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/María Inés La Greca Y Bruna Stamato /
Arte: María Elizagaray Estrada
La obra y el activismo de bell hooks superaron los límites de los movimientos feministas afro y alcanzaron a todas aquellas personas comprometidas con un proyecto de justicia social. El 15 de diciembre dejó este mundo convirtiéndose en una indiscutible ancestra, como aquellas a las que supo alabar. En un contexto donde los movimientos conservadores montan una poderosa contraofensiva, las autoras de este ensayo la homenajean repasando la experiencia crítica de la sororidad como un proceso que nos permite apostar al amor como fuerza transformadora de la sociedad.
Una docente blanca asiste a un seminario sobre género y racismo que dictará una colega afrodescendiente. Va llena de entusiasmo porque colaboró con su organización y también porque asistirá como oyente, ávida de formarse en la perspectiva antirracista que su colega y otras invitadas, presentarán. El aula está llena y salta a su vista la mayoría de estudiantes afrodescendientes, cuando tan frecuente es que los espacios universitarios sean mayoritariamente blancos. Se sienta en primera fila y comienza la clase.
En un momento de intercambio sucede lo que típicamente en espacios atravesados por temáticas identitarias: la discusión se mezcla con los testimonios personales. Y es allí que la educación empezará realmente para ella. Las profesoras y estudiantes afrodescendientes relatan experiencias que viven a repetición, como por ejemplo, que personas desconocidas se les acerquen en la calle y sin permiso les toquen el pelo y les digan “qué raro que es tu pelo” o se los admiren exotizando sus rasgos afro. También relatan con cara de situación recurrente que cuando entran a un local comercial inmediatamente alguna vendedora se les para al lado para supervisar que “no estén robando”. La blanca docente que escucha inmediatamente registra su blanquitud: nunca le había pasado eso en la vida. Seguro que todas las mujeres de la clase habían alguna vez sido acosadas en la calle o en un ámbito laboral por algún varón. Pero en esas otras experiencias que se relataban, donde lo que imperaba era el racismo, la docente blanca no se identifica porque su blanquitud la ha exceptuado de esa humillación.
Al elegir nombrarse rindiendo homenaje a su bisabuela materna, hooks vinculó su voz a un legado ancestral del habla de las mujeres negras, fortaleciendo una identidad que le permitiría el derecho a su propia voz y manteniendo viva esa fuerza ancestral tan presente en las comunidades afrodescendientes.
Todo lo que escuchó sobre género, racismo, teoría y política le había resultado conocimiento necesario a incorporar. Sin embargo, en esas anécdotas que ella nunca había vivido (pero si estas otras mujeres) descubrió su ignorancia: la falta de registro de lo que por ser una persona afrodescendiente cotidianamente se padece.
Leyendo a bell hooks, había incorporado a su reflexión feminista la idea de que la sororidad entre mujeres requiere el reconocimiento de su autodesprecio: el enemigo interior de su socialización en una cultura sexista y patriarcal. Ahora, salía de la clase con una deuda: la de preguntarse cómo reconocer y desaprender el racismo.
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Escribir un texto a cuatro manos posee, entre otras ventajas, la de ofrecer a lxs lectores otra perspectiva de determinados hechos, a partir de una mirada que es atravesada por experiencias de vida distintas. En el caso de este ensayo, algunas de las reflexiones compartidas son posibles porque están atravesadas por la condición de cuerpa afrodescendiente de una de las autoras. A la sorpresa de la docente blanca ante las historias compartidas por las mujeres afro, sumamos la identificación de la activista negra con las historias narradas. Los relatos compartidos en la clase son escenas vividas una y otra vez por mujeres negras que habitan en sociedades estructuradas por el racismo como la nuestra.
En el caso de Argentina, la situación tal vez se agrave por la dificultad de asumir que el racismo también opera en nuestras prácticas cotidianas, incluso en el marco del movimiento feminista. “Lo que no se nombra no existe”, ya aprendimos de los lemas feministas, pero no basta solo con nombrarlo. Es preciso visibilizar, problematizar, denunciar y crear estrategias para combatirlo, y este es un trabajo de todxs lxs que entendemos que no hay proyecto de liberación posible sin que ataquemos las formas de opresión que actúan en conjunto para seguir subordinando una gran parte de la sociedad.
