Entre el descontento y la prudencia

Parala

Liébano Sáenz

Nuestra generación es testigo del fin de una época. No es solamente lo visible, sino también lo que está en el fondo de lo social. Es un proceso histórico de mayor profundidad respecto a lo aparente. El descontento es una de sus expresiones y ocurre por dos razones: una mayor capacidad y libertad para informarse, actuar y participar; y problemas de siempre, que se agravan y lastiman real y simbólicamente a personas y grupos sociales. No es un tema local, de diversas formas está ocurriendo en muchas naciones del mundo occidental.

El descontento como fenómeno social autónomo, puede ser motor para una transformación virtuosa, pero también conlleva el riesgo de arrasar con lo bueno que existe, sin lograr el cambio que se anhela. Todas las señales muestran que lo que existía ha perdido capacidad de respuesta o que por sí mismo, generó procesos de autodestrucción explícitos en la creciente corrupción del pasado reciente. Cada país tiene sus escándalos por la venalidad en las altas esferas de la política. También aflora el descontento de una sociedad insatisfecha con sus gobernantes, incluso aquellos que, siendo honestos, se muestran insensibles y defensivos frente a los problemas más urgentes que afectan a las familias.

Los tiempos convulsos demandan prudencia. Sobre todo, por las autoridades, que no deben ser dominadas por el impulso impaciente que de manera natural se presenta por la inconformidad social. Al gobierno, le toca entender el descontento. La insensibilidad de un lado o de otro genera riesgos mayores. Allí está el ejemplo de Chile, un país con logros extraordinarios en muchos sentidos, pero que, con inesperada facilidad, desbordó en violencia.

México tiene instituciones sólidas para garantizar la paz social y que han servido para la conducción civilizada en la disputa por el poder. Han pasado la prueba en cuanto a su objetivo, pero sus actuales beneficiarios no sólo no las reconocen, sino las repudian, las ven como parte del orden corrupto y, a veces, como amenaza. Esto ocurre en medio de la insatisfacción de buena parte de la sociedad con las instituciones y con los valores propios de la democracia. No sólo no hay aprecio ni confianza hacia éstas, ni siquiera el principio de legalidad ha cobrado fuerza. Sin embargo, la mayor amenaza no viene de los enemigos de la democracia, sino de la indiferencia colectiva para defender lo que es patrimonio de los mexicanos.

El descontento, insisto, puede ser un gran activo para transformar y perfeccionar mucho de lo que existe; la inconformidad debe servir para construir lo que hace falta. Por ejemplo, la brutal ola de violencia criminal contra las mujeres -y no sólo contra las mujeres- nos revela que debieron fortalecerse todas las instituciones que servían de red social para la denuncia, atención y protección de las féminas en situación de amenaza por razones de violencia, social o familiar. Fue un error que en aras del ahorro financiero se desatendieran estos temas. Lo que se debe hacer es enmendar, y con un sentido de prudente responsabilidad, apoyar y ampliar este tipo de iniciativas y entidades, como muchas otras que bien pueden incidir para empezar a contener la violencia y de manera particular, los feminicidios.

La prudencia que debe imperar en las autoridades conlleva el saber escuchar. No es fácil soportar la crítica en curso por la impaciencia de muchos. En buena parte podría ser hasta un tanto cuanto injusta, porque ciertamente quienes han llegado al poder han heredado una descomposición de mucho tiempo atrás, además de que hay problemas en los cuales es copartícipe la misma sociedad. Precisamente por esta consideración, es necesario que las autoridades mantengan la vertical, un sentido humanitario de comprensión y lo que es más relevante, respuestas concretas que atiendan al reclamo no sólo en sus causas, sino en sus efectos y en las responsabilidades institucionales que también es necesario reconocer para remediar y mejorar.

Lo que ahora queda claro, es que es un error creer que el descontento se resuelve invocando razones morales, ideológicas o de origen democrático de la autoridad. Si bien es cierto que mucho contribuye al acuerdo el relevo democrático de autoridades, también lo es que la exigencia de resultados persiste. Muchos están predispuestos a conceder tiempo, pero otros, en especial quienes viven al borde de la existencia, sean familiares de víctimas de la inseguridad, de enfermos de cáncer o desempleados, tienen un sentimiento de urgencia para que el gobernante atienda real y efectivamente la situación.

El régimen actual cuenta con la enorme ventaja de la legitimidad y el aval social que ofrece el voto, así como con la expectativa propia de la renovación. Sin embargo, no se deben desdeñar, incluso si fueran expresiones minoritarias, el reclamo al conjunto del sistema por un cambio a fondo y para bien. La prudencia es estos tiempos es necesaria, y requiere ir acompañada de respuestas.

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