Prosa Aprisa
Arturo Reyes
Alguna vez narré en este espacio el testimonio de un policía estatal, quien, porque se sentía en confianza conmigo, me platicó la forma en que “trabajaban” debido a la voracidad de los jefes policíacos por enriquecerse, robándose los recursos que debían ser destinados a atender la seguridad pública.
Estaba de día franco, iba en su carrito y cuando me vio en la calle caminando me ofreció un raid. Me conocía como me conocen muchos otros porque los traté a mi paso por la función pública.
En general se quejó de las condiciones en que laboraba pero me dijo que seguía en el servicio porque le gusta el trabajo de policía. A la fecha continúa activo y por referencias sé que lo traen en operativos.
Con un jefe, ayúdeme, me platicó que les daban uniformes y botas de los más corrientes, que se rompían enseguida, en lugar de unos de calidad porque sus jefes se quedaban con el dinero. “Para que nos duren tenemos que comprarlos nosotros con nuestro sueldo”.
Algo que me sorprendió y que yo no sabía era que cuando entran al servicio y les asignan un arma, si se las dan con balas se las cuentan y si algún día dejan el servicio las tienen que devolver. ¿Y si las usan en algún operativo?, le pregunté sorprendido. Jefe, usted tiene que devolverlas, fue su respuesta.
Luego me platicó que los mandaban a patrullar la ciudad (entonces estaba asignado al servicio en Xalapa) ¡con 100 pesos diarios para la gasolina! Le pregunté cómo le hacían para recorrer todo el día y toda la noche tanta distancia. Su respuesta nuevamente me sorprendió: Jefe, tenemos que cumplir. Así que si me encuentro a alguna parejita, a algún viejito, a algún borracho y puedo, les quito la cartera, el reloj, el celular, lo que lleve de valor. Jefe, qué le hacemos.
Lógico, me recordó que tiene familia, esposa, hijos que mantener y que necesita el trabajo. Cierto, todavía no entraba en funciones la actual administración.
En el gobierno yunista, otro policía conocido mío me confió un día que estaba muy molesto porque lo tenían comisionado lavando y puliendo camionetas, porque eran las mismas que el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares andaba entregando como nuevas en diferentes regiones y municipios, pero que en realidad eran solo de utilería para tomarse la foto, anunciar compras millonarias de equipo y simular entregas al por mayor para mejor seguridad de los veracruzanos.
No dudo, para nada, que las condiciones no han cambiado mucho, pero si algunos de ellos se atreven a revelar lo que sucede, ¡kaput!, le cortan la cabeza.
Guardaban esperanzas de que los dignificarían
¿Todos los policías son malos? No. Definitivamente no. He tratado a muchos, algunos ahora en la policía estatal o ministerial y que alguna vez fueron federales, que son lo más decente que conozco. Están capacitados para combatir, para usar diferentes tipos de armas, saben de tácticas, pero serían incapaces de agredir a un ciudadano solo por el hecho de hacerlo.
También sé de algunos que son de lo peor. Pienso que adentro los echaron a perder y que además les gustó. En ocasiones son iguales o peor que los delincuentes a los que dicen combatir.
Pero finalmente, y voy hacia donde quiero llegar, son seres humanos, casi todos padres de familia, esposos, hijos, hermanos, muchos con estudios superiores, algunos provenientes de la Marina, otros del Ejército, otros más que incluso fueron capacitados por el Mossad de Israel (conozco a varios) a quienes les toca realizar tareas preventivas o reactivas en defensa de la población civil.
Exponen sus vidas a diario, generalmente no conocen de horarios ni de condiciones climáticas, viven mucho tiempo lejos de sus familias, peor, están expuestos a que ante sus raquíticos sueldos los soborne y corrompa la delincuencia, red en la que quedan atrapados para siempre pues si se quieren salir terminan sin cabeza o hechos cachitos, así de cruel es su situación.
Como muchísimos mexicanos, durante el pasado proceso electoral ellos guardaban muchas esperanzas de que si ganaba Andrés Manuel López Obrador la presidencia, sus condiciones laborales y las de sus vidas iban a cambiar para bien. Fueron a votar por Morena convencidos de que serían dignificados como personas, en su justa dimensión, y que recibirían un sueldo, igual, decoroso de acuerdo a su responsabilidad.
Los tratan como animales, se quejan
El miércoles pasado, el diario Reforma publicó que policías federales comisionados al Instituto Nacional de Migración (INM) para tareas de contención de migrantes se quejaron de las condiciones en que laboran.
“A través de distintas fotografías y videos compartidos en redes sociales y a REFORMA, los inconformes denunciaron que duermen a veces a la intemperie, en tablones o incluso en pedazos de cartón”.
Se quejaron que no les pagan hoteles y que patrullan en unidades descubiertas, sin impermeables y desarmados. “Con puros engaños nos están llevando a Migración, nadie ve por nuestros derechos”, se quejó uno. “Estamos de la chingada”, resumió otro.
Ante su justa inconformidad, no tardó en llegar la respuesta oficial, que refleja el trato miserable del morenismo hacia ellos, el de un gobierno que habla del respeto a los derechos humanos y de tener espíritu justiciero.
Los acusan de “fifís” por justo reclamo
El mismo diario Reforma recogió la reacción oficial.
“El Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM), Francisco Garduño, afirmó que si hay policías federales que se quejan por sus condiciones laborales en los operativos migratorios, es porque quieren seguir como fifís, pues estaban acostumbrados a dormir en hotel y comer en bufet”.
“Bueno, es que este tipo de policías estaban acostumbrados a estar en el Holiday Inn y comer en bufet, entonces no, aquí es otra condición, es una Cuarta Transformación”, publicó el diario que sostuvo el funcionario en entrevista.
“Tienen las mismas condiciones que tienen las Fuerzas Armadas. Entonces, si hubiese habido una respuesta positiva de la Policía Federal cuando estaba integrada, no tuviéramos estos problemas. Eran fifís y quieren seguir como fifís”.
En toda mi vida de reportero y periodista (en mayo pasado cumplí ya 49 años en esto; la primera fuente que cubrí fue la policíaca) nunca he sabido que algún policía haya vivido en un hotel de prestigio, si acaso los comandantes o inspectores cuando los rotan llegan a hospedarse en algún hotel modesto mientras encuentran departamento o casa, y tampoco que se la pasen comiendo en bufet, acaso en algún modesto restaurante e incluso en fondas o en mercados (el de ellos es otro mundo).
Pero, ¿es que acaso por ser policías no tienen derecho a dormir en un hotel cuándo los llevan de un lugar para otro? Normalmente los hospedan (o los hospedaban) en hoteles muy modestos, sin clima, si acaso con ventilador en los lugares donde hace mucho calor. ¿Cometen algún pecado, algún delito, si comen en algún bufet, algunos muy baratos pero con la ventaja de que pueden consumir la cantidad que quieran hasta llenarse bien, quién sabe si comerán en el resto del día?
Reforma publicó una fotografía dónde se observan las deplorables condiciones en que “viven” o duermen, si es que eso es vivir. Peores que muchos animales. ¿Por qué no mencionó Garduño que el secretario de Seguridad federal, Alfonso Durazo, vive en un verdadero palacio al lado de las casas en las que habitan los policías rasos, de a pie?
Repito que conozco a muchos policías que estaban esperanzados que con los gobiernos de Morena les iba a ir bien. Han pasado apenas seis meses y me consta que ahora hablan de ellos hasta con odio. Ya quisieran que se fueran. No volverán a votar por ellos, ni sus familiares. Peor, los ven como enemigos.