Rememorar aquel día nos trae algunas reflexiones. ¿En qué momento las estudiantes afrodescendientes ahí presentes en el aula se dieron cuenta de que las distintas violencias que viven son parte de un sistema de opresión mucho más amplio y profundo? ¿Quienes tuvieron la posibilidad de politizar sus identidades y, como consecuencia, percibir la necesidad de –y empezar a– actuar en la lucha feminista? Es imposible determinar con exactitud cuáles fueron los procesos por los que pasaron y los caminos recorridos por cada mujer o disidencia afro que se reconoce afrofeminista antirracista, dada la complejidad y diversidad de lxs sujetxs que forman parte del movimiento feminista y LGBTTIQ+ negro en el país. Aún así, con la confianza de quienes reconocemos las huellas de nuestras referentas, nos atrevemos a afirmar que bell hooks fue un nombre fundamental para la construcción y el fortalecimiento del movimiento de mujeres y disidencias afro.
La importancia de su producción teórica es tan amplia que incluso tiene la posibilidad de sobrepasar los límites de los movimientos feministas y alcanzar a todxs aquellxs comprometidos con un proyecto de justicia social y de transformación profunda del mundo a partir de la lucha contra la opresión sexista y del patriarcado capitalista supremacista blanco.
Escritora y activista feminista negra, crítica cultural, docente y autora de una obra notable –fueron 40 libros, traducidos a 15 idiomas– bell hooks nos dejó el pasado miércoles 15 de diciembre, convirtiéndose ella misma en ancestra, como aquellas a quien supo alabar en su trabajo. Al elegir nombrarse rindiendo homenaje a su bisabuela materna, hooks vinculó su voz a un legado ancestral del habla de las mujeres negras, fortaleciendo una identidad que le permitiría el derecho a su propia voz y manteniendo viva esa fuerza ancestral tan presente en las comunidades afrodescendientes. Para ella, cada vez que su nombre era invocado el espíritu de su antepasada revivía y sus enseñanzas cobraban fuerza. Ahora nos toca a nosotrxs, sus admiradorxs, lectorxs y discípulxs, seguir invocando su nombre para mantener su espíritu vivo y su legado presente.
La referencia a quienes nos antecedieron es una práctica compartida entre muchas de las activistas afrofeministas, una forma de reconocer que sólo estamos aquí hoy porque otras vinieron antes de nosotras a dar batalla por un mundo menos desigual. Mujeres comprometidas con la lucha de liberación contra un sistema que viene masacrando pueblos afrodescendientes –e indígenas– desde que la colonización de las Américas impuso la explotación de mano de obra esclavizada.
hooks nos enseñó que las mujeres negras siempre participaron del movimiento feminista, desde sus inicios, aunque no eran consideradas protagonistas. Fue con ella que aprendimos que el feminismo es para todo el mundo, porque es un movimiento para acabar con la opresión sexista (reproducida tanto por hombres como por mujeres, tanto por adultos como por niños). Fue hooks también quien interpeló a las feministas blancas hegemónicas reformistas cuando denunció que la política feminista estaba perdiendo definiciones claras y que era urgente recuperar las bases radicales originales del feminismo contemporáneo. La autora reivindicaba el poder transformador del movimiento en cuanto lucha por un cambio profundo en la sociedad, a partir del espíritu de rebelión y resistencia de mujeres, reconociendo el lugar de vanguardia que ocupaban las mujeres negras, quienes llevaban al centro del debate la mirada interseccional, tomando en cuenta cómo la estructura racista, clasista y sexista actúa en conjunto en la reproducción de nuestras desigualdades.
hooks nos enseñó que las mujeres negras siempre participaron del movimiento feminista, desde sus inicios, aunque no eran consideradas protagonistas. Fue con ella que aprendimos que el feminismo es para todo el mundo, porque es un movimiento para acabar con la opresión sexista (reproducida tanto por hombres como por mujeres, tanto por adultos como por niños).
Cuando afirma que las mujeres negras poseen un punto de vista especial dado por su lugar marginal en la sociedad –ya que fueron socializadas sin un “otro” institucionalizado para oprimir, explotar o discriminar– refuerza este lugar de vanguardia y resalta el papel central que poseen ellas en el desarrollo de una teoría y una praxis feministas liberadoras. Bajo su influencia y sus siempre potentes palabras, nosotras oriundas de las clases trabajadoras tuvimos la posibilidad de vernos como intelectuales cuyo pensamiento crítico es fundamental para imaginar otros futuros.
