Guerra y periodismo

Alejandro de la Garza.

“La didáctica bélica y la pedagogía de la guerra también tienen sus expertos en disputa en los medios de comunicación”.

El sino del escorpión sigue inmerso en el espectáculo rizomático de la guerra física y militar, real e inventada, emocional y psicológica, mediática y periodística, en redes sociales y tribunas de opinión. La imposición de la narrativa euro-estadunidense censura lo ruso y su mensaje se esparce: el villano aplasta la democracia en Ucrania; hoy sufren personas rubias de ojos azules y piel blanca y no, como “normalmente”, árabes, sirias, africanas, indígenas. La narrativa en resistencia esparce a cambio la imagen del comediante-presidente ucraniano como un racista y represor al mando de un ejército proto-nazi, y justifica la escalada bélica como producto de la ambición de la OTAN.

La discriminación se desata sin subterfugios, observa el alacrán con estupor, y sale a flote lo peor de sociedades supuestamente pensantes y civilizadas (cualquier cosa que eso signifique). El alentado odio a todos los rusos (y asiáticos) quiere enviar a Fiódor nuevamente a Siberia, ejerce la censura informativa y sanciona con medidas económicas, financieras, políticas y hasta deportivas y culturales. En tanto la Embajada de Ucrania en México solicita armas y denigra los tamales, sus ciudades son destruidas y las víctimas sufren el horror y la muerte, los bombardeos y la huida en busca de refugio transfronterizo.

En el rizoma todo carece de centro (Deleuze y Guattari dixit), la organización de los elementos no sigue líneas de subordinación jerárquica, por el contrario, cualquier elemento puede afectar o incidir en cualquier otro. ¿Cómo asir este rizoma bélico, insiste el venenoso? La guerra como un reto a desentrañar por la ciencia política, lo geoestratégico, la teoría económico-militar y las viejas divisiones étnicas o nacionalistas. Pero, además, un reto para la teoría de la comunicación contemporánea y sus protagonistas: informadores, corresponsales, reporteros, comentaristas, periodistas y, sobre todo, los gigantescos corporativos de comunicación mundial (televisoras, agencias informativas, diarios) y las megaempresas de redes sociales (FB, TW. YouTube), cuyos algoritmos deciden lo que “necesitamos” ver. Empresas y corporativos multimedia rigen la opinión de millones de personas de acuerdo a sus intereses más que a su responsabilidad.

La didáctica bélica y la pedagogía de la guerra también tienen sus expertos en disputa en los medios de comunicación. Y ahí los vemos, con cierta desesperación, impulsar su visión del conflicto como la más pensada y profunda, la mejor documentada, la más periodística y verdadera, la menos ideológica y sesgada. Todo en un periodo en el cual los medios en el mundo y marcadamente en México, son cuestionados a fondo y por todos los flancos. Vivimos en la era de las fake news y la posverdad, la manipulación descarada, las inferencias tomadas como hechos probados y los medios dominados por el capital o convertidos en poderes fácticos, observa el arácnido.

Los varios periodismos mexicanos viven entonces un momento crítico en buena medida provocado por el cambio del papel del Estado mexicano (siempre regulador) en las relaciones con los medios. Agotada la simulación, la censura bajo la mesa, los financiamientos y prebendas ocultas, los medios han reaccionado no sólo con sorpresa, sino muchos con la crítica violenta e interesada ante la pérdida de privilegios. No obstante, el proceso de reconfiguración mediático parece ya inevitable y su resultado definirá el rumbo de los medios mexicanos en el futuro. Hay quienes esperan con ansia el fin del sexenio y el regreso a “estándares” anteriores de todos conocidos. Hay quienes desean un cambio de fondo y definitivo en la relación del Estado con los medios, todo en favor de la transparencia.

Los varios periodismos mexicanos están entonces en crisis por razones que van de la falta de publicidad gubernamental a las transformaciones de la era digital, y de la violencia y la censura criminal en varias zonas del país a la pérdida de credibilidad ante una realidad agitada, plural y cambiante. Los corporativos mainstream (siempre bien financiados por el Estado) y la prensa sobreviviente en esta época de vacas flacas, las agencias informativas de la “sociedad civil” (donde caben organizaciones de todos colores y sabores), las multiplicadas plataformas digitales (desde donde se ejerce un creciente periodismo de nicho) y aún todos los nuevos medios emergentes, han vivido una prueba de fuego con esta guerra que se muerde la cola. Y cuando el cese al fuego y la tregua final lleguen, todos deberán hacer el recuento de sus daños.

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