La Befa, la Burla, el Pitorreo Presidencial

Por Nidia Marín

Arrastrados a las tormentas pasionales desde el Palacio Nacional, los mexicanos participamos del eterno pleito contra aquel, con el de allá y el de más allá. No cesa, un día sí y el otro también.

Hay personas así. Hábiles para el enfrentamiento, con una gran capacidad de ofender, de colocar motes, de burlarse de los demás, son estos seres humanos que pasan por la vida en un eterno conflicto y, por lo regular, están rodeados de muchos personajes que son similares.

De acuerdo a Bienestar 180 las 10 características más frecuentes de una persona conflictiva son:
1.Competitividad, a veces excesiva.
2.Malentendidos o formas distintas de ver las cosas.
3.Falta de cooperación, real o imaginaria.
4.Conflictos de personalidad.
5.Problemas de autoridad y con la autoridad.
6.Frustraciones individuales.
7.Deseo de asumir mayor responsabilidad.
8.No querer aceptar responsabilidades.
9.Incapacidad para seguir las normas o ceñirse a los planes.
10.Desacuerdo en la forma de alcanzar las metas convenidas y discrepancia de las mismas.

Dicen que las personas conflictivas crean entornos tóxicos que afectan a muchos al vivir en un eterno campo de batalla.

Si esto se lleva al renglón de la política el asunto es más grave, porque este tipo de actitudes y formas de ser afectan a miles y miles de habitantes de un país.

Por estas tierras mexicanas, las agresiones desde la más alta tribuna mediante apodos en contra de los políticos contrarios, de los empresarios, de los periodistas y de todo aquel que se atreva a discrepar son constantes. Se busca el mote, el remoquete en busca de la burla, el pitorreo, la rechifla, la chunga, la cuchufleta del pueblo fácil contra los demás.

Dicen los españoles que la burla se utiliza en el debate político electoral, porque se trata de asociar al adversario con hechos (proyectos, valores, comportamientos, etc.) negativos; criticar (o mostrar el fracaso) de sus ideas, acciones y demás; decirle que está equivocado, mostrar desacuerdo, contradecirle, acusarlo de ignorancia, incompetencia o inacción; criticar su comportamiento discursivo; atacar la credibilidad del adversario; afirmar que carece de credibilidad; acusarlo de mentir de ocultar la verdad o esconder intenciones aviesas; tacharlo de contradictorio o incoherente, poner de relieve sus contradicciones o incoherencias; marcar las distancias con el adversario y mostrar su inferioridad.

También hacer manifiestas las diferencias que los separan, patentizar su aislamiento, menospreciarle, mostrarle indiferencia, burlarse de él, ridiculizarle; invadir el espacio del adversario, plantearle obstáculos; desvelar hechos que le incomoden, hacer patentes las carencias de sus argumentos; instarle o presionarle para que haga o deje de hacer algo e impedirle expresarse con fluidez.

Todo ello se ha hecho desde Palacio Nacional cuando iniciaron las mañaneras, hoy a punto de cumplir el año de gobierno, sólo que… las elecciones fueron en 2018 y el mero, mero ya no es candidato sino Presidente de un país.

Y como en México y casi en ninguna parte del mundo se toma en cuenta la psicología política (PP) recurrimos a Maritza Montero, de la Facultad de Ciencias Humanas da Universidad Central de Venezuela, quien en su trabajo “¿Para qué psicología política?”, señala, por ejemplo, el llamado Síndrome de Casandra, que no es otra cosa que:

“…hablar sin ser escuchados; decir sin ser comprendidos; explicar sin obtener crédito; revelar sin obtener respuesta. Como si las voces de la psicología política no se oyeran. El clamor en el desierto; el grito sin retorno de eco. Todo es negado, rechazado o ignorado, cuando la respuesta y la discusión y el debate habrían sido necesarios. Los reconocimientos tardíos son oportunidades perdidas; pues de nada sirven los “Yo te lo decía”, “XX tenía razón”, cuando ya se está más allá del fenómeno y la sociedad es otra. Es como si la sociedad no pudiese soportar la dosis de crítica que puede formar parte de un análisis psicopolítico…”

Ahora sí que se los dije…