Nacida y criada en el sur segregado de los Estados Unidos, hooks no tuvo una vida fácil, como la mayoría de la población afroamericana. La experiencia de haber vivido en un contexto de segregación racial moldeó su visión de mundo e impactó en sus escritos. A pesar de la prioridad familiar de sobrevivir al racismo, su comunidad también le proveyó a hooks el amor que necesitaba para fortalecer su capacidad de reconocerse plenamente en su humanidad y afirmarse. Tal vez haya sido ese fuerte sentido de sí misma lo que le permitió ser la persona que usó su voz contra el racismo y el sexismo, lo que también la haya impulsado a escribir desde muy joven.
Su primer libro, Acaso no soy una mujer? Mujeres negras y feminismo, ya evocaba en su título la célebre frase de Sojourner Truth considerada fundamente del pensamiento feminista negro. Lo escribió a los 19 años cuando todavía era estudiante de grado en la Universidad de Stanford y fue publicado diez años después, cuando recién terminaba sus estudios doctorales en Literatura Inglesa, en 1981. A partir de ahí, el libro se convierte en una obra fundamental para las discusiones sobre racismo y sexismo en su país. Años más tarde, sus reflexiones pasan a incluir también su proceso de dar un nuevo significado al amor y aprender a amar, tan necesario como escaso en la vida de las mujeres negras. El amor como fuerza transformadora de la sociedad quizás sea el impulso más potente que necesitamos en estos tiempos que corren.
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La docente blanca entendió leyendo El feminismo es para todo el mundo que ahí se encontraba el tono, como color y música, de su militancia. La brillante mirada crítica de hooks le significaba sopapos que la despabilaban de los sesgos de su blanquitud a la vez que las vivía como caricias que la invitaban a sumarse a construir un nuevo mundo a través de, como se dijo recién, el amor como fuerza transformadora de la sociedad.
hooks dice que “ni las mujeres son aliadas naturales del feminismo, ni el feminismo es un movimiento antihombres” y parece que sintetizara todas las contradicciones y complejidades del proyecto emancipador. Muchas veces no entendemos por qué, si las violencias simbólicas, psicológicas, físicas, los femicidios y transfemicidios son lamentable pan de cada día, no es espontánea la alianza entre mujeres contra esto. Del mismo modo que los medios masivos de comunicación desde hace décadas (como bien hooks lo denuncia) u hoy las redes sociales intervenidas por lobbies conservadores o fascistas, intentan instalar que la lucha feminista es un ataque a los varones. Queremos un mundo más justo, más igualitario, un mundo más tierno, donde la diferencia se celebre como riqueza humana y todos los cuerpos puedan vivir y florecer (no solo sobrevivir): ¿ustedes no quieren lo mismo?
bell hooks nos propone una herramienta desde el feminismo para esa transformación. No es una propuesta teórica abstracta sino el nombre de una práctica de la que ella misma fue testigo y protagonista: la concientización feminista como sororidad. Es necesario el reconocimiento de que existe el sexismo y nuestra denuncia de sus efectos injustos y violentos pero esto no nos transforma ni inmediata ni totalmente en sujetos no sexistas (como el reconocimiento del racismo tampoco nos vuelve de un día para el otro sujetos no racistas).
Nuestra concientización, entonces, requiere reconocer y combatir nuestro enemigo interior: el autodesprecio introyectado que sienten las mujeres por sí mismas y por otras.* Es por esto que un punto clave de la sororidad es ser reconocida por otras y reconocer a otras, porque la invisibilización de los logros, capacidades y aportes a la cultura de las mujeres ha sido una constante en una cultura sexista donde el gran héroe de la historia de la Humanidad se afirma como universal cuando en realidad se asimila a las acciones y perspectivas específicas de los varones (lo que llamamos androcentrismo).
