En el asalto al Capitolio no había manifestantes negros o de piel oscura como los latinos: los verdaderos marginados de la sociedad estadounidense
Isabel Turrent
Ciertamente los seguidores de Trump que asaltaron el 6 de enero el Capitolio, la sede del Congreso en la capital de Estados Unidos, no eran los condenados de la tierra, ni los representantes de las clases oprimidas, ni los marginados del capitalismo salvaje y la globalización. Mucho menos eran miembros de Antifa -un chivo expiatorio muy conveniente que para desgracia de los medios que apoyan a Trump, como Fox News, no existe-.
Las fotos, los innumerables videos y las propias declaraciones de los vándalos del Capitolio -incluyendo las de los que han sido arrestados- arrojan una fotografía transparente. No había un solo manifestante negro o de piel oscura como los latinos: los verdaderos marginados de la sociedad estadounidense.
Los miles que se reunieron para oír a Trump y asaltaron el Capitolio después eran blancos, sobre todo hombres, de clase media y media alta. Fundamentalistas cristianos, QAnones antisemitas, fervorosos practicantes de la fe en la supremacía de raza, nostálgicos de la Federación sureña, y votantes del Partido Republicano que se ha movido cada día más a la ultraderecha. La base electoral de Trump. Esa que se ha tragado el mito de un fraude electoral inexistente y es incapaz de leer las letras chiquitas del contrato político que han firmado con Trump.
Ese compromiso al margen del acuerdo tácito entre Trump y sus seguidores desde la campaña de 2016, es la destrucción del Estado democrático. Apoyados por diputados y senadores republicanos que buscan absorber los votos de la base trumpiana para mantener su parcela de poder, vandalizaron el Capitolio para ayudar al Poder Ejecutivo a avasallar al Poder Legislativo y revertir el resultado de una elección incontestable.
Aquellos países que padecen ataques contra el Estado liberal siguieron minuto a minuto la toma y desalojo del Capitolio y los llamados de los demócratas, y no pocos republicanos, para destituir a Trump aún antes de la inauguración del nuevo gobierno encabezado por el demócrata Joe Biden el 20 de enero.
En Gran Bretaña, que está padeciendo los predecibles daños por abandonar la Unión Europea y elegir un gobierno demagógico, más de un analista recogió las lecciones del proyecto trumpista y lo que parece ser su fracaso final. Es una buena lista para aquellos países que están en la cuerda floja entre un Estado democrático y uno autoritario. Como México.
Encontraron muchas señales de alarma, equivalentes a lo que está sucediendo allá y acá. La desviación de principios fundamentales para la democracia, como el respeto a la ley y a la división de poderes y la oposición; ataques oportunistas contra las instituciones democráticas y organismos independientes; amenazas de romper pactos y compromisos internacionales; el golpeteo a la civilidad, la incitación a la polarización y una mezcla tóxica de fanatismo y complicidad. Un último paralelismo es el asalto a la prensa desde el poder. Suena conocido.
Cuando el Estado democrático se resquebraja, la legalidad y la defensa universal de los derechos humanos desaparecen. La ley es la palabra del dictador y de sus vasallos serviles. En el país de Trump la política frente a los inmigrantes quedó en manos de un racista como Stephen Miller y los derechos de los millones de indocumentados desa-parecieron del universo legal. Trump abolió de un plumazo el DACA que protegía a los inmigrantes que habían llegado de niños y, con el apoyo de una buena parte del electorado, y el acuerdo tácito del gobierno mexicano que dejó en el desamparo legal a millones de indocumentados que son ciudadanos mexicanos y aceptó convertirse en la verdadera frontera de Estados Unidos frente a los inmigrantes, aplicó una batería de políticas iliberales e inhumanas que convirtió hasta a los niños en rehenes del racismo.
En el camino, López Obrador cometió el error de apoyar sin reservas al perdedor en la elección estadounidense. Sus seguidores sectarios cargarán con él la responsabilidad de ese fracaso y de compartir un proyecto que busca destruir el Estado democrático en México.