** La Corte .
/ Azul Etcheverry /
La migración es el hilo con el que se ha tejido gran parte de la historia entre México y Estados Unidos, el hilo con el que se han zurcido encuentros entre los dos países y en algunos muchos casos, enmendado los desencuentros. A pesar de estas coincidencias, las perspectivas y prácticas para entender y abordar este fenómeno son diferentes en ambos lados de la frontera.
México en sus orígenes recibió a migrantes que, si bien fueron agresivos, decidieron al final mezclarse para tener como resultado una riqueza cultural importante; en la época actual, aunque el discurso es de apertura, las condiciones no son favorables para quien viene en tal condición. Estados Unidos, por su parte, históricamente es un país construido por migrantes, ahora sostiene un discurso oficial cerrado para ellos, sin embargo, la realidad y practicidad suponen un escenario que, si bien ya no es el sueño americano, sigue ofreciendo oportunidades para (casi) todos.
Sin hablar de discursos o colores, en México la política migratoria ha sido en los últimos tiempos objeto de dudas y cuestionamientos, de tropiezos e incongruencias cuando al norte se le solicita un trato digno para los nuestros.
Cuando uno se sienta a la mesa, tanto para alimentarse como para negociar, si no se sabe lo que se quiere y en qué cantidad, es posible que se termine aceptando cualquier cosa en cualquier porción sólo para justificar la ocupación del asiento. México, más allá de un discurso de apertura y buenas intenciones, no ha logrado tener una estrategia clara para el tema, ni con el exterior ni al interior, el resultado ha sido, por ejemplo, aceptar a 30 mil centroamericanos cada mes, provenientes de un intento de cruce indocumentado hacia Estados Unidos a un país que no cuenta con las condiciones ni un plan claro para atender tal diáspora.
Miles de migrantes, después de un viaje extenuante y que no tuvo éxito, acaban en un territorio donde prácticamente son dejados a su suerte, expuestos al crimen o a una tragedia que acabe con sus vidas. Expuesto también queda México a la crítica internacional y a los señalamientos por parte de otros países y organizaciones por las frecuentes y severas violaciones a derechos humanos, expuesto también a perder la voz para defender a los suyos y a que siga estando condenado por, como lo dijo Porfirio Díaz, estar tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.
Estos últimos, por su parte, a pesar de una retórica si bien no cerrada, pero tensa en cuanto al tema, sus condiciones y dinámica económica hiperacelerada terminan por arrastrar a los extranjeros a insertarse de manera casi inmediata al entorno de negocio, mientras no se haga nada fuera de la ley y se paguen impuestos, existen aún las condiciones para permanecer, sobrevivir, incluso vivir y proveer. Tan es así que las ciudades principales ya reportan un repunte poblacional de migrantes perdido durante la pandemia, mostrando resiliencia, apertura, diversidad y dinamismo.
Para esta administración en su ocaso o la siguiente en su génesis: la peor política exterior es una mala política interior y una política exterior pobre es una pobre política exterior. En otras palabras, solventemos las carencias internas y formulemos una estrategia clara para construir una estructura fuerte que permita hacer frente a los flujos migratorios al tiempo que nos fortalezca ante presiones extranjeras e invirtamos el capital necesario para ello.