Ahora bien, hooks nos recuerda que no debemos perder de vista el sesgo supremacista blanco de una parte importante del movimiento feminista. En sus palabras: “la sororidad nunca habría sido posible a través de las fronteras de raza y clase si las mujeres individualmente no hubieran estado dispuestas a desprenderse de su poder para dominar y explotar a grupos subordinados de mujeres. Si las mujeres utilizan su poder de clase o de raza para dominar a otras mujeres, es imposible alcanzar plenamente la sororidad.” Es decir, no alcanza con celebrar logros femeninos para empoderarnos (aunque esto también es parte necesaria) sino que debe ir de la mano del reconocimiento de la diversidad interna a las mujeres como grupo social que no se refiere solo a nuestras posibilidad de ser distintas entre nosotras, sino también al reconocimiento de que ese empoderamiento colectivo será sororo solo si estamos dispuestas a desprendernos del poder que otro eje identitario distinto del género (como la raza, la clase, u orientación sexual, entre otros) puede darnos para dominar y explotar a grupos subordinados.
Así, hooks nos advierte, por su propia experiencia personal e histórica, que la búsqueda de la autorrealización no es sólo individual sino también colectiva y debe proponerse no reiterar la subyugación de un grupo para beneficio del desarrollo de otro. Por último, entonces, hooks nos recuerda que la educación feminista para la conciencia crítica debe ser constante: cultivar una conciencia feminista y sorora debe ir de la mano de la convicción de que las mujeres pueden lograr la autorrealización y el éxito sin establecer relaciones de dominio las unas sobre las otras y unirse a través de la raza y la clase.
La sororidad es poderosa, como bien dice el feminismo del que hooks es parte fundamental, pero no solo por permitirnos encontrarnos y darnos fuerza para luchar juntxs contra lo que nos violenta y nos oprime, sino también porque nos deshace. Y en el deshacernos, en el quebrarnos en piezas subjetivas de ambivalente valor nos enseña que solo colectivamente con nuestras compañeras -y compañerxs- podemos rearmarnos.
Esto último nos permite volver a la anécdota inicial. Parece extraño que un texto que homenajea a bell hooks se inicie dándole protagonismo a una docente blanca y su experiencia de ignorancia frente a lo relatado en primera persona por compañeras afrodescendientes. ¿No estamos, una vez más, cambiando el eje hacia el centro hegemónico blanco en un texto que se supone que quiere, con hooks, denunciar el racismo no solo de la sociedad, sino presente también al interior del feminismo? La apuesta de las compañeras que escriben a cuatro manos es que la anécdota y las reflexiones que presentamos nos muestren no el cambio de un centro por otro, o el continuo reaparecer de la posición hegemónica, sino el descentramiento mismo que produce una experiencia en la que diferentes mujeres comparten un espacio de concientización.
Una cierta vivencia de la ignorancia y la vergüenza atraviesan siempre, o incluso hacen posible, la reeducación feminista. Porque para combatir al enemigo interior del heterocis-sexismo, del clasismo, del racismo, primero tengo que identificarlo: la palabra de mi compañera que relata indignada, incluso rabiosa, las humillaciones que vive a diario han logrado ser escuchadas si mi cuerpo se conmueve ante el dolor que expresan; si mi subjetividad tambalea en lo que creía saber, en el registro de las complicidades por acción u omisión de las que ha sido parte; si me duele reconocerme racista; si esa superficial auto-atribución de superioridad moral que parece acompañar a cierto feminismo estalla y me siento interpelada por sus relatos, me siento educada en tanto le reconozco a ella la autoridad de su palabra y su vivencia.
Esa sororidad que buscamos, entonces, requiere muchas manos que escriban juntas desde su vivencias comunes y desde sus diferencias: que nos hacen distintas, claro, pero no por eso nos oponen o separan. La sororidad es poderosa, como bien dice el feminismo del que hooks es parte fundamental, pero no solo por permitirnos encontrarnos y darnos fuerza para luchar juntas contra lo que nos violenta y nos oprime, sino también porque nos deshace. Y en el deshacernos, en el quebrarnos en piezas subjetivas de ambivalente valor (donde ya no sabemos en cuáles nos reconocemos y en cuáles no) nos enseña que solo colectivamente con nuestras compañeras -y compañerxs- podemos rearmarnos, en una dolorosa tarea que se hace soportable porque estamos convencidas de que nos guía -como a hooks- la fuerza transformadora del amor.
* Si bien hooks habla de sexismo, podemos pensar hoy que en nuestra cultura heterocis-sexista la interiorización de este autodesprecio y la necesidad de desaprenderlo y combatirlo probablemente sea una experiencia que atraviesa también la comunidad LGBTTIQ+.
Publicado originalmente en Revista Anfibia