La ceremonia del delirio

Jesús Silva-Herzog Márquez
05 Ago. 2019

Se nos invita todas las mañanas a presenciar una ceremonia delirante. No creo que haya manera de describirla de otra manera. Lo que comenzó como un audaz compromiso de comunicación se ha convertido en una inquietante exhibición de incoherencias y agresiones. El presidente de la República encara a los medios para enlazar disparates con insultos. Las obsesiones de siempre se combinan con la ocurrencia del instante. En reflejo a una pregunta se toman decisiones, se contradice a los colaboradores, se niegan los hechos más evidentes.

El Presidente divaga, vuelve a contar la anécdota que ha contado mil veces, repite por enésima ocasión algún fragmento de la historia de bronce que tanto le entusiasma. Machaca el manojo de sus frases fijas.

Evade cualquier pregunta incómoda. Si aparece un cuestionamiento serio sobre sus responsabilidades de gobierno, el Presidente huye con más descaro que habilidad. Sus evasivas se han vuelto francamente grotescas: quien cuestiona es borrado de inmediato como un interlocutor digno.

La intolerancia frente a la opinión discrepante se escenifica todos los días. No se muestra en esos espectáculos del disparate a un Presidente tan seguro de su paso que puede polemizar con soltura y con respeto, que puede defender sus decisiones con argumentos sólidos y pruebas persuasivas. Lo que vemos es a un Presidente voluntariamente ciego. Un político decidido a no ver más que lo que le gusta y a no escuchar más que piropos.

Si, como creo, eso que se retrata en las conferencias de mañana refleja un estilo de gobierno y no solamente una rutina publicitaria, hay razones para estar muy preocupados. Preocupante el teatro de todos días porque no hay orden en el activismo presidencial, porque no se percibe ese sentido de límite que funda la prudencia; porque se confiesa rutinariamente el desprecio por la ley, la experiencia, el conocimiento técnico y los datos; porque no se muestra un deseo honesto de cotejar el proyecto con su impacto.

Se nos receta un optimismo cada vez más hueco. Se insiste en proyectar un ánimo celebratorio que se separa cada día más de la experiencia. El festejo presidencial de un crecimiento imperceptible es una de las mayores pruebas de esa desconexión entre un discurso festivo y una realidad amenazante. Estamos muy contentos, dijo, con el reporte que registraba un crecimiento infinitesimal. Vamos muy bien. Se despeja el miedo. El crecimiento microscópico bastó para fundar la alegría presidencial porque era, en realidad una manera de burlarse de los expertos que se equivocaron -por una micra. El atolladero es celebrable si sirve para desacreditar a los tecnócratas.

El Presidente más popular del que tengamos memoria, el político más cercano a la gente parece, al mismo tiempo, el más hermético. Ahí la paradoja de su cercanía popular: rodeado de gente, el Presidente se aísla de la realidad. Desconfiando de todos los instrumentos de medición, descartando por principio cualquier advertencia de riesgo, creyendo ciegamente en su sensibilidad infalible, el Presidente se recluye en sí mismo. Se empeña en recordarnos que está de buen humor, que está de buenas.

Así, rompe brújulas y termómetros porque esos instrumentos no registran la temperatura moral ni el sentido de la historia. Por fortuna el esclarecido dirigente nos lo revela todas las mañanas. Lo conocemos impermeable a cualquier crítica, pero se nos ha mostrado también, y de manera muy clara, como un político hermético a la información que su propio gobierno genera. Lo ha vuelto a hacer en estos días, contradiciendo, nuevamente, a la Secretaría de Hacienda. “Yo tengo otra información”.

El Presidente corroe a su administración. Cada mañana toda la estructura del gobierno federal se pone a temblar. ¿A qué oficina lanzará a una tarea imposible? ¿A qué funcionario exigirá lo que no le compete? ¿Qué ocurrencia romperá el ritmo de una decisión pública? ¿Y qué quiere decir esa instrucción presidencial que pide elegir la justicia por encima de la ley?

Tal vez deba dedicar una línea al artículo que firma Álvaro Delgado en el número más reciente de Proceso. No tengo ninguna participación en el proyecto “Alternativa por México” que, de acuerdo al reportaje, coordina Coparmex.

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