda ella es de gente muy necesitada de apoyo; el resto, de las clases medias hacia arriba, se ha alejado de un político en el que sí llegó a creer como el factor del cambio con estabilidad y armonía que todos deseamos para México.
Ahí el germen de una confrontación social que debe evitarse, ya que nadie ganaría si se materializara. La prioridad tendría que ser alejar el fantasma de ese choque. Pero, por lo visto hasta hoy, tanto el presidente López Obrador como sus seguidores más radicales nada están haciendo por la reconciliación; todo lo contrario.