Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil.
Contra lo que muchos creen, la vida y la política son complejas y frecuentemente azarosas.
¿Habrá algún grupo político que se sienta tan puro como para tirar la primera piedra?
Me llamó la atención que la comunidad anticorrupción se encuentra desde hace un tiempo en una etapa de revisión, autocrítica y replanteamiento de lo que se ha logrado, que no ha sido mucho, y de lo que se debería hacer en el futuro para mejorar sus resultados. Desde la “explosión” del interés por la corrupción como problema de política pública a principio de los años 90, el tema pasó a ser la preocupación exclusiva un reducido puñado de académicos y activistas, a ocupar un lugar dominante en la agenda pública global. Hoy, en cambio, existe un ancho abanico de oficinas de gobierno, programas académicos, organizaciones de la sociedad civil, tratados internacionales, leyes, iniciativas para el desarrollo de organismos de cooperación una variada oferta de conferencias internacionales, así como cumbres regionales o globales a las que frecuentemente asisten líderes políticos que se toman una foto y firman ambiciosas declaraciones. Eso es lo que Michael Johnston llama la “industria anticorrupción”.
La industria anticorrupción es un conjunto de intereses y organizaciones que existe con independencia del problema de corrupción; es un régimen que se sirve de sí mismo, que goza de vida propia y que se mantiene con la elaboración de políticas, iniciativas, convenciones, cursos de capacitación, índices, programas y actividades para promover la transparencia y la integridad en el sector público.
Johnston describe un problema doble: las limitaciones de una agenda de políticas y propuestas que está agotada, cansada y ha dejado de ser útil; en segundo lugar, la existencia de una industria anticorrupción que ha perdido de vista los objetivos reales de su tarea y que ha desarrollado una agenda de intereses más vinculada a su propia supervivencia. El reto que se plantea, y que el libro Johnston no resuelve, es muy importante, casi existencial para el movimiento anticorrupción. Tiene que ver con abandonar muchas de las ideas que han dominado la agenda anticorrupción en los últimos años.
Tiene que ver con el reconocimiento de que las respuestas de los gobiernos al problema de la corrupción no puede ser la simple adopción de mejores prácticas, sino su integración con otras políticas que en última instancia persiguen la justicia económica y social. Cómo ha dicho Daniel Kaufmann, el combate a la corrupción no puede ser sólo el combate a la corrupción. Y tiene que ver finalmente, con el reconocimiento de que los resultados sólo serán posibles en el largo plazo.
Volteando la página que alguien me explique a qué fue el Papa Francisco a Irak. Sin duda el viaje más arriesgado e importante del pontífice argentino atrajo la atención mundial puesta en su paso por una nación donde sólo 0.5 de la población es cristiana.
¿Porque en un país musulmán la gente se desbordó a las calles y a los estadios para ver, oír y aclamar al pastor de una religión insignificante para ellos?
Yo siempre les pongo el ejemplo de San Francisco de Asís, cuando fue a dialogar sin prejuicios con el Lobo de Gubbio. Francisco fué a escuchar a lobo para saber por qué mataba.
Sin el carisma de Carol Wojtila, ni el empaque intelectual de Ratzinger, Jorge Bergoglio puso el dedo en la llaga más sensible de nuestros tiempos: el radicalismo, la intolerancia, la polarización.
A eso fue a Irak, en medio de una pandemia planetaria, pero nos hizo voltear a ver el absurdo criminal de los fundamentalismos.
Debemos estar abiertos a este diálogo y no sólo vernos como enemigos; entredicho que toda persona tiene un resquicio, una partecita de buena y de bondad ¿por qué no buscar esa parte de bondad que tienen las personas y no verlos como enemigos, si no acercarnos, escuchar sus razones?
Tenemos que hacer que converjan las distintas verdades o los distintos puntos de vista.
El Papa Francisco fue a visitar lo que queda de “su rebaño” en ese país, donde los cristianos fueron víctimas de genocidio por parte del Estado Islámico (ISIS) de 2013 y 2017.
A eso fue el santo padre a Irak: a gritar con su presencia que sin respeto a las minorías que piensan diferente no hay convivencia civilizada, aunque haya elecciones democráticas, Jesús no vino a fundar religiones o instituciones cerradas, sino a echar a andar el proyecto divino, la experiencia más incluyente y abierta que jamás haya existido.
Ese país está destruido por la intolerancia religiosa.
Paradójicamente, Irak es la cuna de la civilización. Ahí nació la escritura. Se escribió la primera novela épica. Tuvo un código con leyes que protegían derechos hasta de los esclavos, mil años antes de que se fundara una ciudad llamada Roma.
El Papa Francisco fue Irak a tender puentes con los musulmanes.
Viajó hasta Nayaf a conversar con el líder de la rama chuta del islam a ese país, el ayatola Ali Sistani (ya lo había hecho con el imán sunita, Ahmed al-Tayeb, en Emiratos Árabes).
Como papa ha hecho del diálogo un instrumento de oro.
Jorge Bergoglio viajó a Ur, el pequeño pueblo del Sur de dónde salió Abraham, patriarca de los cristianos, fundador del pueblo de Israel, semilla de los ancestros musulmanes. Abraham Ibrahim.
Ahí en la pequeña Ur, está el origen encarnado en una sola persona, de las tres grandes religiones monoteístas que tanto y tanto mal han hecho a la humanidad.
A eso fue el santo padre a Irak. A recordar con su presencia que las tres religiones tienen la misma cuna, la de Abraham, y que pueden coexistir.
El radicalismo de las tres ha sido, y es, responsable de millones de crímenes en el nombre de Dios.
Francisco fue a Irak a promover una alianza contra el extremismo religioso, escribió el enviado de El País, y no le faltó razón.
El pontífice fue a Irak a poner el dedo en la llaga que gangrena al mundo de nuestros tiempos: la del fanatismo de los dueños de la verdad, el extremismo que ve a un enemigo en quien piensa diferente, la polarización destructiva del ustedes contra nosotros.
Omitió decir el pontífice que el genocidio cesó y él pudo pararse sobre las ruinas del califato gracias a los soldados iraquíes, estadounidenses y kurdos que derrotaron militarmente a ISIS.
Francisco entró a Mosul y parado sobre casas convertidas en cascajo por la guerra de los extremistas islámicos, junto a una cruz hecha con trozos de madera quemada, se le vio humilde en las fotos que dieron la vuelta al mundo.
Pero el mensaje era evidente: la derrota del fanatismo.
“Mosul le da la bienvenida” se leía en “carteles que cubrían las paredes tan salpicadas de agujeros de bala que parecía que se había producido una erupción”, dice la crónica del enviado y la corresponsal de The New York Times.
En ese lugar, que hasta hace poco fue capital del conflicto de ISIS, donde se perpetró genocidio contra los cristianos. El Papa Francisco dijo que es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan inhumana.
Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y la violencia, nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanaron en nombre de Dios, recorriendo caminos de destrucción.