La diamantina no se borrará

Luchadoras.mx
Cronica de marcha feminista V16.

Lo que se vivió el pasado viernes fue más que una protesta. No se quedó en las calles, ni en el caminar hombro a hombro junto a las compañeras. Algo dentro de mí se movió y se incendiaron un millón de emociones distintas. La adrenalina, la esperanza, la solidaridad y el amor al sentirme acompañada. Nunca antes había estado en una concentración feminista con tantas morras. Fue impactante llegar a la Glorieta de los Insurgentes, ubicada en el centro de la Ciudad de México, y escuchar los aplausos, los gritos, los brincos. Sentía una electricidad que me recorría y se extendía a través de todas nosotras.

Nos preparábamos para partir rumbo a Insurgentes, nos convertimos en una masa de color mientras el sol desaparecía y el humo rosa y morado nos abrazaba. Empezaron los pronunciamientos, algunas chicas se ponían glitter unas a otras, se escribían frases, terminaban sus letreros, se regalaban pañuelos y compartían diamantina. Se dialogaba sobre la sororidad pero también se exigía justicia.

Porque la protesta implica un ¡basta, estamos cansadas! Porque, “no tendríamos que estar aquí marchando”, “porque queremos respuestas”, porque basta que no existan consecuencias”, eso fue lo que me dijeron algunas chicas. A mí me llenó de fuerza escucharlas y me hizo extremadamente feliz sabernos juntas luchando por un mismo objetivo.

No siempre me nombré feminista. Recordé aquellos tiempos y sonreí al encontrarme hoy aquí. Ser feminista me ha cambiado la vida. Para mí ha sido sentir una extraña mezcla de incredulidad, vergüenza, enojo y dudas; ha sido aprendizaje, crecimiento, valor y fuerza. Mientras caminábamos hacia Insurgentes y escuchaba el eco de los gritos invadir la Glorieta me permití reconocer que ha sido gracias al feminismo que he aprendido que mis palabras son fortaleza, que mi voz sirve para encontrar y mover.

Foto: Lulú V. Barrera

Una amiga me dijo “me gusta estar aquí, porque me gusta sabernos fuertes y capaces de decir; ¡Ya basta! y ¡Así no!”. Al estar en la protesta, cantar, gritar y sentirme abrazada por todas ustedes, hoy puedo decir que estoy en un lugar de mi vida donde tengo la fuerza para contribuir y seguiré haciéndolo hasta que no pueda hablar más. Caminar con todas ustedes me da esperanza y en esos momentos en que la soledad es ruido y un mar de gente, las sé a mi lado y con eso me basta. Porque “ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven”, todas las palabras valen.

Para mí protestar significa nombrar y decir; “Yo soy ¿quién? La de Atenco, la de Juárez, la obrera, la desaparecida”. Es no quedarme callada, no dar mi palabra. Es usar la voz para activar. Es tomar acción. Cuando decimos algo en voz alta, cuando nos hablamos en colectivo, cuando le hablamos a la ciudad y sus habitantes, nos hacemos visibles. Cuando nuestras voces se escuchan les hacemos saber que no estamos solas, que queremos justicia. “Que la violencia no quede impune, más allá del ámbito legal, es no dejarnos solas”. La única forma en que podemos cambiar nuestra cultura e ideas es desafiando así, a voz alzada.

No puedo negar que esta fue la primera marcha en la que por un momento sentí miedo. Miedo a que me levantaran, miedo a que llegaran los granaderos, miedo a la represión. Afortunadamente en el instante que tomé la mano de mi amiga y estábamos listas para correr, escuchamos un: “Nosotras somos más, todas juntas, sin miedo”. Saber que si tocan a una respondemos todas, sabernos manada.

Los días han pasado y la diamantina aún no la sacó del cuerpo, está en mis manos, en mi cabello, está en mi alma, en mi grito, en mis ganas por que las cosas cambien. La diamantina la he dejado en el suelo, en los abrazos, en la esperanza, ya la pasamos, la contagiamos y espero que no se acabe.

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