EL TRAJE DE BODAS

“Lámpara es tu Palabra para mis pasos, una luz en mi sendero” (Sal 119, 105)

/ Pbro. José Manuel Suazo Reyes /

El evangelio de este domingo (Mt, 22, 1-14) nos presenta una parábola, la parábola de los invitados al banquete nupcial. El tema del banquete se trata también en el profeta Isaías 26, 6-10, donde se anuncia que Dios mismo prepararía un banquete con manjares exquisitos y platillos suculentos. La salvación de Dios, se presenta de esta manera, con la imagen de un banquete. Esto nos muestra que el proyecto de Dios sobre el ser humano es un proyecto bondadoso que crea comunión.

La Parábola que nos cuenta Jesús pone el acento en la respuesta que se da a la llamada de Dios a participar en su banquete. Se nos explica que unos invitados se resisten, otros ponen pretextos, otros desprecian la invitación y se muestran más interesados por otras cosas.

Lo más maravilloso es que no obstante estas repuestas negativas, Dios no renuncia jamás a su proyecto de generosidad, él sigue convidando a su banquete.

La parábola evangélica habla de una condición para poder participar plenamente del banquete, se trata del traje nupcial. No basta aceptar la invitación al banquete, se necesita estar vestidos correctamente, es decir llevar puesto el traje de bodas puesto a disposición de los invitados.

Con esta Parábola se nos quiere enseñar la importancia de colaborar con Dios cuando él nos comparte su salvación. La invitación que Dios nos hace trae consigo el don de la gracia (el vestido nupcial) que nos hace dignos de participar en el banquete. Es decir uno debe acoger no solo la invitación sino también la gracia.

La gracia divina es lo que nos santifica y nos purifica; es lo que nos permite estar en condiciones necesarias para poder participar en la comunión divina con alegría y felicidad. Si rechazamos la gracia, la invitación no podrá cumplirse plenamente. Esto enseña que si uno pone resistencia a la invitación que Dios nos hace, uno puede autoexcluirse de la Salvación.

La generosidad divina tiene necesidad de nuestra colaboración. Ciertamente, Dios no puede obligarnos a ser buenos, no puede transformar a una persona que rechaza la gracia, que se complace en el mal o que se aferra a ciertas conductas que lo alejan de Dios. Dios necesita nuestra docilidad para salvarnos.

Pidamos al señor que nos ayude a ponernos siempre el traje nupcial de la gracia. Hay que llevarlo puesto para disfrutar plenamente del banquete que Dios continuamente nos ofrece.

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