/ José Antonio Crespo /
En enero de este año, escribí en este espacio: “Puede parecer prematuro hablar del 2024, cuando apenas enfrentamos la elección intermedia. Pero bien sabemos que lo que termine ocurriendo en aquel año se habrá fraguado desde bastante tiempo antes…
Ebrard ha ganado muchos puntos por el buen desempeño al servicio de su jefe. Pero eso no garantiza que será el favorito de López Obrador, quien… seguramente querrá instaurar un maximato. Y la personalidad de Ebrard no coincide con ese perfil… Por lo cual, no puede descartarse el escenario de que, si Marcelo… no resulta el candidato de Morena… podría romper con el gobierno y buscar apoyos entre los disidentes, críticos y decepcionados con el actual gobierno” (“2024; el que se mueve, sí sale”.
Enero/25/2021). Ese escenario ha ido ganando fuerza entre los observadores, al grado en que de manera abrumadora se calcula que Marcelo, de no ser el candidato oficial, competirá por otro partido (¿el PVEM?).
Morena se parece mucho a su progenitor, el PRI, pero no ha logrado el nivel de institucionalización y disciplina que alcanzó ese partido entre 1953 y 1987 (después de ese año, lo fue perdiendo).
El costo de abandonar al partido oficial desde esa fecha, ya no fue muy elevado y por el contrario podía ser redituable; López Obrador abandonó al PRI en 1988 (después de la elección) por no recibir la candidatura a Tabasco; Bartlett salió del PRI cuando se le acabaron los espacios, tras haber sido senador. Monreal lo abandonó en 1998 por no ser el abanderado de Zacatecas… y ganó. Lo mismo podrá ocurrir en 2024 en el caso de Marcelo y Ricardo Monreal, al menos.
Desde luego, está también el escenario en el que, si Claudia Sheinbaum en dos años no garantiza el triunfo de Morena –seguramente la peor pesadilla de AMLO– éste opte por otra carta, Ebrard incluido (o algún caballo negro).
A eso apuesta seguramente el canciller, pero de no ser el caso difícilmente se quedará a levantarle la mano a su rival femenina. Como sea, el propio presidente adelantó la sucesión de su propio partido, cosa que no había ocurrido en el pasado. AMLO hará lo posible por transferirle su popularidad a su favorita, pero de cualquier forma habrá riesgos para el triunfo de su partido.
La ruptura por parte de Ebrard es uno de ellos, pues muchos obradoristas le tienen clara preferencia por encima de la jefa capitalina. Esa ruptura debilitará a Morena en algún grado, aunque no implique obligadamente su derrota (pues en la oposición podría haber varios candidatos que fragmenten el voto).
Ricardo Monreal, por su parte, sabe perfectamente que no figura entre los posibles candidatos de su partido. Dice que seguirá buscando ser abanderado lo que en realidad es preparación de su salida.
Ha dicho que competirá primero dentro de su partido en buena lid, exigiendo algo que él sabe que será imposible; piso parejo. Será la razón legítima para justificar su salida. Pese a los cambios que estamos viendo en la tradición sucesoria, el dedazo presidencial no será uno de ellos.
Pero es probable que Monreal sepa que, desde la oposición, el triunfo presidencial será también muy poco probable. Por lo cual, considero que Monreal terminará por mejor buscar la candidatura al gobierno de la capital, primero por Morena (donde sus probabilidades de triunfo serían mayores), y si no, por fuera (quizá en mancuerna con Ebrard, o por Movimiento Ciudadano).
Su disposición actual a limar asperezas con Claudia probablemente tiene ese propósito; ofrecer su lealtad a Morena y ayudar en lo que pueda a Claudia, a cambio de la candidatura capitalina, en lo que tendrá mucho que ver (con el visto bueno de AMLO, desde luego). A Sheinbaum le podría convenir.
Si esa estrategia no fructifica, entonces Monreal buscaría por fuera esa candidatura capitalina, donde sus probabilidades serían mayores de cualquier forma que buscar la Presidencia.