Por Dr. Miguel A. Méndez-Rojas, MRSC (*)
El coronavirus es una nanopartícula de unos 120-180 nanómetros, formada principalmente por material genético (ARN), proteínas y grasas en forma de una estructura semi-esférica. Al toser o estornudar, pequeñas gotas de saliva son expulsadas hasta a 10 metros de distancia. Un porcentaje reducido del virus puede mantenerse activo en las secreciones hasta por tres horas o más, dependiendo de la superficie donde se deposita. La estabilidad depende de las interacciones que tienen con las superficies (metales, cerámicos, plásticos) donde se depositan. Las telas, el cartón y la madera forman interacciones fuertes, pero la piel es la superficie idea para el virus.
Es orgánica y las proteínas y ácidos grasos que la conforman interaccionan fuertemente con el virus porque sus componentes se parecen. Por eso, al tocar una superficie metálica que tiene partículas de virus, éstas se pegan en las manos, sin infectar aún; al tocarse la cara, el virus se transfiere y puede alcanzar la boca y los ojos, por donde puede ingresar al organismo e infectar. Sin embargo, estas nanopartículas pueden ser fácilmente destruidas cuando nos lavamos las manos con jabón, ya que los surfactantes contenidos en éste disuelven las grasas de la membrana viral, desensamblando e inactivando al virus.
¿Cómo atacar la problemática que el SARS-CoV-2 (que es su nombre oficial) ha generado, misma que está afectando la salud y las economías de las naciones? Sin lugar a duda la investigación científica y la educación jugarán un papel central en controlarla. Las universidades, centros de investigación y organismos empresariales deben formar alianzas en estos tiempos complejos para proponer soluciones innovadoras: especialistas en bioquímica, biología, química y nanotecnología pueden desarrollar métodos de diagnóstico simples, rápidos y baratos para apoyar las estrategias de detección, disminución de contagio y atención médica temprana; ingenieros biomédicos, físicos e ingenieros mecatrónicos pueden diseñar respiradores artificiales para enfrentar la escasez existente en hospitales de todo el país; nanotecnólogos, microbiólogos e ingenieros en electrónica pueden sintetizar y evaluar nuevos materiales capaces de inactivar al virus cuando alcance una superficie; miles de ingenieros, científicos y tecnólogos en el país deben unirse al ejercito de enfermeras, médicos y especialistas que enfrentan en la primera línea de batalla esta amenaza. Varios de ellos pertenecen a nuestra comunidad académica: son egresados, son profesores-investigadores, son alumnos de licenciatura y posgrado, son padres de familia tratando de hacer una diferencia.
Y a través de la educación que reciben, enfrentan también la desinformación; la educación crítica, responsable y global nos ha permitido formar ciudadanos capaces de informarse y enfrentar la realidad de manera eficiente y oportuna. Desde atender las indicaciones de no caer en el pánico, de guardar distancia social, de en la medida de las posibilidades no salir si no es necesario hasta acciones simples y efectivas como la de lavarse las manos con agua y jabón.
Todo indica que esta nueva enfermedad viral tendrá ciclos estacionales y, por tanto, como humanidad tendremos por delante un reto complejo para adaptarnos y solucionar lo que venga. El desarrollo de vacunas, medicamentos y nuevas tecnologías para enfrentar exitosamente a éste y a otros virus y superbacterias que el futuro nos presente, serán fruto de la apuesta que como país e institución hagamos en la investigación científica y tecnológica. La formación de ciudadanos aptos para los nuevos tiempos, que exijan a su gobierno acciones oportunas y correctas, será también una gran responsabilidad de las instituciones educativas del país.
* El Dr. Miguel Angel Méndez-Rojas es profesor titular senior e investigador del Departamento de Ciencias Químico-Biológicas de la Universidad de las Américas Puebla. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 2.