Ética y moral .

/ María Elizabeth de los Ríos Uriarte /

Las actuales protestas de mujeres en contra del uso de la burka en Irán han revivido una clásica discusión entre las normas éticas y las morales y cómo aunque las segundas tengan la fuerza de la costumbre, las primeras tienen la fuerza de lo necesario.

Si bien es cierto que es imposible desvestir cualquier pensamiento humano de su traje cultural y que la cultura necesariamente es, en un tiempo y en un espacio determinado, transmitida generacionalmente; que dota de sentido de pertenencia y de formas plurales nuestro hacer y nuestro ser, no es menos verdadero el hecho de que es posible separar y distinguir los elementos objetivos que circundan el pensamiento subjetivo y someterlos al rigor de un análisis ético.

Así, mientras que las normas sociales están determinadas por su contenido cambiante y obedecen a lo construido y validado por un grupo humano a lo largo de los años, las normas éticas emanan del contenido común y universalmente compartido que apela a la esencia misma del ser humano independientemente de su validación, aceptación y puesta en práctica por una comunidad o por varias.

De esta manera, aunque tal vez reduccionista, la ética es universal y necesaria mientras que la moral es particular y contingente. La moral, por ende, no está fundamentada en aquello que sería justificado desde el plano de lo necesario sino que, por el contrario, lo está por la dimensión de lo acordado.

Existen muchas prácticas culturales que tienen por base una justificación moral y convenida por un cierto grupo según sus usos y costumbres locales, pero que no denotan un comportamiento humano que deba ser necesariamente admisible por toda la comunidad humana en cualquier parte del mundo y en cualquier época histórica.

El uso de la burka en países del Medio Oriente es una de estas prácticas, como lo es la práctica de la ablación femenina en regiones de África y algunas zonas de Colombia, el tatuaje de todo el cuerpo como rito de iniciación en las tribus de Hawái, la venta de niñas para concertar matrimonios en algunos estados de la República mexicana, etc. Todos estos son ejemplos de prácticas que se dan con frecuencia pero que no debieran darse, es decir, que desde la moral son aceptadas sin cuestionamientos y obedecidas por mandatos de las autoridades locales pero que, sometidas a su extensión en todas y cada una de las personas que habitamos esta casa común, levantan serios cuestionamientos sobre sus propósitos y la circunstancia en que se realizan.

Si analizamos desde la ética el uso o no de la burka, pronto advertiremos que de suyo no es una práctica éticamente reprobable aunque para ese contexto cultural sí lo sea. El propósito moral no concuerda con el fin ético, si es que lo hubiera pues, a primera impresión, incluso parecería que no existe un fin ético en la prohibición de dicha prenda.

Así las cosas, estamos hablando de un tema moral pero no ético, pero si la moral, al ser particular debiera quedar subsumida al universo de la ética por la universalidad de ésta, entonces el rechazo al uso de la burka no debería ser prohibido puesto que ni en el acto en sí mismo, ni en su finalidad y menos aún en sus circunstancias denostaría o dañaría la condición humana.

Los valores morales y las prácticas culturales son importantes en tanto constituyen fuentes de identidad tanto de personas como de comunidades, pero cuando por defender estas se excluyen otros valores que no son exclusivos sino compartidos, las primeras deben revisarse y someterse a un rigor metodológico que determine su verdadero contenido.

La religión, los ritos, las cosmovisiones, la relación con el entorno, la alimentación, la vestimenta, etc. forman parte del universo cultural y aunque no es posible eliminar de todo pensamiento su contenido moral, separarlo para comprender lo que es común a todos y no sólo a unos cuantos es un deber que asumir en estos momentos de la historia.