Inflexión

Federico Reyes Heroles.

Una cierta dosis de miedo frente a los actos de los demás es un principio de supervivencia. Pero hay otro miedo, el necesario miedo a los propios actos.

Uno puede ser el arquitecto de su propio desastre.

Señalar los errores de otros siempre será más fácil que reconocer los propios.

El Presidente levanta a diario furias. Él será el responsable.

En el origen hay soberbia, quizá producto de la contundente victoria, quizá un rasgo de personalidad que siempre ha estado ahí, pero que ahora se expande y exhibe desde el poder.

El Presidente provoca.

La mano alzada es una provocación; la revocación, otra; hay más, las citas bíblicas y las afrentas al Estado laico; el rumor de la reelección; provocaciones y más provocaciones.

Con el megáfono de la Presidencia ha señalado culpabilidad en personas que ni siquiera están sujetas a alguna investigación.

Se mofa de leyes, permisos y autorizaciones en Santa Lucía y Dos Bocas.

Ha insultado a sectores enteros de la sociedad con calificativos de muy mala fe.

Por momentos pareciera que cala al país, ¿hasta dónde podré llegar? Resultado: en pocos meses, su estilo ha sublevado a muchos.
Él es fuente del conflicto.

Pero cada afrenta tiene costos.

Lo reconozca él o no, la economía mexicana va mal.

Por más fotos que se tome con los empresarios, la inversión cae.
El desconcierto entre ellos cunde cuando un día sonríe y hace promesas al CCE y horas después la gestión cancela inversiones en Pemex que podrían haber sido un alivio.

Y, claro, los pronósticos de crecimiento caen y algunos ya se van por debajo del uno por ciento.

El desempleo crece al galope y hay un responsable muy concreto, el discurso polarizante, venenoso y contradictorio que ha generado una desconfianza atroz.

Nada lo detiene, él sigue adelante negando la realidad de forma patética.

Pero los hechos se van imponiendo, aunque él, sonriente, los desdeñe.

El desabasto de medicinas está en camino, los apagones en la Península vienen.

Pero, ante las provocaciones y el desastre de las acciones de gobierno, la sociedad mexicana ha reaccionado y ya lo castiga.

Su aprobación cae, en promedio, dos puntos por mes.

La sociedad señala puntualmente los ridículos, la carta al rey, la cancelación de las estancias infantiles, los comedores, los albergues para mujeres, la absurda defensa de becarios como empleos formales, una Guardia Nacional mentada para mil asuntos, mientras la violencia avasalla a los mexicanos.

La luna de miel se acabó, duró la mitad de lo normal.

Ya hubo un punto de inflexión.

A cada acción corresponde… Para abucheos, contraabucheos. Para actos ilegales, amparos.

La recaudación sufrirá, se avizoran nuevos recortes.

La pregunta es en dónde, pues el hueso aflora en muchas áreas, como los servicios de salud.

Hay cirugías y trasplantes pendientes. Ya no se aplica el tamiz neonatal que permite la detección temprana de múltiples enfermedades tratables.

Varios miles de niños al día quedan desprotegidos. Qué pensarán los padres.

Todo eso ya duele a los mexicanos y por eso están girando hacia la decepción y el enojo.

La política hacia los migrantes requeriría de más recursos. ¿De dónde? Y él sigue burlándose de los pronósticos que se han venido cumpliendo puntualmente, burlándose de las cifras de violencia.

Podría llegar al primero de diciembre con una economía en recesión, con el desempleo y la violencia en el techo.

No tiene comprados a los mexicanos. Como en cualquier país, el estado de ánimo oscila dependiendo de los resultados de gobierno: todo apunta al fracaso.

Se le cae Santa Lucía y la intención de desaparecer Texcoco y piensa que amagando jueces se va a salir con la suya.

Ignora al mundo global: OACI, MITRE, organizaciones de pilotos, de líneas aéreas.

Ignora lo que es el desacato.

Atrapado en sí mismo no registra que podría hacer el gran ridículo.

No se tiene miedo. Pero, ante las afrentas, la sociedad mexicana reacciona, ya comenzó.

Eso alienta.
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